“Todo pesa, todo es un lastre para el camino. Para el camino del viajero y el de la vida hay que ir ligero de equipaje.”
FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ
Adán Augusto López Hernández ya no es presidenciable. Ya no es operador confiable. Ya no es “el hombre fuerte de Tabasco”. Ahora es un apestado político con carné y tarjeta de presentación. Un cadáver político caminando entre facturas y transferencias millonarias.
La lista de acusaciones es un catálogo de horrores: pagos millonarios, contratos cruzados, empresas fantasma, ingresos inflados. Todo mal. Todo apesta. La corrupción se pasea como perro suelto en un jardín de ilusiones.
Periodistas y reportajes han documentado transferencias por 79 millones de pesos entre 2023 y 2024. Empresas privadas. Algunas, contratistas del gobierno de Tabasco cuando él gobernaba. ¿Coincidencia? No. Esto no es casualidad; es una telenovela de corrupción en technicolor, con guión, dirección y cameo del SAT.
Los números no cuadran. En 2023 declaró ingresos por 7 millones. Las investigaciones apuntan que habría recibido casi 20 millones de un grupo de empresas vinculadas. Las cuentas bancarias no entienden de “otros datos”. La matemática es más honesta que López Hernández y más clara que su ética.
El caso más escandaloso: GH Servicios Empresariales. Una empresa tachada como fantasma por el SAT. López jura que todo se resolvió en 2018, que ya no había problema. Perfecto. Lo que no explica es por qué esa misma empresa terminó pagándole “servicios profesionales”. Servicios, dicen. Traducción: dinero con corbata y perfume caro.
Su defensa es predecible: todo legal, todo declarado, los medios manipulan. La cantaleta de siempre. Todos los corruptos antes de caer dijeron lo mismo. Todos. Como un coro desafinado que repite excusas como letanías.
El marco legal es claro: si omitió ingresos o mintió en sus declaraciones patrimoniales, podría ser inhabilitado. El conflicto de interés está ahí, grotesco, como un letrero luminoso que nadie quiere leer. Compañías beneficiadas con contratos en su gobierno terminan siendo sus clientes. Huele mal. Apesta. Y aunque jure que no influyó en los contratos, aunque diga que todo fue después, aunque enseñe papeles del SAT, la duda ya lo sepultó. No hay retorno cuando el tufo a tráfico de influencias se instala y se convierte en vapor que impregna todo el palacio de la 4T.
Adán Augusto pasó de carta fuerte a lastre. De aspirante a desecho. De presidenciable a cadáver político en cámara lenta. Cada paso que da, recuerda que la 4T presume pureza mientras apesta por dentro. La moral oficial se lava las manos mientras los ríos de dinero corren debajo de sus puentes de cristal.
La 4T se regodea en moral. Se enjuaga en su discurso hasta que brilla como espejismo en el desierto. Pero su “senador doble AA” está intoxicado de sospechas y la corrupción le sonríe como pariente incómodo que no quiere irse. En política, como en la vida, el alcoholímetro de la ética no perdona.
La presidenta Sheinbaum puede fingir distancia. Puede mirar hacia otro lado. Puede repetir su mantra de honestidad hasta que suene como disco rayado. Pero este escándalo le revienta en las manos. Porque el discurso de pureza no admite excepciones. Si uno de los suyos huele a podrido, el hedor alcanza a todos. Y Adán Augusto no sólo apesta: ha inundado de podredumbre toda la narrativa de la 4T.
Giro de la Perinola
Hoy es López Hernández. Mañana será otro. La pureza oficial se resquebraja como vidrio bajo martillo. Cada aliado manchado hace crujir la moral. Cada contrato turbio, cada pago sospechoso, cada silencio cómplice es una ficha que cae en el tablero de la ruina de la 4T. La narrativa de honestidad se convierte en un chiste de mal gusto. La ruina empieza por los propios. Y si alguien aún cree en la 4T como proyecto de ética y transparencia, que revise cuentas, contratos y pagos de uno, de otro, de cualquiera. La corrupción tiene nombre, apellido y cargo: senador doble AA.