México ya no es el mismo desde que eligió a su primera presidenta. La llegada de Claudia Sheinbaum a Palacio Nacional no solo rompió un techo de cristal histórico, también abrió un nuevo capítulo en la forma de gobernar. Su sello comienza a notarse: claridad en la estrategia, firmeza en la ejecución y la voluntad de que la consigna “llegamos todas” se transforme en acciones concretas.
Los resultados hablan por sí mismos. En contraste con sexenios previos, la reducción del 25.3 % en homicidios dolosos durante los primeros diez meses de su administración se traduce en 22 vidas salvadas cada día. No es un logro menor. Significa que hay una estrategia clara —atención a las causas, fortalecimiento de la Guardia Nacional, inteligencia e investigación, coordinación entre gobiernos— y que esa estrategia funciona. Las reuniones diarias del gabinete de seguridad, con la presidenta al frente, son hoy el centro de decisiones que impactan en todo el país. También significa que discretamente, se ha emprendido una estrategia basada en inteligencia para romper pactos locales qué habían sido acuerdos de tolerancia para la criminalidad. Ningún gobierno había logrado avanzar tanto en identificar laboratorios de drogas, vínculos con gobiernos municipales, decomiso de fentanilo y huachicol hasta rastrear redes de complicidad hasta máximos niveles.
Pero Sheinbaum no se ha limitado a la seguridad. Su forma de gobernar también se proyecta en el escenario internacional. El mundo ama a Sheinbaum. Apenas en su primer año ya ha estado presente en las grandes cumbres: G20, Celac, G7, además de encuentros bilaterales con líderes de potencias mundiales. Las mujeres del deporte, política, arte y activismo reconocen el mensaje de paz que sostiene Claudia y muchas se reconocen en la firmeza con la que se sobrepone a la estridencia y al machismo, especialmente, al de norteamerica. México, que durante años se mostró replegado, vuelve a ocupar un lugar en las conversaciones globales. La propuesta de una cumbre por el bienestar económico de América Latina y el Caribe es más que diplomacia: la visión de una región que apuesta por la integración frente a la incertidumbre internacional.
El Plan México es quizá el emblema más audaz de su proyecto: blindar la economía ante las presiones arancelarias de Estados Unidos y al mismo tiempo potenciar la producción nacional. El objetivo no se queda en lo retórico: pasar del lugar 12 al 10 entre las economías más grandes del mundo, generar millón y medio de empleos, garantizar que el 50 % del consumo nacional sea hecho en México y abrir la puerta a inversiones por 280 mil millones de dólares. Ambición con anclaje en cifras.
Claudia Sheinbaum ha dejado claro que hay continuidad con la Cuarta Transformación, pero también un estilo propio. Tiene proyecto de país que rebasa los techos fijados por el esquema base de la 4T y ha sorteado las crisis dentro de Morena con un escenario muy particular, pues aunque parecía rodeada de tiburones hambrientos, bastaron meses para que sus críticos fuesen debilitandose poco a poco, ya sea por sus escándalos o por sus excesos. El proyecto de país convoca a los gobernadores al Palacio Nacional y entiende que la política con rostro femenino puede ser también política de diálogo con resultados pero con límites a quienes han intentado someterlo desde el Congreso.
Este 1 de septiembre, en su primer informe, la presidenta podrá presentar algo más que discursos: podrá mostrar a un país que empieza a ver diferencias tangibles. Porque lo que Sheinbaum representa trasciende el género y la historia: es la posibilidad de demostrar que una mujer en la presidencia es eficacia, visión y liderazgo. Tiene equipo sólido y ha sido tan inteligente que aquellos inicialmente pensados como sus enemigos, pronto se convirtieron en aliados para meter en cintura a los rebeldes exgobernadores de Morena.
Porque si algo ha caracterizado a Claudia Sheinbaum en este arranque de gobierno es el estoicismo. La serenidad para enfrentar las tensiones con Estados Unidos, la convicción de que la seguridad no es solo contención de la violencia sino pilar del bienestar, el valor para romper pactos que se creían intocables y la firmeza de sostener el aumento histórico al salario mínimo junto a programas sociales que han reducido la pobreza. Cosechar lo que sembró AMLO teniendo brillo propio pero con la memoria histórica del equipo que siempre formaron. Esos son los cimientos del proyecto de gobierno más ambicioso que ha conocido México en materia de crecimiento y mejoría social.
Que esto ocurra, además, en medio de turbulencias económicas internacionales, habla de una presidenta que no improvisa, que entiende el tiempo histórico y que gobierna con el doble desafío de honrar una herencia y, al mismo tiempo, escribir su propia página. México tiene ante sí la oportunidad de comprobar que, con visión y liderazgo, un país puede crecer, redistribuir y garantizar derechos. Y, por ahora, el inicio no podría ser más prometedor.
La pregunta es si la estrategia resistirá la prueba del tiempo. Porque los primeros meses suelen ser los más favorables para cualquier gobierno: el bono democrático, la novedad, la expectativa. Lo difícil será mantener la tendencia a la baja en los homicidios, cumplir con la promesa de crecimiento económico y, sobre todo, lograr que los programas con enfoque de género se traduzcan en cambios reales en la vida cotidiana de millones de mujeres. Consolidar la sociedad de cuidados con una política que los valorice, redistribuya, comparta y reconozca.
Sheinbaum se mueve en el filo entre la herencia de la Cuarta Transformación y la necesidad de construir un legado propio. Hasta ahora, ha conseguido proyectar firmeza y resultados iniciales. Pero México es un país de contrastes que no perdona fácilmente el optimismo prematuro. Hasta ahora, sortea con habilidad y ecuanimidad los retos. El mejor comienzo.