“Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, puede reconocérsele por este signo: todos los necios se conjuran contra él.”
Jonathan Swift
(Ergo: si hay tantos “conjurados” defendiendo estos regalitos, quizá el genio está en otra parte… o no está.)
“No hay nada tan increíble que la política no pueda volver verosímil.”
Cicerón
Si hay algo que nos distingue como sociedad —además de discutir si los tamales son mejores de pollo o de cerdo— es nuestra capacidad de politizar hasta la etiqueta del refresco. Pero nada, nada, ha desatado más carcajadas, cejas levantadas y memes que ver a Adán Augusto López Hernández navegando la delicada línea entre “genuino detalle navideño” y “uso creativo (entiéndase, que no sirven para nada) de recursos que nadie sabe de dónde salieron”.
Resulta que el coordinador de Morena en el Senado decidió que la temporada de obsequios no sería completa si no regalaba a sus compañeros 17 mil ejemplares del libro Grandeza, de Andrés Manuel López Obrador —un libro que, por cierto, ni Santa Claus incluiría en la lista de deseos navideños universales–.
Ahora bien, lo que más brilla en esta historia no es el altruismo desmedido de regalar miles de libros repetidos, sino la versión oficial del origen del dinero: según Adán Augusto, fueron “recursos propios” y logró un “precio especial” con la editorial.
Claro. Igual que cuando tú dices que pagaste el aguinaldo con tu tarjeta de crédito a fuerza de “ahorros personales”.
La lógica del tipo es de una sencillez casi poética:
• ¿Costo real del libro en librería? $448 pesos por ejemplar.
• ¿Costo negociado “especial” por el senador? “Ciento y tantos pesos” por unidad (sin factura clara todavía).
• ¿Total gastado según versiones periodísticas sobre valor real de mercado? Entre 1.7 y hasta 7.8 millones de pesos.
• ¿Quién pagó? Él. O eso nos dicen.
Y por supuesto, ante las dudas sobre si estábamos ante una compra legítima de libros, un uso “alternativo” de recursos o un exceso de espíritu navideño adelantado, nadie en el Senado ha mostrado facturas claras. Hum… qué raro suena eso. Sí, facturas. Mismas que la cámara alta debe tener y que deben estar disponibles para consulta.
Porque permítanme una reflexión adicional a las que otros colegas han hecho: cuando un legislador decide comprar miles de libros —todos del mismo título— y regalarlos exclusivamente a sus correligionarios, da lo mismo si el dinero salió de su cartera, de su cuenta de PayPal o de un bolso olvidado en el clóset. La verdad incómoda es que, en política, la línea entre lo personal y lo público es tan delgada como un marcapáginas.
Y si de personalidades hablamos, aún hay una pregunta que muchas columnas no han osado plantear así de frontal:
¿Por qué, si el regalo supuestamente celebra la “grandeza”, no regalar solidaridad? Me refiero a un tema que casi nadie ha resaltado: la coherencia entre el simbolismo del obsequio y las prioridades sociales reales de los morenistas, empezando por las del legislador.
Porque, mientras Adán Augusto presumía su paquete navideño de 260 libros por senador (con camiones y logística incluida), las familias afectadas por inundaciones siguen esperando apoyo real, las madres buscadoras siguen buscando justicia, y los recursos para atención a niños con cáncer siguen siendo un capítulo que pocos políticos quieren abrir. ¿Era demasiado pedir que ese dinero —que, repito, según él es personal— se destinara a causas concretas en vez de llenar bodegas con miles de ejemplares?
No es mala la lectura, por amor de Dios. Pero tampoco es un delito preguntar si ese gesto fue un acto de filantropía política o un simulacro publicitario digno de perdernos en las cenas de fin de año.
