Entramos de lleno al proceso electoral de 2024. Todos hablan de los precandidatos de Morena, que ya fueron destapados por el presidente AMLO. También se habla de la oposición que quiere construir la visión de un “México ganador”, impulsar el activismo político de los ciudadanos, sumar a MC en la coalición del PRI, PAN y PRD, y lograr encontrar un candidato único que los abandere.

Tal vez sería bueno que los políticos de oposición busquen el libro “Blue Ocean Strategy”, que fue publicado en 2004, escrito por W. Chan Kim y Renée Mauborgne, profesores de INSEAD.

La mayoría de las empresas trabajan bajo una competencia intensa y hacen todo lo posible para ganar participación de mercado. Los precios siempre están bajo presión, lo que representa todo un reto. Entonces debemos entender que, para crecer, el universo del mercado está compuesto por dos tipos de océanos: océanos rojos y océanos azules.

Con la estrategia para los océanos rojos se trata de competir en el espacio de mercado existente y vencer a la competencia con mejores precios, servicios y explotar la demanda actual al máximo.

Con la estrategia para los océanos azules, se trata de crear y capturar un espacio de mercado diferente, indiscutible. La estrategia apunta a capturar nueva demanda y hacer que la competencia sea irrelevante, innovando e introduciendo un producto con características superiores.

Aunque fue escrito para el mundo de los negocios, algunas de las lecciones de este libro pueden aplicarse también a la política. Veamos los casos de dos grandes disruptores que navegaron en océanos azules y triunfaron: Justin Trudeau y Emmanuel Macron.

Trudeau

El 19 de octubre de 2015, las cadenas de televisión anunciaron que Justin Trudeau, de 43 años, hijo del legendario Pierre Trudeau, había sido elegido por amplia mayoría como primer ministro de Canadá. Lo interesante es que tres meses antes muy pocos habrían apostado por una victoria del joven Trudeau.

Trudeau había sido elegido líder del Partido Liberal de Canadá (LPC) en 2013. Su partido se había convertido en un desorden y estaba muy endeudado. La percepción de los canadienses era que el LPC estaba muy por detrás de los conservadores y los nuevos demócratas.

Nadie veía venir lo que ocurrió: una gran victoria política. En menos de tres años, Trudeau llevó a su partido de 36 escaños en el parlamento a una mayoría de 184 escaños (de un total de 338).

¿Cómo lo hizo? Aplicó la estrategia del océano azul. Desafió la lógica estratégica convencional de las campañas políticas. Trudeau rompió las reglas de la competencia tradicional. Convirtió a los que no votaban y redujo los costos para convencer electores.

Tradicionalmente, en las elecciones de Canadá el abstencionismo era del 40%. Muchos ciudadanos no se molestaban en ir a votar porque no se identificaban con ninguno de los partidos principales. Estaban hartos de la negatividad y el cinismo del proceso político. Quienes se abstenían eran ignorados en las elecciones.

Los partidos políticos se concentraban en los segmentos de su voto duro. Le hablaban a aquéllos que automáticamente votarían por ellos sin importar lo que ofrecieran los candidatos. Trabajaban un poco con los indecisos para poder llegar a su objetivo.

Trudeau siguió un camino diferente. Concentró mucha atención en los “no votantes”, que eran los jóvenes y las comunidades indígenas de Canadá. Pasó mucho tiempo en universidades, estuvo activo en todas las redes sociales, se zambulló en la multitud, estrechó manos y se tomó muchas selfies.

Algo muy importante es que la campaña de Trudeau fue positiva. No utilizó anuncios de ataque negativo. Tenía un eslogan ingenioso: “¡Esto es Canadá, y en Canadá siempre es posible mejorar!”. Este mensaje funcionó para unir tanto a los votantes tradicionales como a los “no votantes”.

Cuando se contaron los votos finales, la participación subió del 60% al 70%. Trudeau logró disminuir el abstencionismo y reunió a todos los “no votantes” bajo la carpa del LPC. Sin ellos no habría ganado.

Tradicionalmente, a los candidatos tradicionales les gustan los mensajes negativos para derribar a sus contendientes. Usan costosos anuncios de televisión. Justin Trudeau lo hizo de una manera diferente. Invirtió en anuncios de televisión positivos, innovadores, contraintuitivos. Recorrió el país y comunicó su mensaje positivo en persona. Los videos de Trudeau en campaña se transmitieron y difundieron a través de las redes sociales y tradicionales. Creó un gran revuelo a menor costo.

Macron

En 2015, Emmanuel Macron, entonces ministro de finanzas de François Hollande, defendió la ley que llevaba su nombre. El objetivo del ordenamiento legal era impulsar el crecimiento, reducir el desempleo y aumentar el poder adquisitivo de los franceses. El funcionario novato tuvo momentos difíciles porque los parlamentarios de izquierda, que en su mayoría estaban de acuerdo con la sustancia de la iniciativa, se mostraron reacios a votar a favor porque la consideraban una legislación de derecha. Mientras tanto, los parlamentarios de la derecha se mostraban reacios a votar por una legislación que les gustaba, pero que estaba siendo impulsada por un gobierno socialista. A eso se le llama típico callejón político sin salida francés.

En ese momento, el ministro treintañero se dio cuenta de que la división tradicional entre izquierda y derecha, más que impedir su reforma, era un impedimento para el éxito de Francia. Entonces decidió que había llegado la hora de patear el avispero. Así, en abril de 2016, lanzó oficialmente “En Marche”, un movimiento que, para la escala de los partidos políticos franceses, parecía una pequeña organización emergente demasiado inofensiva como para asustar a los grandes partidos bien establecidos. Sin embargo, en sólo unos meses, los “Marcheurs” arrasaron con todo lo que encontraban a su paso y transformaron radicalmente la política francesa.

Macron sabía que la clave del éxito estaba en encontrar los nuevos espacios estratégicos inexplorados a los que el mercado político actual no era capaz de responder. Tenía que navegar en un océano azul. Ese espacio estratégico en Francia contenía tanto a votantes de izquierda como de derecha. Eran electores abiertos a solucionar los problemas sociales pero liberales en el frente económico. Macron aprovechó todos los errores de sus oponentes, explotando su lado joven e innovador. Así llegó hasta el Palacio del Elíseo.

El objetivo del movimiento de Macron era poner en marcha a la nación. Apoyar a Macron era una elección de estilo de vida. Las principales innovaciones y decisiones provenían directamente de Macron, el hombre que estaba en la cima, quien se llevaba todo el protagonismo. Si para Tesla el nombre era Elon Musk, y para Amazon, Jeff Bezos, para LREM el gran personaje era Emmanuel Macron. En definitiva, la estrategia de mercadotecnica política era ultrapersonalizada. Como todos los grandes disruptores, el banquero de inversiones francés que se convirtió en presidente de su país aceptó el desafío a una gran velocidad.

Trudeau y Macron desafiaron la lógica estratégica política convencional rompiendo las reglas establecidas de compromiso competitivo. Buscaron a los “no votantes” para crear grandes grupos, “océanos azules”, de votantes potenciales. Rompieron el esquema de altos costos mediante una campaña positiva y el aprovechamiento de la publicidad gratuita a través de las redes sociales y los medios de comunicación.

Las victorias de Trudeau y Macron vistas a través de la lente de la estrategia del “océano azul” demuestra que los principios clave se pueden extender con éxito a otros escenarios. La estrategia del océano azul no tiene por qué limitarse al campo comercial o corporativo. Se puede lograr mucho éxito buscando océanos azules en otros lugares, incluso para elegir al próximo presidente de México.

Javier Treviño en Twitter: @javier_trevino