Procesar la muerte de un liderazgo político que representa tantísimo en Michoacán toma tiempo. Aunque el mandato de inmediatez al que nos obliga el periodismo digital apremie, es injusto disminuir los hechos a que no fue protegido, a que se convirtió en opositor de un movimiento en el que ascendió o a reducirlos sugiriendo su propia responsabilidad porque puso en jaque a los criminales de Uruapan, como si con esa tesis se aceptara que son ellos los que mandan, que el silencio es obligatorio si es que se aspira a vivir y que disentir o apostar a liberarse de la sumisión que implica la violencia fuese justificación para perder la vida.

En torno al crimen contra el alcalde de Uruapan se va construyendo una pedagogía de terror por la incapacidad de que gobernar o vivir un proyecto político permita a una persona alejarse de ser mártir. Es absurdo pensar en que la presidenta o su gobierno pudiera haber tenido interés en que Carlos Manzo dejara su activismo político y peor aún, que dejara este plano de vida. No hay peor cosa para un gobernante que la muerte de aquellos que le cuestionan, nada hay peor que personajes queridos con quienes existen muchos que están de acuerdo dejen de vivir, pues la simple duda siembra ideas de ilegitimidad y de herida en el tejido social más cercano a la víctima.

Imaginemos que cuando Andrés Manuel López Obrador recorría el país hubiese enfrentado algo parecido. El crimen habría levantado a las masas hacia un destino incierto, el desasosiego y el descontento únicamente habrían podido contenerse por la vía de otra fuerza proporcional a la furia colectiva que nunca habría aceptado la versión de que los autores eran simples criminales y que con su detención se hubiera consumado la justicia.

Por eso es significativo el asesinato de Carlos Manzo. Si bien, distaba de ser conocido en todo el país y agrupar el cariño de millones a lo largo y ancho como el expresidente, Manzo representaba una voz muy valiente que se atrevía a hablar sobre su propio contexto. Sobre la locura que implica el hecho de tener que pedir permiso a jefes del crimen para transitar en comunidades, sobre la irracionalidad que consiste en el mayor peso de los mapas sobre mafias por territorio para entender quien ostenta el verdadero poder por encima del mapa de divisiones políticas que nombra alcaldes y regidores como autoridades.

Nos arrebataron un icono de esperanza y decencia pública cuyo liderazgo iba en ascenso. Nos están diciendo que ellos -los que resuelven a plomazos- pueden más que todos los que creen que un cargo les dio capacidad de algo sobre el territorio olvidado. Nos están sembrando la pedagogía del mito de las instituciones. El mito que dice que son falsas las elecciones pues aún votando libremente y aún convencidos por uno u otro perfil, cualquiera puede llegar y ultimarlo. El mito que sugiere que son falsas las fiscalías y las policías, el “Estado de Derecho” y el sistema penal acusatorio pues aún viviendo desde la inocencia sobre delitos y haciendo política, la condena que dicta el crimen es la que se ejecuta sin derecho de apelación.

Las columnas más leídas de hoy

Carlos Manzo además era padre de familia... Entre lo más absurdo que he leído el día de hoy se encuentran aquellos que nombran los “valores” de los delincuentes al evitar dispararle a su pequeño hijo, un nene que no merecía perder así a su padre y que estaba en sus brazos, mirando al cielo y las ofrendas con los tiernos ojos de quien se siente seguro entre efluvios de cempasúchil y copal, arropado por el cariño de la gente.

Absurdo y miserable que inclusive en el extremo de la crisis política que representa el atentado se pretenda que hasta en eso, los criminales respetaron a su familia, que no fue como aquellos otros hechos, como con los Le Barón que mujeres y niños murieron. Tentar al umbral de la desensibilización colectiva sugiriendo que no es tan grave porque otras peores cosas han pasado y aún así seguimos adelante... Aceptarlo es aceptar que murió la república y que el régimen verdadero ni está nombrado ni tiene estructura transparente en la nómina visible, ni tiene tampoco proceso electoral de cambio o rotación pública a partir del apoyo colectivo, aceptarlo sería reconocer que mandan los que pueden y obedecen los que quieren seguir vivos en el mito paralelo del Estado mexicano.

X: @ifridaita