Y para cerrar el capítulo de “libros y esplendores”, voy a ser brutalmente honesta: cuando un grupo parlamentario empieza a considerar normal que les regalen literatura de propaganda personalizada, estamos a medio paso de institucionalizar el trueque político con regalos temáticos. ¿Será que el próximo incentivo será una suscripción a un canal de streaming oficial? ¿O mochilas con iluminación LED con la cara de algún dirigente? Después de esto, cualquier cosa suena razonable —y peligrosa–. Uy… ¡eso ya ocurre! Lo hace su… mancuerna política: Andrea Chávez.
Giro de la Perinola: Taibo II y la feria editorial internacional
Y ya que la semana ha estado dominada por el fenómeno de los libros como cortejo político, no podíamos dejar pasar la bomba internacional con sello editorial: el Fondo de Cultura Económica (FCE), bajo la dirección de Paco Ignacio Taibo II, distribuirá gratuitamente 2.5 millones de libros en varios países de América Latina, entre ellos Cuba, Venezuela, Colombia, Chile, Paraguay, Honduras, Guatemala y Uruguay.
Veamos la escena con un poco de perspectiva inteligente:
Mientras un senador mexicano regala miles de ejemplares del libro de un expresidente a sus cofrades legislativos —más como símbolo de camaradería que de lectura—, el FCE está embarcado en una operación editorial de proporciones continentales, con un presupuesto de al menos 25 millones de pesos para imprimir, distribuir y pagar derechos de autor de 27 títulos latinoamericanos clásicos y contemporáneos a millones de jóvenes.
Suena bonito, ¿no? Igual que el obsequio de Adán Augusto: bonito y con papel.
Sin embargo, buena parte de la cobertura ha sido casi un himno incondicional a la magnitud del proyecto, sin detenerse en dos puntos que pocos comentaristas han subrayado con rigor:
1. ¿Qué criterios literarios, culturales o pedagógicos justifican la selección?
La polémica no es menor: de los 27 autores seleccionados, solamente siete son mujeres —y ni siquiera hubo una curaduría editorial clara para elevar la presencia femenina en esta gran iniciativa–.
Es decir: regalamos cultura, pero lo hacemos siguiendo parámetros que parecen de museo nacionalista decimonónico más que una verdadera apuesta por la diversidad cultural.
2. ¿De verdad la población destinataria va a conectarse con esa oferta cultural?
Regalar libros está muy bien, pero sin mecanismos efectivos de lectura, acompañamiento pedagógico o incentivos para un público joven —que, seamos francos, anda más ocupado en redes y entretenimiento digital que en leer novelas clásicas— esto puede terminar siendo otro montón de papel reciclado con buenas intenciones y poca efectividad real. Y todo a cargo de nosotros, los contribuyentes cautivos y por lo mismo cumplidos. Así que sí: tengo derecho a preguntar, a cuestionar, a quejarme y ¡a gritar!
Taibo II lo presentó como la “mayor operación de fomento a la lectura en el continente”. ¿En serio?, ¿en impacto real? La respuesta es no y mil veces no.
Conclusión (sin filtro)
En esta semana, el fenómeno de los libros regalados ha servido menos para hablar de cultura y más para poner bajo la lupa las prioridades y las narrativas que nuestros políticos creen que valen la pena elevar. Y esa es mi contribución de hoy a las reflexiones de fin de año que he venido haciendo.
Un senador regalando ejemplares de un libro como si fueran pijamas navideñas. Un fondo editorial repartiendo millones de libros en países amigos, mientras olvidamos preguntarnos si hay acompañamiento pedagógico detrás.
Al final del día, si la respuesta a nuestras necesidades sociales es un libro impreso —sean de autopromoción o de colección literaria— tal vez sea el momento de preguntarnos si estamos leyendo bien la realidad o simplemente acumulando más hojas inútiles. Y esa pregunta va también por las columnas de opinión mías y de todos mis colegas.
Y por favor, que la próxima vez que regalen libros sea porque alguien tuvo la decencia de preguntarse: ¿este libro cambiará algo más que la estantería de un político o la memoria de un hashtag viral?



