Morena se ha alzado con el triunfo en 4 de los 6 estados que tuvieron elección de gobernador el domingo 5 de junio, pero para la 4T, la entidad que se convirtió en el escenario más complicado sin necesariamente serlo, y que por ello es la “joya de la corona”, sin duda, ha sido Tamaulipas.

Por supuesto que es importante haber ganado Hidalgo, Oaxaca y Quintana Roo, pero superar por más de 82 mil votos a la maquinaria panista mejor aceitada de todo el país, y el adicional de tener enfrente a un gobernador como Francisco García Cabeza de Vaca, que se jugó con todo (y perdió) el pellejo, es un triunfo que concita un sentimiento distinto, que va más allá de la simple satisfacción del resultado.

En aquella entidad del Noreste del país, el Movimiento de Regeneración Nacional y su candidato, el doctor Américo Villarreal Anaya, ganaron la campaña y la elección a pesar de enfrentar una serie de complicaciones que hubieran quebrado a cualquiera incluso con mayor experiencia en campañas electorales.

La lista es larga, pero comenzó prácticamente desde la postulación, con el fuego amigo mediante impugnaciones de quien no fue beneficiada con la candidatura, pasando por una prensa local controlada por el gobierno panista que mostró poca disponibilidad para hacer llegar el mensaje a la población, y un órgano electoral igualmente controlado desde la Casa de Gobierno, incapaz de garantizar un proceso equitativo al permitir la replicación exponencial de muchas de las conductas que PAN, PRI y PRD le reclamaban a funcionarios federales en las otras entidades donde hubo comicios.

Por si eso fuera poco, la campaña de Villarreal Anaya, como ninguna otra, se tuvo que enfrentar –mientras trataba de posicionar su propuesta a los tamaulipecos en un entorno adverso que recordaba épocas autoritarias que se creían superadas en el país– a una bien estructurada guerra sucia, cuyo objetivo no era tanto impedir que la gente emitiera su voto a favor de Morena, sino descalificar el triunfo que anticipaban las encuestas y servir de pretexto para las acciones a todas luces ilegales que emprendió el gobierno tamaulipeco en vísperas de las elecciones.

El gobierno de Tamaulipas se convirtió tristemente en lo que en 2021 y en 2022 la oposición creía que era una posibilidad que los atemorizaba y que da mucho de soporte a su base electoral: que la administración federal se erigiera extra constitucionalmente como “policía electoral”. Pero fue Cabeza de Vaca y no López Obrador el que se proclamó una especie de “paladín de la democracia” para “defender a Tamaulipas” y decirle “al pueblo” la opción que le convenía elegir. ¿Hay algo más antidemocrático que eso?

A estas alturas es claro que, con su activismo a todas luces ilegal, el gobernador panista tuvo dos logros que no fueron menores: primero, logró sembrar con base a documentos que ninguna autoridad ha validado, pero que un amplio sector de la prensa nacional y local difundieron sin cuestionar, la percepción de que el partido y el adversario de su candidato, recibieron el apoyo de grupos de la delincuencia organizada.

Y segundo, en el día “D”, cuando estaban por cerrar las casillas, en esas horas claves que en tiempos no tan lejanos les servían a los viejos mapaches del PRI como Ulises Ruiz, Chon Orihuela, César Augusto Santiago, Artemio Mixueiro, Pepe Guadarrama o el maestro de todos ellos, Manuel El Meme Garza, pudo hacer creer que la elección “estaba competida” al grado que El Financiero y Milenio TV dijeron que había encuestas de salida que por lo “apretado” del resultado no permitían dar un ganador. Nada más falso.

Francisco García Cabeza de Vaca se la jugó con el candidato del PAN, César “El Truko” Verástegui

La realidad es que lo que hizo crecer el día de los comicios al candidato de la Alianza Va Por Tamaulipas, hasta acortar a un dígito la desventaja que tuvo a lo largo de toda la campaña, no fue otra cosa que la decisión del mandatario panista de “morirse en la raya”, cosa que literalmente no ocurrirá, incluso si lo que le depara el futuro inmediato es el desafuero y la cárcel.

Cabeza de Vaca distrajo a la opinión pública nacional, con el cuento de que a Morena lo apoyaba la delincuencia organizada mientras él mismo financiaba con recursos públicos la guerra sucia y la campaña electoral de la alianza con la inexplicable complicidad de dirigentes como Marko Cortés y Jesús Zambrano, que optaron por hacerse de la vista gorda ante los excesos del gobernador, los cuales necesariamente tendrán que salir a la luz pública y ser incorporados a expedientes judiciales. “Es un tirano, pero es nuestro tirano”.

Vea usted algunos de los hechos graves que convalidaron con su silencio los dirigentes partidistas que ven como un peligro el discurso mañanero autoritario de la 4T: persecución judicial de alcaldes, detenciones ilegales de activistas y brigadas de intimidación en la jornada electoral (hombres armados que lo mismo encerraron a funcionarios y votantes en las casillas, que robaron urnas, dispararon a casas o incendiaron vehículos de activistas de Morena a modo de advertencia o intimidación).

Una situación de caos controlado para generar miedo, para inhibir el voto de Morena mientras la policía en sus camionetas trasladaba votantes a las casillas y los operadores del PAN pagaban mil y hasta mil 500 pesos por “fotografía del voto” a favor de César Verástegui, hechos que los medios tamaulipecos y nacionales poco difundieron pero que la ciudadanía sabe que contribuyó decisivamente al escenario final de la competencia.

Las trampas o los trucos utilizados por el PAN, sin embargo, no fueron suficientes. Hay que destacar que mientras se creaban “periódicos” falsos en Texas para difundir información en su contra, contra sus hijos y contra la dirigencia nacional de Morena, que nunca dejó de apoyarlo, el doctor Villarreal se mantuvo durante toda la campaña en una misma línea estratégica: básicamente privilegiando la propuesta, evitando los ataques y hablándole directamente a la gente, un trabajo de inmersión total en campo que, para entonces, ya había dado frutos y que fue lo que impidió que la guerra sucia, la intimidación y la compra de votos pusiera en riesgo el triunfo que anticiparon las encuestas.

El error del PAN en Tamaulipas

Esa es una lección a destacar de los comicios de Tamaulipas: las victorias se construyen en la campaña, pero es importante el candidato. La gente decide en función de la historia política y personal de los que aspiran, y lo que escucha que dicen u ofrecen. El gran error del PAN es haber apostado que prácticamente cualquiera que postulara podía ser gobernador porque la gente está molesta con AMLO por la cancelación del aeropuerto de Texcoco.

Se olvidó del factor local, de que César Verástegui, además de compadre de Cabeza de Vaca, fue parte de una administración mal calificada, que “bajó” la violencia criminal pero que acumuló en el sexenio casi 7 mil personas desaparecidas; que registró casi 5 mil homicidios dolosos y que además del enriquecimiento de unas cuantas familias, como en las épocas del viejo PRI, hereda como saldo de una terrible e inaceptable desigualdad más de 160 mil nuevos pobres.

No es que la alianza estuviera “moralmente derrotada”. Es que había condiciones concretas de inconformidad social que la compra de votos, por más amplia que sea, es imposible que resuelva. No alcanzo a ver cómo ni quién estuvo al frente, pero sin duda, es un triunfo de la consultoría, de la estrategia política, sobre la elección de Estado.