Ninguna reforma puede exigir mayores niveles de consenso que la electoral. Por un lado, se trata de definir las normas jurídicas que regirán la competencia, y por el otro, estipula las condiciones de la contienda.
La presidente Claudia Sheinbaum y su partido no lo miran así. Según ha sido informado, el político Pablo Gómez, cuyas credenciales y congruencia están en entredicho, será el sujeto responsable de coordinar las acciones para la presentación ante el Congreso de una reforma que trastoque definitivamente las leyes en materia electoral.
El régimen piensa hacerlo a la mala y sin consultas con los partidos de oposición. Lo harán como lo han hecho con la reforma judicial; sin escuchar a los quejosos, ni hacer caso a los trabajadores que protestaban en favor de sus derechos, sin atender las recomendaciones de los expertos, desacatando órdenes judiciales y sin prestar atención a las múltiples voces que denunciaban el embate contra el orden constitucional.
Morena y sus huestes lo hacen todo atropelladamente, como si creyesen que jamás dejarán el gobierno, y como si la casi mitad de la población que no les votó en 2024 no tuviese voz y mucho menos voto.
A mi juicio no exageran los críticos que han alzado la voz para denunciar que el régimen obradorista se ha planteado hacer retroceder a México hacia periodos de su historia que se creían olvidados, cuando el PRI lo dominada todo, y cuando el PAN y otros partidos no eran más que partidos limitados a los márgenes del espectro político sin representación en el Congreso.
La idea morenista de hacer desaparecer la representación plurinominal, de cercenar la autonomía del INE y de recortar el financiamiento público a partidos políticos trasluce la genial idea autoritaria de sentar las bases para que la oposición no pueda competir en igualdad de condiciones.
La reforma electoral se anuncia como un nuevo golpe contra la democracia y las libertades. Se han apropiado de un México que no les pertenece, y han abusado de una nación embelesada por los programas sociales y por un discurso populista que oculta debajo una perversa estrategia dirigida a controlar sin cortapisas los destinos del país.