“Cuando el poder ya no puede justificarse, empieza a hacer ruido.”
Elías Canetti
“La vulgaridad es la forma más eficaz de dominación.”
Pier Paolo Pasolini
Jaloneos, empujones, empellones y greñas al aire. El Congreso de la Ciudad de México no fue escenario de un debate, sino de una estrategia: convertir la política en espectáculo degradado. No para convencer, sino para distraer. No para legislar, sino para banalizar lo que se estaba destruyendo. Quizá así se entienda con más precisión: La greña como política de Estado.
Porque el problema no fue el pleito. El problema fue lo que ocurrió MIENTRAS el país miraba el pleito.
Desaparecer un Instituto de Transparencia no debería ser tema de discusión en ninguna democracia que se precie de serlo. La transparencia no es un lujo institucional ni una excentricidad tecnocrática: es el MÍNIMO indispensable para que el poder no se convierta en botín.
Y, sin embargo, en la CDMX se extinguió el Instituto de Transparencia y Acceso a la Información como si se tratara de un trámite menor, casi administrativo.
Después vino la simulación: inventar un órgano sustituto. No autónomo, no colegiado, no plural. Un Frankenstein burocrático diseñado para depender del mismo poder que debería vigilar. “Transparencia vigilada por los vigilados”. Rendición de cuentas administrada por quienes tienen todo que ocultar.
Eso fue lo que detonó la protesta panista y el zafarrancho posterior. Porque el acuerdo previo era que el nuevo órgano decidiera de manera colegiada. A última hora, Morena borró ese candado y se agandalló el control total de la información pública. El desgreñadero fue la consecuencia visible; la desaparición de la transparencia, el daño real.
Mientras las diputadas se jalaban el pelo, el mensaje quedó claro: aquí no se discute el fondo, se anula. La greña no fue un exceso, fue un recurso. El ruido sustituye al argumento; el escándalo sepulta el contenido. Política de distracción masiva. Sí, tomaduras de pelo como política pública.
No fue “máscara contra cabellera”. Fue la institucionalización del ridículo. Ni la Lucha Libre cae tan bajo: ahí hay reglas, narrativa y público consciente. En el Congreso hubo vulgaridad sin guion y poder sin pudor.
Pero la tomadura de pelo no terminó en Donceles.
En paralelo se cocina otra burla: las llamadas “leyes para las esposas”. Claudia Sheinbaum ha insistido en que los cargos públicos no deben heredarse entre familiares. Lo dice la presidenta. Lo repite Morena de dientes pa’ fuera. Pero el Congreso —dominado por la 4T— dejó abierta la puerta para que eso ocurra. Tan abierta, que el partido tuvo que “corregir” el problema en sus estatutos, no en la ley. Una solución cosmética para un vicio estructural.
Mientras tanto, Samuel García y Ricardo Gallardo no disimulan. En Nuevo León y San Luis Potosí juegan la carta de la paridad de género para legitimar proyectos político-conyugales. Mariana Rodríguez y Ruth González perfiladas como candidatas inevitables, no por trayectoria, sino por vínculo marital. El poder convertido en patrimonio familiar, envuelto en discurso progresista.
La contradicción no es accidental: es sistémica. Se condena el nepotismo en el discurso mientras se normaliza en los hechos. La 4T está poblaaaaada de apellidos que viven del presupuesto: Monreal, Taddei, Alcalde, Batres, Padierna, Gutiérrez Luna… familias completas incrustadas en el Estado. Antes de frenar la “ley esposa”, habría que desmontar las dinastías internas, señora Sheinbaum.
Sí, esto ocurre en todos los partidos. Pero hoy la 4T lo ejerce con mayoría, con poder y con una narrativa que pretende convertir la simulación en virtud.
Lo ocurrido en el Congreso de la CDMX y lo de las esposas-gobernadoras no son episodios separados. Deben verse en CONJUNTO. Son expresiones de la misma lógica: degradar la política hasta volverla irrelevante, para que el control pase inadvertido. Que el ciudadano se ría del pleito mientras le cierran el acceso a la información. Que se indigne por las greñas mientras le heredan el poder.
Esas son las verdaderas tomaduras de pelo. Esas. No la pelea, no el jaloneo, no el video viral. El engaño es que todo eso ocurra mientras se vacían las instituciones, se patrimonializa el poder y se normaliza la burla al ciudadano.
Y lo más grave: que empiece a parecernos de lo más normal.






