“Los números no mienten, pero se puede mentir con los números.”

EXPRESIÓN POPULAR

“Todo te lo echas de alcohol

La quincena no me alcanza

Eso dice la vieja

Ay, Diosito, si borracho te ofendí

En la cruda me sales debiendo”

ANTONIO AGUILAR

¿Recuerdan el “efecto tequila”, culpa —según la narrativa oficial de entonces— de los malvados neoliberales? Más específicamente, del innombrable Carlos Salinas de Gortari. Pues bien, noticia fresca: estamos en plena borrachera versión 4T… y la cruda pinta peor que aquella. El dolor de cabeza lo pagaremos todos, aunque la peor parte la sufrirán precisamente quienes hoy el régimen presume haber “sacado de la pobreza”.

Sí, ha habido más ingreso por persona, pero no por obra y gracia del combate a la corrupción (como afirma la presidenta Sheinbaum) ni por un milagro de la economía nacional. No. El dinero extra salió del endeudamiento. Y la deuda, como todo trago fiado, se paga… y con intereses.

Con la Cuarta Transformación, México pasó de deber 10.1 billones de pesos a 18 billones. Cualquiera puede entenderlo: si me endeudo, tengo más dinero en el bolsillo un rato, pero eso no me saca de pobre; a mediano y largo plazos me empobrece todavía más.

El gobierno de Morena ha usado el crédito nacional para repartir dinero. El presupuesto —que no es otra cosa que lo que aportamos quienes pagamos impuestos— se desvió, subejerció y se gastó en clientelismo electoral y megaobras inútiles. Elefantes blancos, aunque en este caso deberíamos llamarlos elefantes negros: manchados de corrupción, ineficiencia y malos manejos. A eso súmele los intereses de las deudas por caprichos, obras canceladas y proyectos inviables.

La forma más fácil (y engañosa) de reducir la pobreza es repartir dinero… dinero ajeno, que ya no es nuestro y que además se debe. Dinero que, cuando se acabe, dejará a los pobres tan pobres como antes, pero ahora sin instituciones y con facturas pendientes.

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Decir que la pobreza en México ha disminuido es una falacia. Sí, un embuste. El ingreso ha mejorado, pero las carencias sociales que ese ingreso debe cubrir han aumentado brutalmente. Según el INEGI: la población en situación de pobreza bajó de 43.2 a 38.5 millones de personas entre 2016 y 2024; pero en el mismo periodo el rezago educativo pasó de 18.5 a 24.2 millones; la carencia en acceso a servicios de salud subió de 15.6 a 44.5 millones; y la falta de seguridad social de 54.1 a 62.7 millones.

Es decir: menos pobres por ingreso, pero más pobres por derechos. Un país con más dinero en el bolsillo, pero sin salud, sin educación, sin seguridad social… y sin futuro.

Quitarle presupuesto a hospitales, escuelas y transporte para repartirlo en efectivo no garantiza que llegue a quien lo necesita ni que sea suficiente. Es un paliativo temporal que, una vez agotado, dejará una pobreza más honda y estructural, sin infraestructura ni servicios que amortigüen la caída.

Reducir la pobreza artificialmente no es sostenible, y menos cuando la deuda no se usó para generar riqueza productiva —construir hospitales, mejorar escuelas, crear empleos formales— sino para regalar dinero.

Se lo he dicho antes, pero conviene repetirlo ahora que los oficialistas siguen de fiesta: han ido quitando ladrillo por ladrillo a la casa que es México. La gente sobrevive vendiendo esos ladrillos… hasta que ya no haya casa que vender. Entonces solo quedará la deuda, sin inversión productiva que permita pagarla.

Peor aún: este gobierno ha cultivado y normalizado una deformación social peligrosa: la cultura de la mano extendida. Y esto no es profecía mía, es lo que ha pasado siempre en países que siguieron la misma receta. Por mucho que el “segundo piso de la transformación” lo venda como proeza, ni es proeza ni es original.

Decir que López Obrador sacó a 13.4 millones de mexicanos de la pobreza ignora que duplicó el número de personas sin acceso a servicios básicos. Ser pobre no es solo cuánto dinero tienes, sino las carencias y la vulnerabilidad en que vives. Y eso no se arregla con billetes, sino con inversión pública real: productividad, educación práctica y no ideologizada, capacitación laboral, empleos formales y, sí, menos corrupción… de cualquier color partidista.

Después de la borrachera viene la cruda. Y esta, créanme, va a ser de esas que se recuerdan toda la vida.

Giro de la Perinola

(1) Para medir la pobreza se usan seis dimensiones de acceso a servicios más la línea de pobreza por ingresos (LPI). Una carencia y no alcanzar la LPI = pobre. Tres carencias = pobre extremo. Hay menos pobres (es debatible); hay más pobres extremos.

(2) Sin el CONEVAL, ya no hay árbitro independiente que confirme o desmienta cifras.

(3) “Otros datos”: julio de 2025 tuvo la canasta básica más cara desde 1992 (INEGI).