“Mientras los serviles trepan entre las malezas del favoritismo, los austeros ascienden por la escalinata de sus virtudes. O no ascienden por ninguna”.
José Ingenieros
Cuando la 4T y la presidenta Claudia Sheinbaum hablan del “fin del nepotismo”, como lo repitieron este fin de semana, francamente no sé de qué país están hablando. Porque, seamos claros, nunca —en ninguno— de los capítulos recientes de la historia mexicana había habido tal desfile de familiares en el poder. Y todos, ¡qué casualidad!, asociados a Morena. Hay nepotismo con sello de la casa. Los invito a comprobarlo.
Ni siquiera la tan cacareada “reforma contra el nepotismo electoral” que presume la presidenta ha servido para contenerlos. Todo lo contrario: pareciera que la aprobaron solo para reírse de ella. Total, la reforma no entrará en vigor sino hasta el 2030, justo a tiempo para beneficiar a Ruth González Silva (PVEM), que quiere ser gobernadora de San Luis Potosí cuando su esposo deje de serlo; a Félix Salgado Macedonio, listo para regresar por la gubernatura de Guerrero cuando su hija Evelyn le guarde el asiento; o a Saúl Monreal, que busca seguir la ruta de sus hermanos Ricardo y David en la dinastía zacatecana de los Monreal Ávila. El árbol genealógico de la 4T da sombra y cargos. Muchos y variados.
Ahí están los esposos diputados federales Sergio Gutiérrez Luna y Diana Karina Barreras Samaniego, acompañados de su parentela incrustada en cargos locales en Sonora y Estado de México. O los Bejarano-Padierna: Dolores y René como emblema del clan, con hermanos, sobrinos y cuñados estratégicamente colocados en el Tribunal de Justicia Administrativa, la Escuela de Administración Pública de la CDMX, la alcaldía Gustavo A. Madero y hasta el Poder Judicial.
El nepotismo, claro, no nació en la 4T. Los Yunes de Veracruz lo ilustran bien: Miguel Ángel hijo, senador, Miguel Ángel padre, suplente. Pero Morena lo convirtió en deporte nacional y, sobre todo, en modelo de partido dinástico. Una monarquía en tiempos de austeridad: María Luisa Alcalde en la presidencia de Morena y Andy López Beltrán en la secretaría general. Ni los Borbones se organizaron con tanto entusiasmo.
Eso sí, las familias se repiten como mantra: los Alcalde, los Monreal, los Batres, los Godoy, los Taddei, los Salgado… un directorio de apellidos que aparecen en el Ejecutivo, en el Legislativo y ahora también en el Judicial.
Mención aparte merecen los López Beltrán, esos hijos incómodos de ya saben quién: Andy y Bobby, protagonistas de negocios, empresas y hasta amparos –aunque hoy no los menciono, que conste–. Toda una dinastía. O los hermanos Manuel Roberto y Fernando Farías Laguna, marinos de alto rango y parientes políticos del exsecretario de Marina José Rafael Ojeda Durán, señalados no solo por su nepotismo sino por su rol en el “huachicol fiscal”.
Y ahora se suma un nuevo apellido a la lista: Pedro Haces Lago, hijo del líder sindical Pedro Haces Barba. El junior ya es diputado local en la CDMX y apunta a la alcaldía de Tlalpan para 2027. El mapa se repite: el padre abre camino, el hijo se cuelga de la escalera. De Zacatecas a Tlalpan: el país de los parientes.
Una somera lista que es suficiente para entender cómo la 4T convirtió el nepotismo en ADN político. Superan al PRI de los 50: los padres se enriquecen y los hijos heredan poder, cargos y la chequera del erario. Del PRI de los 50 a la 4T: el nepotismo nunca muere.
Nepotismo, el verdadero programa social de Morena. ¿Cómo lo ven de lema?
Giro de la Perinola
Porque no solo son los de arriba. También están los Sandoval (Irma Eréndira y sus hermanos Pablo y Netzaí), los Torruco (papá secretario de Turismo, hijo diputado), los Bartlett (con sobrinos estratégicos como Rodrigo Abdala), el matrimonio Esquivel-Márquez (ex Banxico + INEGI) o la familia Concheiro, con medio clan incrustado en la administración pública.
El cambio verdadero, ya se ve, consiste en repartir la nómina entre parientes.