La historia de los regímenes autoritarios suele terminar con un colapso abrupto. Nicolás Maduro ha estirado la cuerda más allá de lo imaginable, sosteniéndose en una combinación de represión interna, lealtades militares compradas y la exportación del crimen organizado como herramienta de sobrevivencia. Hoy, sin embargo, su tiempo se agota.
La información publicada en The New York Times y reproducida por Semana apunta a que Washington, de la mano de Marco Rubio como secretario de Estado, prepara la mayor ofensiva militar de este segundo mandato de Donald Trump, con Venezuela como blanco. No es casualidad: el chavismo dejó hace mucho de ser un proyecto político y se convirtió en una plataforma criminal transnacional.
Maduro no es Chávez. No supo administrar el carisma, ni los recursos, ni la narrativa de resistencia que durante años alimentó la ilusión bolivariana. Hoy Venezuela es sinónimo de hiperinflación, migración masiva, escasez crónica y violaciones sistemáticas de derechos humanos. El régimen no gobierna: sobrevive. Y sobrevive con un alto costo para el hemisferio.
Estados Unidos ha concluido que la estrategia de sanciones y aislamiento no basta. El despliegue de buques en el Caribe y las operaciones de interdicción que ya han cobrado vidas son el preludio de una fase más agresiva. El mensaje de Rubio es inequívoco: ya no se trata de interceptar, sino de destruir.
La caída de Maduro, cuando ocurra, no será un episodio local, sino un terremoto geopolítico con réplicas en toda América Latina.
• Colombia enfrentará de inmediato una nueva ola migratoria y la reubicación de estructuras criminales que hoy operan desde territorio venezolano.
• Cuba perderá a su principal sostén económico, acelerando su crisis y obligando al régimen de La Habana a reformas que ha evitado durante décadas.
• México quedará atrapado entre su retórica de “no intervención” y la presión de Washington. La 4T habrá perdido a su principal aliado simbólico y se verá obligada a redefinir su relación con Trump.
• Nicaragua no quedará al margen. La caída de Maduro significará un golpe mortal para Daniel Ortega y Rosario Murillo, cuyo régimen depende del oxígeno político y económico que Caracas aún provee. Con una Venezuela debilitada, Managua quedará expuesta a sanciones más duras y a una posible ola de protestas internas sin la misma capacidad de represión subsidiada.
• El Caribe y Centroamérica se reconfigurarán en materia energética y de seguridad, con mayor presencia militar estadounidense como garantía de estabilidad.
Riesgos y oportunidades
No conviene idealizar el día después. Una transición pactada sería lo deseable, pero es probable que la caída de Maduro abra un escenario caótico: pugnas militares, fragmentación chavista, expansión de grupos armados y penetración de actores extra hemisféricos como Rusia e Irán.
Sin embargo, en toda crisis hay oportunidad. Venezuela, con la mayor reserva petrolera del planeta, podría convertirse en un motor económico regional si logra reconstruir sus instituciones y abrirse a la inversión extranjera. Para Estados Unidos y las democracias latinoamericanas, apoyar esa reconstrucción será la única forma de evitar que el vacío lo llenen nuevamente el crimen y la autocracia.
Conclusión
Maduro ya es cadáver político. Su permanencia depende del miedo y la inercia, no de la legitimidad. Cuando caiga, el desafío será mayor que su mera salida: América Latina tendrá que decidir si convierte ese momento en un parteaguas de libertad y prosperidad, o en un nuevo ciclo de violencia y fragmentación.
Ese dilema no solo marcará el futuro de Venezuela, sino el destino del hemisferio.