“La política italiana es un circo, sin ni siquiera domadores, sólo payasos.”
ANDREA MUCCIOLO
Entre lo serio y lo chusco parlotean nuestros legisladores. Porque francamente, el trabajo que realizan solo ha logrado convertir ambas cámaras en un circo de dos pistas.
En la discusión sobre la reforma a la Ley de Amparo en el Senado, la propuesta de retroactividad resultaba abiertamente inconstitucional. El artículo transitorio de la llamada “reforma cuatrotera” no solo violaba principios básicos del derecho, sino que creó un problema que luego intentaron “solucionar” eliminando aquello que ellos mismos habían aprobado.
Y ahora quieren hacernos creer que, con borrar ese pedazo, la reforma ya quedó “limpia” y constitucional. Nada más falso.
El despropósito es de tal magnitud que habría que rebautizarla como Ley del desamparo.
En este espectáculo tragicómico no podía faltar Arturo Zaldívar, expresidente de la Suprema Corte, quien en su momento intentó también colar un transitorio para alargar su presidencia —aunque no le resultó—. Ahora sale a pedir “respetuosamente” que el Legislativo retire el artículo, como si no supiera de memoria las mañas que él mismo ayudó a institucionalizar.
Aun sin el transitorio, la reforma vacía de contenido al amparo. Le quita su fundamento, y con él desaparece la última defensa de la ciudadanía frente a los abusos de autoridad. Si a eso sumamos el control que el régimen mantiene sobre los tres poderes, los augurios para la democracia, los derechos humanos y la justicia son, por decirlo con elegancia, de pronóstico reservado. Por no decir, francamente, funestos.
Parece que el juego de la 4T consiste en empujar todo lo posible, ver hasta dónde se rompe la cuerda y, luego retirar solo aquello que hace demasiado “ruido”. Lo demás —la inmundicia jurídica, el autoritarismo disfrazado— se queda. Así fue con la reforma al amparo, y así con la siguiente joya legislativa: la Ley de los payasos.
El diputado morenista Armando Corona Arvizu presentó su genial ocurrencia: una iniciativa “antimemes”, ya bautizada en redes como ley anti stickers. Su texto proponía cárcel a quien se burlara de alguien mediante un sticker o un meme, y la pena se duplicaba si el afectado era un político o funcionario. Hasta seis años de prisión por hacer chistes.
La reacción fue inmediata. Las redes ardieron. El diputado reculó, ofreció disculpas y prometió que su iniciativa “ya no aplicará” a servidores públicos. Pero, en este país, hasta no ver, no creer.
Más allá del evidente distractor que es, la propuesta revela algo más preocupante: no toleran la burla. Y eso es un error monumental. Dejar que un pueblo se ría de sus gobernantes es una de las válvulas de escape más baratas y eficaces para cualquier régimen.
Castigar la mofa con prisión es un atentado contra los derechos humanos, en particular, contra la libertad de expresión.
Lo peor: mientras nos entretenían con la “ley anti stickers”, lograron desviar la atención de lo realmente grave: la mutilación del amparo, el huachicol fiscal, la barredora de Adán Augusto, la casita de Fernández Noroña y, una vez más, el viejo experimento de este gobierno: estirar la liga hasta que reviente.
Entre la reforma a la ley de amparo y la ley de los payasos, este país —y su gente— se queda sin derechos y sin defensa.
Giro de la Perinola
Saldo de la marcha del 2 de octubre en la Ciudad de México: 94 policías y 29 civiles heridos, 7,500 negocios vandalizados, más de 23 millones de pesos en pérdidas y solo un detenido.
Por lo visto, el apoyo a la policía por parte del gobierno capitalino es nulo, el respeto a la ley inexistente y la protección a la ciudadanía... una broma cruel.