He pasado más de una década trabajando en estrategia digital para campañas y movimientos políticos, y hay algo que aprendí muy rápido:

El ecosistema digital no perdona la improvisación ni la superficialidad.

Durante años, vi cómo equipos concentraban todo su esfuerzo en inflar métricas: seguidores, hashtags, likes. Parecía que todo marchaba bien hasta que la realidad golpeaba con fuerza.

Los números no representan personas; representan ilusiones de apoyo que se desinflan al primer contacto con la ciudadanía real.

Recuerdo un caso particular durante un proceso local hace algunos años. Un partido decidió “ganar la conversación” comprando cientos de cuentas que replicaban sus mensajes y atacaban a sus adversarios. Al principio, los informes de la campaña eran impresionantes: trending topics, interacciones, difusión masiva. Pero nadie hablaba con los votantes indecisos, nadie respondía preguntas difíciles ni explicaba propuestas. La ciudadanía percibió lo artificial: las cuentas parecían vacías, los mensajes carecían de sustancia. Al final, esa campaña se convirtió en un ejemplo perfecto de cómo el dinero y la tecnología no reemplazan la autenticidad.

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El activismo digital auténtico, por el contrario, se construye sobre diálogo, transparencia y participación real.

En otra experiencia, trabajé con un grupo ciudadano en unos condominios que buscaba visibilizar problemáticas locales tras el paso de un huracán. La estrategia no consistió en viralizar memes ni en atacar a nadie, sino en documentar problemas, compartir historias reales de usuarios y mantener un canal de comunicación constante con autoridades y medios.

Los resultados fueron notables: no solo logramos cobertura mediática y presión política, sino que la comunidad participó activamente, compartiendo información y soluciones. Ahí entendí algo fundamental: la credibilidad digital se construye con actos concretos, no con números inflados.

La política digital superficial no solo distrae; enseña a los votantes a desconfiar. La mofa y la simplificación deliberada son armas de distracción, herramientas que los partidos utilizan para evitar el debate.

Lo he visto en campañas donde un deepfake humorístico generaba miles de interacciones mientras los mensajes sobre presupuestos, educación o seguridad pasaban desapercibidos. La ciudadanía se entretiene, pero no se informa.

Esa es la trampa: es más fácil y barato viralizar un chiste que explicar una propuesta compleja.

La inteligencia artificial, que podría ser una herramienta poderosa para analizar datos, detectar necesidades y segmentar mensajes auténticos, muchas veces se convierte en un amplificador de superficialidad.

Equipos enteros limitan la IA a la creación de contenido de ataque o memes virales, ignorando su potencial para conectar con los ciudadanos y comprender sus preocupaciones reales.

He participado en proyectos donde, en lugar de usar IA para enriquecer el debate, se priorizó crear contenido espectacular pero vacío. La lección es clara: la tecnología sin estrategia humana solo magnifica la falta de sustancia.

He aprendido que la autenticidad es contagiosa.

Durante una campaña de activismo local, trabajamos con comunidades afectadas por la falta de servicios públicos. Publicamos testimonios reales, organizamos mesas de diálogo virtual y documentamos avances concretos.

La respuesta fue inmediata: más ciudadanos participaron, compartieron sus experiencias y exigieron soluciones. Esa fue la evidencia más poderosa de que la política digital puede ser una herramienta de transformación cuando se pone al servicio de la gente y no de la apariencia.

Hoy, el costo de una mala estrategia digital no se mide en métricas superficiales, sino en la pérdida de credibilidad y confianza. Mientras los partidos inviertan en bots, en viralizar la mofa y en evitar el argumento, se alejan de la ciudadanía. La política digital debe priorizar la escucha activa, el diálogo genuino y la transparencia. La audiencia percibe lo artificial y premia la autenticidad: los que logran conectar no solo ganan votos, ganan confianza y legitimidad, y eso, en política, es la verdadera diferencia entre liderar la conversación o desaparecer en el ruido.

Si algo ha quedado claro en mi experiencia es que el activismo digital auténtico no busca el aplauso rápido ni la viralidad fácil; busca resultados tangibles, participación real y soluciones que impacten a la comunidad.

Los partidos y líderes que comprendan esto y actúen en consecuencia no solo ganarán elecciones: estarán reconstruyendo la relación entre la política y la ciudadanía, elevando el debate y haciendo que la tecnología trabaje para la gente, no para disfrazar la ausencia de contenido.

Y aquí es donde entra la alfabetización digital, una de las herramientas más poderosas y más urgentes para defender la democracia en nuestro entorno digital.

No se trata solo de navegar en redes o usar aplicaciones: significa comprender críticamente cómo circula la información, quién la produce, con qué intereses y cómo puede influir en nuestras percepciones y decisiones.

Una ciudadanía alfabetizada digitalmente contrasta fuentes, detecta sesgos, reconoce patrones de manipulación y distingue entre información y propaganda.

Los propagandistas no buscan informar, buscan moldear percepciones. Crean contenidos falsos, descontextualizan hechos, simulan apoyo ciudadano y segmentan emocionalmente a su audiencia para polarizar y confundir.

Sin alfabetización digital, los ciudadanos creen estar informados cuando en realidad están siendo manipulados.

Por eso es clave enseñar a dudar, investigar y cuestionar lo que consumimos.

Desde esa perspectiva, esto se traduce en campañas de concientización, narrativas sobre responsabilidad digital y contenidos educativos que muestren ejemplos concretos de manipulación, con espacios de formación para que la ciudadanía aprenda a ignorar el ruido y exigir argumentos reales.

La alfabetización digital no solo protege a las personas, también fortalece el debate público y permite que la política digital cumpla su verdadero propósito: conectar, convencer y dialogar con autenticidad.

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Alberto Rubio Canseco | Social Media Strategist | X: @Alberto_Rubio