Hay nombramientos que pasan sin cambiar el pulso de un país y hay otros que, por sí solos, anuncian un reacomodo ético. La designación de Ernestina Godoy como primera fiscala autónoma y titular de la Fiscalía General de la República pertenece a este segundo grupo: una decisión que, en un país atravesado por la impunidad, abre una rendija para imaginar una justicia menos sometida por pactos ocultos y más comprometida con la verdad. No tengo mayor pronunciamiento sobre el fiscal Gertz Manero más que el reclamo por su negativa a implementar el Banco Forense de personas desaparecidas, la negativa por endurecer la búsqueda de víctimas de trata de personas, así como el abuso institucional que tan solo parecía efectivo al tratarse de sus familiares.

Ernestina Godoy rompe el esquema. El impacto de su llegada no se explica únicamente por su condición de primera mujer al frente de la FGR —aunque ese hecho, por sí mismo, rompe una muralla histórica— sino por algo aún más relevante: su desempeño riguroso, documentado y altamente eficaz al frente de la Fiscalía de la Ciudad de México, donde dejó evidencia empírica de que la procuración de justicia puede desmarcarse de la arbitrariedad y de las redes impunes que operan en la sombra.

Durante su gestión en la capital, Godoy encabezó investigaciones que tocaron intereses que durante décadas habían permanecido blindados por la política y por la intimidación. Su fiscalía demostró que sí es posible construir expedientes sólidos contra grupos inmobiliarios coludidos, contra estructuras de corrupción delegacional y contra redes que usaban el Estado para obtener beneficios privados. Más aún: logró integrar carpetas que resistieron los embates judiciales de quienes creían que la ley era un adorno para otros. Demostró que el feminismo implica legalidad, rigurosidad y una ruptura del pacto patriarcal que pudo alcanzar a varios poderosos, pues el poder puesto a disposición de la justicia implica que sea posible perseguir hasta a quienes presumen ser dueños del sistema.

Ese rigor —técnico, jurídico y administrativo— es lo que la hace excepcional. No hubo espectáculo ni estridencia. Hubo método. Hubo datos. Hubo procesos internos de profesionalización que disminuyeron tiempos de atención, fortalecieron la investigación pericial y establecieron criterios más estrictos para proteger a víctimas de violencia de género.

Esa es la Ernestina que ahora llega a la FGR: una funcionaria probada no en discursos, sino en una de las fiscalías más complejas del país. Su trayectoria en la CDMX contradice la narrativa de que la corrupción es un monstruo inamovible. Ella demostró, con cifras y resoluciones judiciales, que el poder sí se puede acotar cuando hay voluntad institucional.

Las columnas más leídas de hoy

A Ernestina le hicieron lo que siempre le hacen a las mujeres que no se someten: la intentaron destruir a punta de mentiras. Pero los expedientes hablan más que las campañas negras. Hoy es la primera Fiscala.

Y es cierto. Godoy enfrentó una ofensiva política orientada a impedir su continuidad en la capital. La respuesta no fue un contraataque retórico, sino la solidez de los casos investigados, los procesos concluidos y la estructura fortalecida que dejó tras su paso. Ese es su sello: el trabajo que se sostiene incluso después de que ella se marcha. Se negó a negociar la impunidad, hoy está en la cima.

Su llegada a la FGR es una victoria de las víctimas que han esperado demasiado. También es una advertencia a quienes presionan desde dentro y fuera de las instituciones para que la justicia siga siendo una negociación y no una garantía.

No hay ingenuidad posible: la Fiscalía General de la República es un territorio minado, atravesado por inercias de décadas. Pero por primera vez se abre la posibilidad de que su titular no esté ahí para administrar silencios, sino para investigar sin miedo, para profesionalizar equipos, para reconstruir capacidades que fueron erosionadas por años de abandono y para romper el pacto tácito que ha permitido que la impunidad siga siendo la regla.

Ernestina Godoy llega con el peso simbólico de ser la primera mujer que ocupa el cargo, con la autonomía plena para la persecución delictiva y una trayectoria presumible con el dúo dinámico de la mano a Omar García Harfuch al frente de Seguridad, una fórmula probada pero también con algo más importante: llega con la autoridad moral y técnica que otorgan los resultados.

Y eso, en un país con heridas abiertas y verdades pendientes, es una noticia que merece escribirse con esperanza, pero también con exigencia. La justicia, cuando por fin tiene rostro de mujer y trayectoria de integridad, se vuelve menos un ideal y más un horizonte posible.

Es tiempo de mujeres, de justicia para las víctimas, de respaldo a las abogadas y defensoras que nos representan. De ser manada, de pacto matriarcal tejido y ceñido en la justicia que tanto prometieron pero nunca había llegado, al menos, no como hoy: Ernestina Godoy, fiscala de la República.