“El poder teme siempre a quienes no puede domesticar.”
James Baldwin
“Nada resulta más revelador que la forma en que se trata a quien incomoda.”
Hannah Arendt
Ahora toca el turno a Grecia Quiroz. La viuda de Carlos Manzo. Y, cómo no, el primero en apuntar fue Gerardo Fernández Noroña, que eligió el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer para demostrar, una vez más, que el calendario y el criterio son conceptos intercambiables… al menos para él.
No se trata solo de insensibilidad. Hay otro matiz: incomodidad. Quiroz ha logrado lo que pocos logran en México sin un aparato detrás: generar atención pública. Y, peor aún para ciertos egos, atención legítima. Ella exige algo tan simple como ambicioso: justicia. Y ya se sabe que en este país, pedir justicia es casi una declaración de rebeldía, sobre todo si la demanda roza —aunque sea tangencialmente— a integrantes del oficialismo.
Quiroz ha solicitado investigar a Raúl Morón y a Leonel Godoy por el asesinato de su esposo. Un planteamiento lógico, considerando los señalamientos históricos que circulan en Michoacán. Pero aquí las víctimas deben ser discretas: denunciar solo es válido si no incomoda al sistema.
En respuesta, el senador viajero —propietario de una casa de 12 millones de pesos que contradice su narrativa de austeridad con bastante soltura— declaró en su podcast:
“La ambición ya se le despertó y va por la gubernatura de Michoacán… Va a ser candidata, pero de ahí a que nos gane hay un mar de distancia”.
Vaya. La ambición es un defecto solo cuando no es la suya.
¿Hay algo objetable en que una mujer aspire a gobernar su estado? ¿O el derecho a soñar en grande viene acompañado de credencial exclusiva tipo Noroña Plus? La idea de que solo unos cuantos pueden disputar el poder parece más propia del antiguo régimen que de un movimiento que presume renovación.
Conviene hacer una pausa y recordar lo que escribió ayer Raymundo Riva Palacio (antes el periodista Claudio Ochoa): desde la 4T se ha desatado una campaña contra dos mujeres; una de ellas, Alessandra Rojo de la Vega, alcaldesa de Cuauhtémoc. La están presionando con auditorías, señalamientos sin pruebas y acusaciones tan flexibles como la lógica que las sostiene. ¿Por qué? Porque su figura, dice Riva Palacio, “alimenta tres narrativas que al oficialismo le duelen: inseguridad, persecución política y corrupción”.
En un año, Rojo de la Vega venció al clan Monreal, mejoró indicadores de seguridad y desmanteló redes de corrupción en su demarcación. El tipo de resultados que suelen generar alergia institucional.
Ahora la otra mujer en la mira es Grecia Quiroz. Y no por escándalos, sino por algo más subversivo en tiempos de propaganda: resiliencia. No encaja en el rol de víctima silenciosa; no se desdibuja; no retrocede. Hace unas semanas, la presidenta la invitó a reunirse con ella; más en son de acallarla, antes de cualquier otra cosa. Eso no resultó y ahora el régimen apunta baterías contra la viuda.
En un país donde la violencia política ha cobrado tantas vidas, su persistencia resulta inesperadamente incómoda. La irritación no proviene del contenido de sus demandas, sino del hecho de que no se diluye. Que figura. Que persiste. Y que, mal que bien, la gente la está escuchando. Eso es suficiente para activar alarmas en ciertos círculos donde el crecimiento ajeno siempre se interpreta como amenaza.
Noroña, desde luego, no representa un desliz aislado. Su comentario se inserta en un patrón. La descalificación preventiva es el método favorito cuando la alternativa sería atender las preguntas sustantivas. Porque investigar a quienes han sido señalados por presuntos vínculos con el crimen organizado es, al parecer, mucho pedir. Y ya conocemos el riesgo de insistir demasiado: dos aspirantes a gubernaturas —Manzo y Juan Carlos Mezhua— denunciaron, aspiraron y, poco tiempo después, fueron asesinados. “Denuncien”, dice Claudia Sheinbaum. La denuncia es firmar sentencia de muerte.
Muchos supusieron que cuando Quiroz acudiera a Palacio Nacional se ajustaría al guion discreto que se espera de las víctimas. No ocurrió. Y su insistencia en la seguridad en Uruapan ha ido creciendo. De ahí, quizá, la urgencia de descalificarla antes de que pueda convertirse en una figura competitiva en Michoacán.
Llama la atención el mal tino de hacerlo precisamente el 25 de noviembre, fecha que el oficialismo suele reservar para declarar su compromiso con las mujeres. Nada como un ataque político para recordarnos que el feminismo de ocasión siempre encuentra maneras de autoplagiarse. Así es el morenismo.
Sí, hay una campaña en contra de Grecia Quiroz. Y el problema no es ella. Es lo que representa: una narrativa que la “Transformación” no logra controlar. Inseguridad, resistencia, y un eventual cambio de régimen. Tres historias que se retroalimentan cada vez que intentan silenciarla.
Vale la pena recordar que López Obrador se fortaleció durante los años en que Fox insistió en descalificarlo. Lo que hoy se pretende replicar con Quiroz, Rojo de la Vega o Lilly Téllez podría tener el efecto inverso. Las campañas de desprestigio rara vez logran su objetivo cuando el blanco exhibe más consistencia que sus detractores.
En política, querer aplastar a alguien suele ser la forma más efectiva de elevarlo.






