“Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes”.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET
Ahogado el niño, tapan el hoyo… La pipa explotó en Iztapalapa y el gobierno de la CDMX volvió a exhibirse tal cual es: negligente, desordenado, cínico. Una radiografía de la incapacidad pintada en llamas.
Primero culparon al chofer: exceso de velocidad. Después, a la empresa, que ni permiso tenía. Del (los) bache(s), nada. Eso sí: en cada versión, Clara Brugada y su equipo se hunden más en el pantano de su propia incompetencia.
Porque lo central se repite: la empresa era ilegal, pero contratada con recursos públicos. Piperos sin permisos, abrazados y protegidos por el gobierno para sostener un sistema que presume “orden”, pero opera en el caos. Ilegal, pero útil. Incumplida, pero mimada. Empleada, aunque no cubriera ni lo básico.
¿Quién firmó? ¿Quién autorizó? ¿Quién cobró? Preguntas que rebotan en un muro de silencio. Todos demasiado ocupados buscando a quien culpar.
“¡Fue el chofer!”, repiten como loros. ¿Y los permisos? ¿Y la supervisión? ¿Y la responsabilidad del gobierno que contrata piratas? Nada. El triple silencio.
Y mientras, el gobierno federal hace de guarura servil, justificando lo injustificable. Sheinbaum aplica la receta de siempre: “la próxima semana habrá nuevas reglas”. La próxima semana. Siempre la próxima semana. Nunca hoy, nunca ya. Como si las vidas perdidas pudieran esperar al calendario de su excel.
Pero todo fuese eso. El problema no es la ausencia de reglas, sino que nadie las cumple. Y menos aún las autoridades que deberían hacerlas valer. ¿O lo saben y por eso el silencio cómplice desde Palacio?
Entre tanto, la tragedia: muertos, heridos, familias devastadas. La autoridad ni siquiera sabe contar. Ni la lista de víctimas respetan. Una burla a la dignidad.
Los testimonios son dagas: una abuela muere protegiendo a su nieta; vecinos corren entre llamas; reporteros reconstruyen lo ocurrido porque el gobierno calla o miente.
Y la cereza del desastre: el discurso oficial. Según ellos, la crisis hospitalaria no es por falta de camas ni médicos, no es por el abandono del sistema de salud: es culpa del “tamaño de la tragedia”. ¡Vaya explicación! El cinismo convertido en política pública.
La Concordia estalló. Y con ella la ficción de un gobierno eficiente. Lo que vimos fue la constante: parches, ocurrencias, excusas. Una jefa de gobierno más preocupada por propaganda que por tapar agujeros; más interesada en cuidar la sucesión que en proteger ciudadanos. “Así gobierna Morena la capital”, se le debe decir a Luisa Alcalde. Con los discursos de cambio y las prácticas podridas de siempre. Con la diferencia de que ahora ni los pretextos saben dar bien.
Clara cayó en un bache. Y arrastró consigo a toda la Ciudad de México.