“El dominio implica a menudo trabajar y trabajar y obtener pocas mejoras; tal vez con algunos momentos de fluidez como impulso; luego con un ligero avance; y luego con más y más trabajo en esta nueva etapa, ligeramente superior. Es extenuante, desde luego, pero ese no es el problema; es la solución.”

—Daniel H. Pink

“Into the boundary of each married man / Sweet deceit comes calling / And negativity lands.”

—Elton John

Pobrecito Andy. Extenuantes jornadas de trabajo. En serio, más allá de la burla, más allá de la envidia que sentimos por no poder tomarnos unas vacaciones en Japón tras una pesada jornada, más allá de que le llamamos “Andy” o “juniorzazo” y no Andrés Manuel hijo… ¡pobre!

Pobre porque, siendo Japón tierra de excelente beisbol —y él, fan declarado— no haya pisado ni un estadio durante su sacrificada estancia.

Pero mi punto: el hombre se sacrificó. Y no lo digo con sarcasmo (bueno, tantito sí), lo digo convencida de que su viaje, sus lujos y su patética cartita forman parte de una estrategia cuidadosamente orquestada: la de salvar al senior.

¿Salvarlo de qué? El que AMLO que empieza a sonar más en los expedientes de la DEA que en las mañaneras. De las broncas en Tabasco, que ya ni Edén ni nada: hoy es tierra de criminales prófugos y gobiernos omisos. De Adán Augusto, ese exsecretario de Gobernación al que no se puede tocar ni con el pétalo de un PAN empapado en atole.

Sí, Andy es el peón sacrificado en esta partida. Y lo hace con esmero: compra ropa de diseñador, se pasea por Tokio, redacta cartas conmovedoras (si uno tiene menos de cinco años), y así, mientras todos hablamos del hijo, dejamos de hablar del padre. Qué práctico.

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Es más, estoy por creer que toda la familia —incluido José Ramiro, el hermano que no suele figurar salvo cuando huele a encubrimiento— se ha alineado para ofrecer a sus “retoños” en sacrificio mediático. Que todos hablen de los hijos, y así, por un rato, dejen en paz a los padres.

Mientras tanto, en el Congreso, la mayoría morenista le negó a la oposición siquiera la oportunidad de discutir si Adán Augusto debía separarse de su cargo para ser investigado por sus presuntos vínculos con “La Barredora”, una organización criminal cuyo líder, Hernán Bermúdez Requena, fue secretario de Seguridad en su gobierno y hoy está prófugo.

¿Y la respuesta oficial? Cero. Silencio. Un silencio blindado por votos a mano alzada y por puertas cerradas a la prensa. Porque, claro, si todo son “tiznadas”, como dice Adán Augusto desde su curul, ¿por qué no dejar que lo investiguen? ¿Por qué aferrarse al fuero como quien se agarra de un salvavidas inflable en altamar?

La 4T no se dio cuenta (o peor: sí se dio cuenta y le dio igual) de que proteger así a Adán Augusto y usar a Andy como cortina de humo —o de sushi, según el antojo— tendrá un costo. Y será alto.

Porque quien se sabe inocente no necesita trincheras, necesita transparencia.

Y Andy… bueno, Andy sabe que se ha sacrificado. Si no, su comportamiento sería simplemente absurdo. Porque “lo accesorio sufre la suerte de lo principal”, y si el padre se hunde, el hijo también. Así que mejor ponerse el traje de víctima antes de que lo vistan de implicado.

Pero no suframos demasiado por Andy. Él y su familia son devotos del beisbol, y en ese juego los sacrificios son estratégicos. El que se sacrifica hoy puede brillar mañana. Claro, si el partido no se pierde antes por abuso de confianza, corrupción o vínculos con el narco.

Lo único que queda por ver es si el “sacrificio” de Andy será temporal, como en el beisbol, o permanente, como en la política cuando se topa con el juicio de la historia (y de los votantes). Porque mientras millones sí tienen extenuantes jornadas de trabajo y ni de lejos pueden soñar con escaparse a Japón, él espera que le aplaudamos por sacrificarse… en Harajuku.