“Me pareció que la vida me hacía una advertencia y me enseñaba para siempre una lección: la lección del honor escondido, de la fraternidad que no conocemos, de la belleza que florece en la oscuridad.”
PABLO NERUDA
Trump se ha radicalizado. Está enojado y, peor aún, es capaz de todo. Y no lo digo como hipérbole: ya lo demostró.
No me refiero —solo— a sus aranceles de balazo al pie. Hablo de su decisión trumpiana de tomar el control de la policía local de Washington D.C. Ni siquiera en la Segunda Guerra Mundial, tras el ataque japonés a Pearl Harbor, Franklin D. Roosevelt —presidente de EU en ese momento— se atrevió a algo así.
Quien sí lo hizo, en tiempos excepcionales, fue George W. Bush, después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Pero incluso él revocó su propia decisión antes de que terminara ese mismo año.
Trump, en cambio, justifica que la inseguridad en la capital estadounidense es “peor” que la de Pakistán o incluso que la de la Ciudad de México —lo cual, admitámoslo, ya es decir algo—. Para él, que se haya asesinado a un becario del Congreso y a un exintegrante de DOGE es prueba de que Washington D.C. está en el top ten de las capitales más peligrosas del mundo. No lo dice como ocurrencia: lo lanza como advertencia. Y, tratándose de Trump, cuando amenaza, cumple.
Su decisión es monumental en un país que presume de pesos y contrapesos, de federalismo y división de poderes. Y, para rematar, la toma justo en la capital, donde residen esos mismos poderes. La ironía nunca ha sido su fuerte.
Trump ya no es el “TACO” (Threats Are Cheap Only) que algunos creían: si se siente amenazado o considera que una ciudad no garantiza seguridad a sus habitantes, actúa. Así, sin pedir permiso ni hacer preguntas incómodas.
Sumemos a eso que ya declaró “terroristas” a diversos grupos que venden drogas en EU, y que insiste en que su país está siendo atacado desde el exterior. El resultado: la peor combinación posible. Su Make America Great Again está tomando una nueva dimensión: ya no es únicamente una batalla contra enemigos externos, sino una guerra interna contra estadounidenses a quienes él considera “traidores”.



Cierto es que Washington D.C. lleva años con un problema serio de pandillas “MARAS”, originadas en El Salvador. Y si Trump asocia esa violencia con migrantes, no habrá clemencia. Mucho menos dejará que la policía de D.C. conserve su autonomía.
La señal es clara: para él, EU está bajo ataque, dentro y fuera. Y protegerlo implica no detenerse ante límites, fronteras o soberanías. Bajo su óptica, lo que haga en países donde operan cárteles como el de Sinaloa o el CJNG es una “acción necesaria” para limpiar la casa.
Si en Latinoamérica, y sobre todo en México, no han captado la advertencia, todo lo demás será pecata minuta. Trump puede ser “TACO” cuando le conviene económicamente, pero cuando se trata de seguridad interna, no hay bravuconada que se quede en palabras.
La experiencia en América Latina debería servirnos de ejemplo: la militarización, ya venga de izquierda (Castro en Cuba) o de derecha (Pinochet en Chile), no garantiza mayor seguridad. Ni siquiera aquí, donde vivimos militarizados y seguimos contando muertos y desaparecidos todos los días.
El anuncio de Trump también es mensaje para narcos, terroristas, criminales organizados y políticos corruptos. Hoy es la policía de Washington D.C.; mañana podría ser cualquier otra policía estatal… o cualquier país que él considere foco de “organizaciones terroristas” (con Maduro en la mira incluida).
Trump avisa tiempos aciagos. Y si algo ha dejado claro, es que la advertencia nunca llega sola: llega con botas, uniforme y la certeza de que, le guste a quien le guste, hará lo que quiera.