No se sabe qué daña más: el rencor genuino, ese que nace de las vísceras o el del cálculo perverso. Políticamente, el rencor ha probado ser el recurso más eficaz para ganar adhesión en estos tiempos del populismo en el poder. No queda claro si es social o político el rencor hacia el pasado, pero mucho de lo peor del pasado se asemeja a lo que se está construyendo desde que López Obrador llegó al poder.
Pesa sobre el pasado, ya no tan inmediato porque el obradorismo tiene ya siete años en el poder, la mancha de la corrupción y el abuso -que persisten-; pero, a partir del escándalo llamado Casa Blanca, todo cambió. El error fue doble y la herida profunda; doble porque no es aceptable que un beneficiario de obra pública haga negocios con el círculo familiar presidencial y porque la respuesta fue una ofensa, una afrenta impensable e inimaginable por un presidente en apuros.
El escándalo es agravio y se profundiza cuanto se entrevera con las dificultades económicas. La Casa Blanca se asemeja a la Colina del Perro de López Portillo. También, aunque en circunstancias diferentes, con la Casa Gris del hijo de López Obrador y, recientemente, con la casa del exgobernador Diego Sinhué en Houston. Las propiedades en EU de mexicanos corruptos son de larga historia y están documentadas por las autoridades de ese país, aunque hagan uso de prestanombres o inventos de empresas creadas en Delaware. Dice Gerardo Fernández Noroña en la construcción del segundo piso de la transformación que la política no es voto de pobreza.
Ante el rencor genuino, el de la sociedad, se construye la narrativa del rencor político. Extraño el caso porque la denuncia pública de los políticos no se ha acompañado de la formal, ante el Ministerio Público, para que se actúe en consecuencia, se investigue y, en su caso, se castigue. La evidencia es que hubo, por mucho, más políticos perseguidos por corrupción en la gestión de Peña Nieto, que en siete años de obradorismo. Decisiones fundamentales como la clausura del aeropuerto de Texcoco o la destrucción del Poder Judicial Federal, fundadas en la corrupción subyacente, no se acompañaron de una sola denuncia formal. Así es porque se trata de capitalizar el enojo para un objetivo político, en este caso, la destrucción de los pilares fundamentales de la civilidad política como la transparencia, la rendición de cuentas, los límites al poder, la certeza de derechos y el régimen republicano de división de poderes.
Lo acontecido con Israel Vallarta y la manera como el régimen lo ha arropado es un caso vergonzoso. No hay espacio para las víctimas, que no son pocas en la acusación al señor Vallarta; se utiliza la liberación para cargarla contra del Poder Judicial cuando el hecho implica al Ministerio Público Federal y a la defensa que trabaja casi siempre para que no haya sentencia. Pesan sobre el señor Vallarta casos que no tienen que ver con el montaje de su detención. Hay que escuchar a la señora Ma. Elena Morera de Causa en Común para contener la celebración por la detención y alertar a la sociedad sobre la manera como las autoridades manipulan al público.
El caso de la liberación de Israel Vallarta debería abrir una reflexión honesta sobre el secuestro y qué deben hacer autoridades y jueces para contenerlo. En el afán de cultivar rencor contra el expresidente Calderón y el periodista Carlos Loret, el régimen tomó partido a favor del presunto secuestrador que, en versión de observadores rigurosos, la decisión de la jueza Mariana Vieyra Valdés, electa por acordeón, no es consistente con otras determinaciones. No obstante, la presidenta decidió involucrarse sin estudiar el caso y haciendo propia la versión de La Jornada, de que el criterio jurisdiccional es semejante al de la francesa Florence Cassez, liberada por presión diplomática y por el efecto corruptor del montaje.
El rencor, cuya referencia es la violencia, persiste, y la situación de inseguridad por la ausencia de autoridad se ha agravado, aunque acertadamente la presidenta Sheinbaum ha instruido al secretario García Harfuch a actuar con determinación. La cuestión es, el rencor persiste en la medida en que el pasado dejó de ser umbral exclusivo de la oposición. Pregunta obligada: en el empeño de combatir la inseguridad de raíz ¿las autoridades estarán decididas a actuar contra la impunidad? Hasta hoy, nada.