“No hay tragedia que el poder no sepa convertir en propaganda.”
Refrán de la nueva república
“Si no se pone orden aquí en Uruapan, pronto a nivel nacional se escuchará un levantamiento fuerte, de voz, de justicia, y si es necesario, hasta de armas, porque la gente ya está hasta la chingada.”
Carlos Manzo
Hay enojo. Hay dolor. Hay indignación y una tristeza que traspasa partidos y fronteras ideológicas. En la gente, en redes sociales, incluso entre algunos de los mismos simpatizantes de la 4T, la muerte de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, los dejó helados. Ni los voceros más fanáticos del régimen se atrevieron —al menos no de inmediato— a convertir el asesinato en discurso.
Pero la contención duró poco. De la tragedia pasaron a la consigna del gobierno y sus fieles escuderos de siempre reaccionaron como de costumbre.
No faltó quien, desde Palacio o desde sus aledaños más serviles, encontrara el modo de sacar ventaja del horror. Eso sí, tienen la desvergüenza de llamar carroñeros, conservadores, vendidos a quienes alzamos la voz.
Mientras la viuda de Manzo, Grecia Quiroz, pedía justicia, Fernández Noroña ya había ajustado su micrófono para dictar la consigna del día: “derecha carroñera”, “oposición que se aprovecha”. Sí, eso dijo. Acusó a la oposición de lucrar con la tragedia… olvidando que Manzo fue parte de Morena. De pronto les estorbó el asesinado.
El gobierno y sus corifeos lloraron con una mano y señalaron con la otra. El drama fue genuino, el guion oficialista perfectamente ensayado. No hubo tiempo para investigar, pero sí para culpar. Las lágrimas se dosificaron por turnos y con hashtags. La indignación oficial no olía a duelo: olía a control de daños.
Fernández Noroña, tan devoto de causas lejanas, llora por Palestina pero es incapaz de dolerse por un alcalde mexicano ejecutado. En vez de empatía, discurso; en vez de solidaridad, propaganda. Lo de siempre: si conviene al relato, se sufre; si incomoda, se silencia.
Hace menos de dos semanas mataron a Bernardo Bravo, líder limonero de Apatzingán, Michoacán. Otro que se atrevió a señalar a los criminales. Y ahora, a plena vista y en medio de un festival, asesinan a Manzo después de retratarse con niños. No hay sorpresa: es mensaje.
¿Y la Guardia Nacional? En el papel, Manzo contaba con 14 elementos a su servicio. En la práctica, ni uno. (Reuters, 2 de noviembre de 2025). Las fuerzas federales habían abandonado Uruapan meses atrás. Él lo denunció, les rogó, lo gritó. Nadie escuchó. El gobierno estatal —ese monumento a la incompetencia llamado Ramírez Bedolla— se lavó las manos con cinismo. Y el federal prefirió mirar para otro lado.
A Carlos Manzo lo asesinaron los sicarios, sí, pero también la negligencia y el desprecio del poder. Lo mataron los criminales y lo remató el silencio institucional. Y todavía tienen la desfachatez de usar su muerte para acusar a la oposición de “carroñera”.
Lo “carroñero”, en todo caso, es convertir un cadáver en consigna. Es usar la tragedia para proteger el discurso de “todo va bien”. Es blindar a la presidenta mientras el país se desangra.
Porque sí, los “abrazos, no balazos” pasaron de ser una consigna hueca a un epitafio nacional. Y en este sexenio ni siquiera eso se sostiene. Omar García Harfuch —secretario de Seguridad federal— no cuenta con el respaldo operativo real ni del Ejército ni de la Guardia Nacional. Y la Marina, en vez de patrullar, anda investigando su PROPIO huachicol fiscal. Es el país de la simulación con uniforme.
Carlos Manzo fue incómodo en vida y es aún más incómodo asesinado. Denunció a su gobernador, advirtió que no simpatizaba “con sus políticas corruptas y nefastas”, y prometió defender Uruapan “si era necesario, con la vida”. Cumplió su palabra. Y ni así lo escuchan ahora la 4T y sus acólitos.
Pidió ayuda al gobierno estatal y al federal. Le mandaron discursos y abrazos. Lo único que no llegó fue el apoyo. Si así cuidan a sus alcaldes, imagínese el resto de nosotros.
No, este crimen no es un arma de la oposición. Es un espejo del país. Es el reflejo de un Estado que se dice transformador y no puede —ni quiere— garantizar lo básico: la vida.
Un asesinato muy incómodo, sí. Tanto, que el gobierno necesitó convertirlo en narrativa antes que en justicia. Y es que el asesinato del alcalde exhibe el fracaso de la 4T. Entonces, la ¿reacción? ‘De la tragedia a la consigna gubernamental, y de la consigna al olvido’.
Pero yo les digo: a partir de hoy, ya no habrá justificación que valga. México no soporta más lágrimas con guion cuatroteísta.
Giro de la Perinola
(1) Fernández Noroña acusó a Lilly Téllez de pedir “intervención estadounidense”. Pero la senadora solo envió una carta abierta al general Ricardo Trevilla, jefe del Ejército mexicano. O Noroña no sabe leer, o cree que Trevilla trabaja para el Pentágono…
(2) Otra de Noroña: Llora por guerras ajenas y calla ante los muertos propios. Así la congruencia revolucionaria de la 4T.
(3) Epigmenio Ibarra, en su infinita docilidad propagandística, declaró que “la oposición aprovecha la muerte del alcalde para golpear a la presidenta” y que “no se puede usar la tragedia como arma política”. Qué curioso: eso mismo hace él, pero con subtítulos y cámara al hombro. Se indigna cuando critican al poder, no cuando matan a un hombre. Y sí, el cineasta de la “verdad revolucionaria” encontró en este asesinato otro guion que vender.
La empatía no da rating; la obediencia sí. En su mundo, el crimen de Manzo no exhibe el fracaso del Estado, sino la maldad de los críticos. Ya solo falta que lo propongan para un Ariel por “Mejor interpretación del indignado oficial”.





