El gobierno insiste en lo positivo de su estrategia de seguridad, aunque los resultados no se compadecen de tal afirmación.

Resulta cierto que el problema de la seguridad es complejo y viene configurándose desde largo tiempo, pues tiene que ver con la propia evolución de la actividad delincuencial, su sofisticación y el aprovechamiento que ha tenido para montarse sobre el abordaje insuficiente del Estado para combatirlo. Los brutales datos de impunidad que nos han acompañado en las últimas décadas muestran que la autoridad ha permanecido rebasada y que la actividad delincuencial enfrenta obstáculos, frenos y una muy deteriorada capacidad de la autoridad para contrarrestarla y someterla.

Tal vez no entendimos que la internacionalización acelerada que vivimos de la mano del Tratado de Libre Comercio en 1994 iba mucho más allá de las actividades comerciales, y generaría un involucramiento de procesos a escala mundial en lo lícito, pero también en lo ilícito. Todo indica que la preparación del Estado para afrontar ese proceso de globalización fue sobradamente insuficiente para advertir el papel que debería jugar y preparase para ello.

La delincuencia se insertó en un fenómeno global y también participó, a su manera, del tratado comercial de apertura de fronteras con el vecino del norte, pero sin tratado formal. No fue casual que en algún momento el Chapo apareciera entre las listas de Forbes por la riqueza acumulada. Pero el problema no sólo tiene que ver, efectivamente, con la dimensión judicial y policial, más allá significa una verdadera explosión en comunidades por su impacto al convivir con amplias zonas marginada, en condiciones de pobreza y con una tremenda debilidad institucional y capacidad corruptiva para someter a las autoridades y de hacerlo, sino por esa vía, por medio del uso de la violencia selectiva.

Entonces la delincuencia deviene en un fenómeno antropológico, sociológico y político, pues su avance lo convierte en gobierno paralelo, en instancia de procesamiento de los problemas de la comunidad y de alineamiento de sectores de la sociedad. Cierto existen causas sociales que se deben atender, pero la forma de hacerlo es relevante. Si por atender las causas sociales se entiende la canalización de subsidios a sectores de la población, todo indica que se genera un tipo clientelar que pretende competir con otro, que es el tipo clientelar que desarrolla la criminalidad con sus halcones, con sus mulas, con la cooptación que realiza incentivada por el desempleo o por la insuficiencia de ingresos y de oportunidades de desarrollo.

Puede ser loable la estrategia clientelar en sus propósitos de atender las causas sociales de la criminalidad, pero todo indica que no es suficiente. Un botón de muestra, recuérdese lo que como ocurre en el tema del combate a la pobreza, en donde los programas clientelares no han logrado abatirla y lejos de ello muestran una tendencia hacia su incremento.

Por lo pronto se advierte una escalada de criminalidad que crece por contagio, por el mal ejemplo de no ser sometida con rigor y verticalidad, por suponer que siendo un fenómeno que vive en la sociedad, tal vez debamos asimilarla en vez de combatirla con determinación y eficiencia. Sí los programas sociales y los subsidios deben ser aplicados, pero sujetos a valoración, pertinencia, resultados y transparencia, es decir revisados como políticas públicas que son complementarias y que deben acompañar la capacidad del Estado para garantizar la protección a la vida, al patrimonio de los y la vigencia del estado de derecho.

Sí las causas sociales, pero si las causas sociales se atienden con el clientelismo gubernamental, todo será una discusión presupuestal y al final un debate ideológico inútil. Por lo pronto la realidad duele, por los asesinatos, la violencia, los delitos que no cesan y por la intimidación que ejercen hacia el conjunto de la sociedad.

No puedo dejar de pensar en el fragmento de un poema de Miguel Hernández que se titula “recoged esta voz”, dice:

“Cantando me defiendo

Y defiendo a mi pueblo cuando en mi pueblo imprimen

Su herradura de pólvora y estruendo

Los bárbaros del crimen

Esta es su obra, esta:

pasan, arrasan como torbellinos,

Y son ante su cólera funesta

Armas los horizonte y muerte los caminos.

El llanto que por valles y balcones se vierte,

En las piedras diluvia y en las piedras trabaja.

Y no hay espacio para tanta muerte,

y no hay madera para tanta caja...”