Anoche, durante la charla de Milenio entre Ivabelle Arroyo, Carlos Puig y Rafael Pérez Gay, la periodista planteó la pregunta más lúcida del debate: si el llamado “bloque negroprotesta supuestamente contra el gobierno, ¿por qué solo se presentó en la marcha del 2 de octubre y no hubo ni un solo incidente en el Informe de la presidenta Claudia Sheinbaum este fin de semana? La pregunta no solo abre un análisis, sino que desenreda un hilo peligroso: ¿quién se beneficia realmente del caos?

El 2 de octubre, durante el 57 aniversario de la masacre de Tlatelolco, la marcha terminó con casi un centenar de policías heridos. Entre ellos, una mujer del grupo Atenea que continúa en estado crítico, con quemaduras de segundo y tercer grado. Aquella jornada, que debía ser de memoria y resistencia pacífica, se transformó en un episodio de violencia planificada y brutal.

En respuesta, este lunes, policías de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC-CDMX) protestaron frente al Gobierno capitalino. Exigieron la destitución de mandos sin experiencia y denunciaron la falta de equipo adecuado: cascos, escudos, uniformes ignífugos. “Nuestros compañeros del 2 de octubre fueron atacados con bombas molotov y apenas hubo apoyo médico o reconocimiento”, dijo una oficial mientras sostenía una cartulina con la frase: Nos cuidan si los cuidamos. Los manifestantes bloquearon durante media hora calles del Centro Histórico y pidieron algo elemental: respeto y protección.

Este doble escenario —el ataque a los policías y su posterior protesta— puso sobre la mesa una pregunta política inevitable. La propia Claudia Sheinbaum vinculó en conferencia de prensa al "bloque negro" con un tuit de Claudio X. González, insinuando que pudo haber una infiltración con fines provocadores: llevar al límite la paciencia de las autoridades para empujarlas hacia un error represivo que encendiera el discurso contra la Cuarta Transformación. Sería un clásico movimiento de desgaste: sembrar caos para convertirlo en narrativa de autoritarismo.

Pérez Gay dijo que la presencia del “bloque negro” tradicionalmente se reserva a las marchas del 8 de marzo por el Día Internacional de la Mujer en la que se reclaman exigencias feministas, así como las marchas por los 43 desaparecidos en Ayotzinapa, en la que los integrantes del “bloque negro” solo participaron durante el sexenio de Peña Nieto y la emblemática marcha por la matanza estudiantil en Tlatelolco del 2 de octubre en la que se reclama adicionalmente el “Halconazo”. Tiene toda la razón, pues especialmente la marcha del 2 de octubre es agresiva contra policías, no por ellos mismos sino contra la figura militar y policial de aquellas décadas que fue autora de la persecución, tortura, asesinato y desaparición forzada de estudiantes. Un par de décadas en las que hubo infiltrados en los movimientos, tanto del ejército y la policía del extinto Departamento del Distrito Federal, que cobraban en aquellas instituciones pero a su vez, eran “líderes”.

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Sin embargo, otras lecturas dentro del propio movimiento obradorista ven en este episodio un posible “fuego amigo”, especialmente por la marcha de policías contra sus mandos y con exigencias hacia la jefa de gobierno Clara Brugada. El ala más radical del movimiento de la transformación en la Ciudad lo lee como viejas tensiones entre las distintas corrientes de la 4T —particularmente entre quienes compitieron en encuestas internas por el gobierno capitalino— que podrían estar resurgiendo bajo nuevas formas, alimentando el mito de tensiones entre gobierno federal y capitalino, encabezados ambos por mujeres de izquierda. No faltan quienes sugieren que el “bloque negro”, o al menos parte de él, funciona más como un apéndice útil al oficialismo que como un enemigo externo. La sospecha es dura, pero no infundada: sugieren que las mismas capuchas del 2 de octubre podrían haber sido los brazos que, días después, ondeaban banderas con el rostro de Sheinbaum o del presidente López Obrador y cuya presencia en la marcha estudiantil hubiera sido desvirtuarla y deslegitimar a los más jóvenes que continúan reclamando algo que el nuevo gobierno plantea como resuelto.

Después de todo, quienes protagonizaron el 68 son en buena medida, quienes hoy gobiernan. Su discurso ha sido que su llegada al poder representa la culminación de aquellos reclamos por justicia y democracia. Bajo esa narrativa, las marchas actuales sobran: el sistema ya habría sido transformado desde dentro. Pero el 2 de octubre no se borra ni se institucionaliza porque en gran medida, la desaparición forzada sigue siendo uno de los delitos con mayor incidencia y huella, a pesar de que se insista en que las desapariciones ahora son cometidas por particulares y no por fuerzas gubernamentales como antes. Pero cuando desde el poder se decide quién puede marchar y quién no, la memoria se convierte en retórica y parece traicionarse a sí misma.

Mientras tanto, la UNAM atraviesa un momento de tensión. Más de 40 escuelas reanudaron clases apenas este 6 de octubre tras un paro prolongado. Un profesor comentaba ayer que lo que vivimos parece un “performance político”: desestabilizar a la Universidad podría convenir al gobierno, al impedir que desde ahí surja una nueva fuerza social con capacidad de desafiarlo en el futuro. Los incidentes violentos podrían ser el pretexto perfecto para que hayan nuevas fuerzas y nuevas autoridades que tomen el mando de la máxima casa de estudios ... y lo impensable pasó el mismo día en que se reanudaron las clases cuando dos camionetas de la Guardia Nacional entraron desde Rectoría y recorrieron la avenida interna de Ciudad Universitaria hasta la parada del Pumabús de la Facultad de Derecho, donde fueron encarados por estudiantes.

Unos cuatro o cinco elementos con armas largas intentaron ingresar y fueron grabados mientras se les decía que no podían estar ahí, que no podían ingresar y menos aún, hacerlo armados. Les llovieron reclamos, los grabaron y se retiraron. Más tarde hubo un comunicado por parte de la Universidad en el que se dijo que supuestamente, los conductores se extraviaron y entraron por equivocación al Circuito Universitario. La molestia fue tanta que hoy mismo se vota y se debate si es que la Facultad de Derecho entra en paro o no, aunque es sabido que la comunidad estudiantil de esta Facultad pocas veces se suma a las acciones de tomar las instalaciones o parar. Pero aunque no haya paro, la molestia estudiantil ahí está.

Todo esto, claro, son hipótesis. Pero el análisis político se construye sobre indicios y evalúa escenarios, alternativas, posibilidades. Y en ese terreno, la pregunta que Ivabelle Arroyo lanzó al aire sigue sin respuesta: ¿contra quién está realmente el “bloque negro”? Lo más importante: ¿Quiénes lo integran ahora y para qué protestan? ¿Pudiera haber alguien detrás o se trata de la legítima rebeldía de la juventud? Tal vez la respuesta revele no solo quién busca desestabilizar a Clara Brugada, sino también qué fuerzas se disputan el relato del poder en la Ciudad de México y el escenario nacional.