La historia reciente de México está escrita en un mismo renglón torcido: el abuso del poder presidencial. Desde Miguel Alemán Valdés (1946–1952), la política dejó de ser un discurso revolucionario para convertirse en negocio familiar.

Miguel Alemán, “el Cachorro de la Revolución”, hizo de Acapulco su paraíso personal con hoteles como Las Brisas y el Pierre Marqués. La partida secreta le dio chequera abierta: al dejar el cargo ya era magnate hotelero, mediático y bancario. Fue socio fundador de Telesistema Mexicano (hoy Televisa) y dueño de Novedades. De gobernador a presidente y de presidente a millonario, modelo que su familia disfruta hasta hoy.

Adolfo Ruiz Cortines (1952–1958) se vendió como austero, pero siguió usando dinero discrecional para sostener cacicazgos y financiar campañas. Nada se movía sin su venia.

Adolfo López Mateos (1958–1964) trajo modernización y carisma, pero también la consolidación del corporativismo sindical: líderes comprados con prebendas mientras los críticos como Demetrio Vallejo y Othón Salazar iban a la cárcel. Obras públicas infladas, contratos amañados y represión a disidentes fueron el verdadero rostro de su gobierno.

Gustavo Díaz Ordaz (1964–1970) quedó manchado de sangre en Tlatelolco en 1968. El gobierno habló de 20 muertos; periodistas extranjeros documentaron entre 300 y 500. Hubo 2,000 detenidos y alrededor de 500 desaparecidos. La represión dejó claro que el “orden y la legalidad” eran sinónimo de miedo de Estado.

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Luis Echeverría (1970–1976) llevó la partida secreta a 24% del gasto público. Se disfrazó de progresista mientras autorizaba la guerra sucia: desapariciones, tortura, ejecuciones extrajudiciales y el Halconazo de 1971. Más de 1,200 desaparecidos en su sexenio y el Campo Militar No. 1 convertido en símbolo del terrorismo de Estado.

José López Portillo (1976–1982) juró “administrar la abundancia” petrolera y acabó llorando que “defendería el peso como un perro”. El perro lo soltó: sobrevino la devaluación, la nacionalización bancaria y la fuga de capitales. Más de 20 mil millones de dólares se esfumaron en contratos inflados y corrupción. Su jefe policiaco, Arturo El NegroDurazo, amasó mansiones y fortuna gracias a la mordida y al crimen organizado.

Miguel de la Madrid (1982–1988) habló de “renovación moral”, pero ocultó cifras del terremoto de 1985 y desvió donativos internacionales. Su sexenio culminó con el fraude electoral de 1988, cuando “se cayó el sistema” para imponer a Carlos Salinas de Gortari. Por ahí anda su hijo, tratando de meterse en donde hay… Lo que sea con tal de seguir aun sin comprender que la “revolución de las conciencias” surtió efecto, que el pueblo no va a retroceder.

Salinas (1988–1994) perfeccionó el modelo: privatizó más de 250 empresas a precios de ganga, malbaratando 100 mil millones de dólares en patrimonio público. Su hermano Raúl acumuló más de 120 millones de dólares en Suiza y fue arrestado por lavado de dinero. El clan Salinas fue el emblema del priismo depredador. Además, el sexenio quedó marcado por muertes políticas: Colosio, Ruiz Massieu y el cardenal Posadas Ocampo. Un hermano más, Enrique Salinas, apareció muerto en 2004, asfixiado en su coche.

Salió a la luz una grabación filtrada de Luis Téllez, el que fuera secretario de Energía de Zedillo en la que decía que “Salinas se robó la partida secreta, completa”.

Ernesto Zedillo (1994–2000) socializó pérdidas privadas con el FOBAPROA, más de 100 mil millones de dólares que seguimos pagando. Privatizó Ferrocarriles Nacionales y poco después se incorporó al consejo de Union Pacific Railroad: la puerta giratoria en su máxima expresión. Su sexenio también carga la masacre de Acteal (1997), con 45 indígenas tzotziles asesinados por paramilitares tolerados por el Estado.

Con la alternancia, Vicente Fox (2000–2006) demostró que la corrupción no tenía siglas. Los Bribiesca Sahagún hicieron negocios al amparo del apellido, y Marta Sahagún operó como copresidenta desde Los Pinos y su fundación Vamos México. Tenía relación cercana con los Legionarios de Cristo y con Marcial Maciel, a quien elogió incluso cuando ya pesaban sobre él acusaciones de pederastia. Para casarse con Fox, Marta consiguió nulidad eclesiástica exprés con ayuda del cardenal Norberto Rivera y el propio Maciel. El sexenio se cerró con la represión brutal en Atenco (2006): muertos, heridos y denuncias de violaciones sexuales por parte de policías.

Felipe Calderón (2006–2012) inició la “guerra contra el narco” para legitimarse tras un fraude electoral. Calderón entró por la puerta trasera al recinto para recibir la banda presidencial, un acto de cinco minutos. El saldo: más de 120 mil asesinados y 30 mil desaparecidos. Su secretario de Seguridad, Genaro García Luna, hoy preso por narcotráfico, es el símbolo de esa colusión. Además, presumió la Refinería Bicentenario, que se tragó 620 millones de dólares sin producir una gota de gasolina, y la Estela de Luz, la “Suavicrema” que triplicó su costo a 1,300 millones de pesos. Calderón hoy critica desde España, como si no cargara el cementerio que dejó atrás.

Enrique Peña Nieto (2012–2018) fue la cúspide de la frivolidad y la corrupción: la Casa Blanca, la Estafa Maestra, Odebrecht, y tragedias como los 43 de Ayotzinapa, además de ejecuciones extrajudiciales en Tlatlaya (2014) y Tanhuato (2015). Su sexenio registró más de 156 mil asesinatos y 30 mil desaparecidos, cifras de guerra disfrazadas de paz democrática.

Tras siete décadas de represión, saqueo y corrupción, aparece Alejandro AlitoMoreno, actual presidente del PRI, acusando que México vive una “narco-dictadura autoritaria”. Lo dice sonriente en foros internacionales, fue indignado a Washington a pedir la intervención militar y se reunió con una congresista republicana María Elvira Salazar, luego estuvo junto a Dina Boluarte en Perú. Moreno hace todo esto mientras arrastra mansiones valuadas en cientos de millones, 35 propiedades trianguladas con prestanombres y audios donde se le atribuye: “A los periodistas no hay que matarlos a balazos, papá, hay que matarlos de hambre”.

El PRI no descubrió el autoritarismo: lo parió, lo crió y lo heredó. Moreno al “acusar” solo exhuma al PRI y el olor denso a corrupción, a represión, a enriquecimiento ilícito, a impunidad y a un odio que emerge impregnándolo todo…