“We have survived. You and I. And those who survive have a duty. Our duty is to do our best to keep on living. Even if our lives are not perfect.”

Haruki Murakami

Fernández Noroña lo hizo otra vez. La “austeridad republicana” le queda más como eslogan que como práctica.

Por lo visto, ya ni las salas VIP de los aeropuertos le resultan dignas. Ahora prefiere volar en avión privado. ¿Convivir con pasajeros comunes? ¡Qué horror! Eso es para el pueblo bueno, no para los iluminados del obradorato.

Así que el senador morenista viajó en un Socata TBM 850, un avión ligero y de alto rendimiento, con matrícula N850KL, registrado en Estados Unidos. No es ilegal volar en una aeronave con matrícula extranjera, pero sí levanta preguntas sobre quién la contrató y bajo qué condiciones.

El propio Noroña aseguró que se trató de un “taxi aéreo pequeñito”, aunque por el tipo de matrícula y aeronave, difícilmente entra en la categoría de taxi aéreo mexicano, que normalmente porta matrícula “XA”.

El vuelo habría salido de Toluca con destino a Torreón y, posteriormente, a Piedras Negras, Coahuila.

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De acuerdo con estimaciones de operadores aéreos, un trayecto así ronda los 250 mil pesos, considerando horas de vuelo y pernocta. Más que suficiente para incomodar a cualquier contribuyente y para cuestionar cómo un senador que gana alrededor de 133 mil pesos mensuales puede darse ese lujo sin transparentar su origen.

Cuando la información se hizo pública, Noroña —fiel a su estilo— no ofreció explicaciones, sino culpables: señaló al gobernador de Coahuila por “balconearlo”. En su lógica, la culpa no es de quien viaja como potentado, sino de quien lo exhibe.

Luego intentó justificarlo con una de sus frases marca registrada: “No tengo que transparentar nada”.

Y ahí está el problema.

Porque, aunque el vuelo no implique necesariamente uso de recursos públicos, sí debería informar quién lo pagó. Cualquier servicio, préstamo o donativo recibido por un servidor público debe ser declarado para evitar conflicto de interés o presunto enriquecimiento ilícito. La Ley General de Responsabilidades Administrativas y la Ley Antilavado contemplan esa obligación.

Hasta el momento, ninguna autoridad —ni la Fiscalía, ni la UIF, ni la Secretaría de la Función Pública— han anunciado investigación alguna sobre el tema.

El silencio institucional es tan elocuente como el lujo del vuelo.

Noroña podría decir, como ya ha hecho antes con su casa en Tepoztlán, que todo lo financia con créditos personales. Y aunque eso suena a parodia, no sería la primera vez que confunde la “austeridad” con la autoindulgencia.

También intentó bromear diciendo que el magnate Ricardo Salinas Pliego le pagó el viaje. Cuando el empresario respondió indignado y amenazó con demandarlo, el senador reculó: “era una broma”. Claro, del tipo que solo él puede hacer y nadie debe responder.

El punto no es si fue un vuelo o un “vuelito”, sino la impunidad con que los representantes de la llamada Cuarta Transformación predican una moral que no practican.

Aseguran que los medios mienten, pero los registros de vuelo son públicos: el N850KL partió de Toluca rumbo a Piedras Negras y regresó después de la gira. Es decir, el viaje ocurrió y el gasto también.

Noroña estuvo acompañado por los morenistas Shamir Fernández (exdiputado federal lagunero) y su esposa Pily de Aguinaga, suplente de la senadora Cecilia Guadiana. Una gira proselitista más disfrazada de “encuentro ciudadano”.

Y cuando ya no hubo forma de negarlo, el senador alegó que “la compañera presidenta” —Claudia Sheinbaum— había dicho que se podían usar aviones privados cuando fuera necesario.

¿En serio? ¿Desde cuándo la “necesidad” incluye giras políticas personales?

Giro de la perinola

Fernández Noroña, Monreal, Adán Augusto, Layda, Andy, Pedro Haces… ejemplos todos de que la austeridad de la 4T aplica solo para los votantes, nunca para los ungidos.

El senador ya amenazó con demandar a los medios que publicaron su vuelo, olvidando que el periodismo también es parte del control democrático que tanto dice defender.

Presidenta, eso de que “cada quien responda por sus actos”, ya no alcanza.

Cuando los actos se repiten y se aplauden desde el poder, dejan de ser errores personales y se convierten en síntomas de sistema.

Y el sistema —aunque lo juren transformado— sigue oliendo a lo mismo: impunidad con aroma a turbosina.