El pasado domingo un grupo de jóvenes transmitió en vivo desde sus cuentas de Instagram un video afuera del albergue FM4 Paso Libre. Enfocaban a una persona migrante en evidente necesidad. Al momento de ofrecerle 500 pesos a cambio de que permitiera tocarle los genitales, risas y balbuceos podían escucharse. La humillación sexual a modo de burla, abuso y la falsa prepotencia dominante que le otorga el poder de una cámara a un grupo de inconscientes se materializó.

Aunque no tardó en hacerse viral con reproches y comentarios reprobatorios, las audiencias los acusaron de haber “denigrado” al migrante, ignorando en la acusación otra carga raciclasista. El lector podrá asimilar fácilmente que en el lenguaje existe una construcción de la realidad, una descripción social de las circunstancias, objetos y seres que se describen dentro de relaciones de poder. El lenguaje establece relaciones de poder.

La raíz de la etimología de las palabras

Por ejemplo, la palabra “trivial” tiene una de las etimologías más misóginas que ahora se vincula con aquello que es vacío, misterioso, irrelevante o sin valor. En la antigua Roma, la prostitución se encontraba normalizada, pero lejos de tener sitios reservados como el famoso “lupanar”, cada zona mantenía una categorización sobre las mujeres más valoradas o menos valoradas, más o menos deseadas y más o menos bellas. Estaban las más deseaban, preciosas y exactas al estereotipo de belleza de la época. Caras, inalcanzables y orgullosas. Después existían otras bellas pero menos costosas. Mientras que en el nivel más bajo, yacían las más castigadas, que al mismo tiempo, eran consideradas menos bellas, menos jóvenes, menos deseadas.

Ante la competencia y necesidad, en el “oficio más viejo del mundo”, solían pararse en esquinas de tres calles por ser las más transitadas. Podían estar cerca de plazas y mercados, a disgusto de las señoras y a beneplácito de comerciantes, pues entre mayor confluencia, más opciones tenían de cazar a algún desesperado o raro. Las del rango más bajo de prostitutas eran las llamadas triviales, por estar en esquinas de tres vías. Curiosamente, por ser consideradas las de menor valor, la palabra pasó a nombrar lo común, vulgar, que carece de toda importancia y novedad.

Algo similar sucede con la expresión “trata de blancas”. Occidente le asignó a las mujeres blancas el valor más alto mientras que las mujeres racializadas o negras seguían la tradición también romana, de la esclavitud, invisibilidad o bajeza e irrelevancia. Robarse mujeres blancas para ser explotadas sexualmente comenzó a tener una fuertísima sanción social… pero de las negras, nadie hablaba. Para esas pobres chicas, la narrativa era justificada: mujeres explotables. La transición a llamarle “trata de personas” a cualquier forma de explotación es un logro reciente, apenas un pequeño gran cambio al lenguaje.

De toda la intersección discriminatoria por raza y género, destaca la palabra “denigrar” que, según el diccionario de Oxford, se refiere a “Préstamo” y desde el siglo XV, se usa del latín denigrare ‘ennegrecer’, por relacionarse el negro con aspectos negativos.

El origen

Denigrar significa también tratar a alguien como negro, en un sinónimo de manchar la fama u ofender, ultrajar e injuriar. ¿por qué? Porque en el origen, la negritud justificaba aquellos tratos o al menos, los explicaba. Igual como se avanzó en nombrar la trata de manera digna para todas las mujeres, sin importar si son blancas o negras, es urgente detener el uso de la palabra “denigrar”. Aquellas estructuras inconscientes revela más de lo que describen.

Y a todo esto:

¿Esos “influencers” son realmente “influenciadores”?

Porque tener seguidores no quita lo miserable ni el ejemplo de lo indeseable, despreciado y rechazado que ahora son.