“Tendrá que acostumbrarse a ocultar la verdad si es necesario, porque nada se puede contra la estupidez o la intolerancia y no todos ven lo que usted ve. Mienta si no queda más remedio, mienta para salvar la piel, para proteger la justicia y la verdad, pero prometame que siempre será consciente de que está mintiendo, de lo que es real y de que nunca se mentirá a usted misma.”

Dolores Redondo

“Tu percepción del mundo varia cuando usas lentes. Se vuelve más realista, más imaginaria o simplemente más borrosa.”

Brayan Chaparro

La 4T es tolerante si se trata del narco, de criminales —pueblo bueno todos ellos—, de diputados violadores, de familiares recibiendo aportaciones ilícitas para la causa. Aprovechando la popularidad de su líder, el margen de tolerancia es tal que no han requerido castigar a nadie que, de entre sus huestes, es responsable de la tragedia del la Línea 12 del Metro o de la muerte de más de 100 personas en Hidalgo, ocurrido en el 2019 a plena vista de “las fuerzas del orden”.

Es tolerable si un funcionario público dice: “se las metimos doblada” o si otro funcionario, el responsable de hacer frente a la mayor calamidad que hayamos atravesado en una centuria, resultó ser un irresponsable sin parangón y un manipulador contumaz de cifras y datos relacionados al covid.

Mas ese régimen pierde tan hermosa cualidad ante quienes osan criticar los dichos de los grandes consentidos del régimen. La reacción es doblemente fulminante si quien cuestiona labora como servidor público.

Esto no es particular del actual sexenio (quien esto escribe lo vivió en carne propia hace unos años); lo que lo distingue es placearse con la bandera de libertarios y progresistas, de cambio y transformación, pero actuando incluso más inflexible que los regímenes que quieren dejar atrás.

No importa si el caso que ahora me ocupa se debió a la nimiedad —antónimo de ‘grave’— de haber escrito una columna de texto bastante elegante y puntual sobre los placeres de la lectura.

Y es que el incauto osó mencionar a Marx Arriaga, ese “bibliotecario improvisado”. El “demente [aquel] que pintó en letras rojas la condena fanática contra todo aquél que llevara lentes, pues revelan que se trata de un lector…”. El cual no solo no entiende el placer de la lectura, tampoco ha podido con la labor que le fue encomendada y por la cual sigue cobrando.

Sobre advertencia no hay engaño. Bajo el gobierno que titula AMLO queda terminantemente prohibido que personajes con renombrada carrera, como es el escritor Jorge F. Hernández, puedan externar su punto de vista en una columna de opinión, porque con base en ello serán cesados.

El mencionado funcionario de desempeñaba como agregado cultural de México en nuestra embajada en España y como director del Instituto de Cultura de México en la misma legación, adscrito a la Secretaría de Relaciones Exteriores. Pero bastó su opinión para que el señor Enrique Márquez, director de la “diplomacia cultural de México” en esa secretaría, le despidiera.

Primero con un comunicado —ese sí pésimamente mal escrito— donde hacía oficial la remoción basándose en: “…comportamientos graves y poco dignos de una conducta institucional…”. Cuando en las redes se empezó a señalar la incongruencia del director, este suavizó el escrito quitando el adjetivo “graves”.

Solo viendo que ello no acallaba las críticas —¡cómo esperar eso si su intolerancia y la de otros del lopezobradorismo se desnudó a la vista de todos!— prefirió salir con “otros datos”; muletilla de este gobierno, recurso trillado, harto socorrido cuando lo demás no funciona.

Hernández había surcado las aguas de la cultura, de la unión de dos pueblos, más allá de las ideologías. Su labor como agregado cultural tan solo abrevaba en una de las tradiciones que bien completa lo que ha sido nuestra gran diplomacia mexicana. Donde se invita a grandes pensadores a ser agregados culturales, cónsules y hasta embajadores en otros países representando a México. Así, Octavio Paz llegó a ser embajador en la India (además de ocupar otros puestos diplomáticos) y lo mismo Carlos Fuentes en Francia.

Además de ello, el trabajo cultural en España del hoy pensador depuesto fue importante y ampliamente reconocido por propios y extraños.

Despedirlo por expresar su amor por la lectura, no sólo es vil y despreciable, también demuestra que en la Cuarta Transformación la norma es: sometimiento o despido. La intolerancia de un malcriado del régimen malcriado hacia quien señale los yerros. Intransigencia a la mínima crítica; a la opinión compartida —por cierto— por muchos de los (que somos) lectores en México y en el resto del mundo.

Nuestra diplomacia pierde, pero también perdemos como país.

El fanatismo que deja al descubierto el desastre en que se ha convertido la gestión diplomática y cultural de este país. Señala de forma puntual que la Cancillería —ya no se diga la Secretaría de Educación Pública— ha cesado de actuar con metas de gobierno, de diplomacia, de desarrollo y se ha convertido en un títere más de los vaivenes de Palacio. Así la incongruencia y los valores perdidos.

La intolerancia también supura en la política que se hace de la lectura en México. Vislumbra una de corte dogmático, que sea férrea escuela de la ideología de la 4T. Solo importa el adoctrinamiento, toda la riqueza cultural e ideológica, más si esta proviene del capitalismo, eel neoliberalismo, de la inmediatez, del aspiracionismo, del individualismo, es intolerable para Marx Arriaga y quienes piensan como él.

No es la primera vez que en el gabinete presidencial azota la intolerancia hacia personas que han trabajado en este.

Jorge F. Hernández no es diplomático, es (era) agregado cultural y, como tal, su defensa debía ser a la lectura libre y placentera. Su opinión es eso: su opinión personalísima. Y como escritor, pero también como supervisor, habría que entender la diferencia entre la opinión del gobierno y la de un particular.

Es intolerable la intolerancia mostrada hacia un artículo de opinión. Es denigrante en lo que se ha trocado los que se decían distintos. Es triste lo que se ha reducido la Cancillería: un cancerbero que no permite a sus agregados culturales expresarse libremente en favor de la lectura.

Parafraseando a Hernández: “yo parto aquí una lanza por la libertad de lectura, por la libertad de expresión, por un hombre que tiene el valor de escribir lo que siente y de leer lo que quiere”. Yo parto aquí una lanza, porque no podemos permitir la intolerancia de la 4T a la libre expresión. No podemos continuar soslayando la intolerancia cuatroteísta hacia todo lo que señala sus yerros y sus pifias o, simplemente, algo distinto. Ante eso sí que debemos ser intolerantes y ni siquiera por estética quitarse los lentes, así sea por un momento.