“El tiempo es vida; y resulta indigno vender al mejor postor lo que nos ha sido regalado.”

RAIMON SAMSÓ

La causa de los 43 desaparecidos de Atyozinapa ya podrá esperar otros once, veinte o cincuenta años. Lo que no podía esperar, ni un segundo más, es la repartición de cargos. Y ahí, como es costumbre, el instinto político de los más despreciables es más fuerte que cualquier promesa, lucha y anhelo de justicia.

No, no es de ahora. Lo que sucede es que hoy en día es tan lamentable como evidente. En México, y más con la 4t, los abogados de las demandas sociales más sentidas terminan siendo premiados con una oficina, una nómina, un cargo o un reconocimiento en algún edificio público. Es la forma en que el obradorismo agradece los servicios: menos justicia, más huesos.

Tocó el turno de Vidulfo Rosales, que durante más de una década se presentó como la voz de los padres de los normalistas de Ayotzinapa. El oportunista se instalará a “laborar” en el despacho del nuevo presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. De defensor del pueblo a funcionario del poder en un solo salto.

Su trayectoria no se puede negar: más de una década en el centro de una tragedia que usó como plataforma. Que usufructuó como el que más. Hizo señalamientos contra el Ejército, discursos inflamados, marchas interminables… Todo ese teatro político encontró al fin su desenlace natural: un cargo en la Corte.

Y claro, no se va discretamente. ¡Qué va! Se despide diciendo que parte “con dignidad”; que estuvo en todo momento en la primera línea de la lucha social. Qué conveniente: dignidad que huele más a cheque quincenal y aire acondicionado que a convicción.

Las columnas más leídas de hoy

A ver, a ver, a ver: la incongruencia de los morenistas y sus simpatizantes no es novedad. Lo vimos a todo color con el propio expresidente López Obrador. El opositor que acusaba al Ejército de represor, terminó blindándolo como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas. ¿Entonces sorprende que Rosales haga lo mismo? ¡No! Donde antes había acusaciones, ahora hay agradecimientos y complicidades.

Y los padres de los 43 quedan nuevamente a la deriva —no que la defensoría de Vidulfo fuera en serio—, con una herida abierta y con la certeza de que su supuesto aliado decidió cambiar la consigna por un hueso. No hablamos de cansancio ni de retiro voluntario; se trata de cobrar el capital político acumulado.

Porque, seamos claros: la tragedia de Iguala es real, pero el negocio del dolor también lo fue. Y a diferencia de los desaparecidos, el dinero y los puestos sí aparecen puntualitos, bien puntualitos, cuando toca repartirlos.

Habrá quien diga que Rosales merece un reconocimiento por tantísimas extenuantes jornadas de trabajo. Yo digo que lo único que merece es cargar toda la vida con el peso del dolor de los jóvenes cuya memoria convirtió en trampolín político. Que el desprecio de los padres —y de nosotros los críticos— no se lo quite ni el mejor despacho del máximo tribunal constitucional.

El caso Ayotzinapa, ese que la 4t prometió sería un parteaguas en la historia de la justicia mexicana, terminó siendo un peldaño más en la carrera de un oportunista.

Porque en este país, la indignación se negocia, el dolor se alquila y la memoria se vende. Y al final, como siempre, pudo más el hueso.