A tan solo 17 días de empezar este 2023 en Veracruz la violencia feminicida ha cobrado la vida de cinco mujeres en distintos municipios del Estado.

El más reciente fue el de una mujer policía llamada Vanessa, quien fue hallada el pasado 11 de enero en Córdoba, Veracruz, ciudad que ha sido azotada por una escalofriante ola de violencia.

Vanessa fue secuestrada, torturada y asesinada por un comando armado, mientras se encontraba resguardando un domicilio junto con otro compañero.

Paradójicamente, Vanessa resguardaba la vida de otra mujer y perdió la suya. Su compañero también fue una víctima mortal.

Los restos de la ex policía fueron hallados por el rumbo de la Unidad Habitacional Las Flores. Antes de ser asesinada fue violada y torturada.

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El feminicidio de Vanessa se suma al de María Gloria, de 80 años, quien fue asesinada por su propio hijo, al de Yazmín, atropellada por su pareja después de una fuerte discusión, al de Enriqueta, de 55 años, encontrada sin vida en su domicilio, con huellas de tortura y al de Zuleima, quien salió a una fiesta de fin de año y jamás volvió.

Desde el año pasado el número de feminicidios en la entidad venía en ascenso. En el mes de noviembre el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública tenía 85 feminicidios contabilizados. Una tragedia.

En todos los casos las autoridades estatales dan cuenta del compromiso por castigar a los culpables. Pero siempre es el “después” y no “el antes”.

Las mujeres violentadas que acuden a pedir ayuda a las autoridades en la mayoría de los casos son atendidas con lentitud y cada minuto, cada segundo que transcurre, puede marcar la diferencia entre morir o vivir.

Esta reportera tuvo en la semana que recién comienza pláticas con dos mujeres cuya vida y la de sus hijos está en riesgo y el tortuguismo burocrático las ha dañado de tal forma, que una de ellas me dijo que de plano prefiere morir.

Un caso que me erizó la piel fue el de Martha, a quien el padre de sus dos hijas le prohibió que se acercara a ellas, y de hacerlo, la mataría.

La amenaza latente ha sido desatendida por las autoridades, que lejos de brindarle ayuda la martirizan manteniéndola lejos de sus pequeñas.

El caso de Martha, que conjuga violencia física, patrimonial, psicológica y vicaria nos alerta sobre la urgencia de atender desde el primer llamado a toda mujer que está en manos de un agresor. Omitir o postergar también mata.

La presencia, cada vez mayor de mujeres en los congresos estatales y federales dan una luz de esperanza a quienes de un modo o de otro han sentido en riesgo su vida.

Pero falta ayuda de fondo para sentirnos seguras. El acompañamiento psicológico, la capacitación para el trabajo para mujeres que permanecen al lado del agresor por motivos económicos y el resguardo inmediato a sus hijos y a ellas mismas es un camino que nos falta aún por recorrer.

Hoy son cinco las víctimas mortales a manos de un feminicida y conforme el mes y el año avanza las cifras sin duda pueden crecer.

Trabajemos en conjunto para que cada vez sean menos. Merecemos que así sea.