Tenemos a Max Sanz de Oaxaca, quien no solo lleva quince años sin dar pensión ni reconocer a su hija, sino que con ayuda de su tío ginecólogo trató de que la madre de su hija se sometiera a un aborto a base de mentiras, porque obviamente no tenía su consentimiento para ello, y hoy, como si nada, como si no fuera un agresor de los peores, está exponiendo en el Congreso siendo presentado orgullosamente por nuestras autoridades.

Tenemos también a este señor que presenta su libro de derechos humanos en España, que trabaja para la ONU y que es toda una personalidad en el ámbito de la dignidad humana, pero seguramente olvidó mencionar en su currículo que abandonó a su hija negándole alimentos, despojando de uno de los derechos humanos esenciales para la vida a su propia sangre; Carlos Castresana incluso estuvo de candidato a Fiscal de la Corte Penal Internacional, háganme el favor, le dio mucho tiempo para hacer muchas cosas pero nunca pudo enviar una pensión digna, mientras hablaba de dignidad en uno de los espacios con mayor autoridad al respecto en el mundo.

Tenemos a este dignísimo coronel, que no solo se niega a reconocer a su hija, sino que también, mediante tiempo y dinero que bien podría destinar a los alimentos de su hija, entorpece los procesos para el reconocimiento y la pensión de alimentos, el coronel de infantería José Barragán.

Una no sabe si reír o llorar, se revuelve el estómago, dan hasta ganas de vomitar porque este grado de cinismo es insoportable y este acogimiento patriarcal que la sociedad y las dependencias tienen para con los agresores de las mujeres y sus niñeces es nauseabunda.

¿Y saben qué? Ante la duda, ante el cinismo, ante el ataque patriarcal de la precarización sistemática y la palmadita en la espalda a los agresores, solo me genera rabia.

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Nosotras ya no nos vamos a quedar calladitas, a nosotras qué nos importa vernos bonitas. No. Tenemos turnos de 24 horas, no tenemos vacaciones, tenemos dos, hasta tres trabajos mal remunerados y miles de emprendimientos para llegar a fin de quincena. Tenemos hijos sobreestimulados con rutinas obsesivas para poder rendir y pagar el alquiler. Tenemos este empobrecimiento sistémico porque sus leyes, sus pactos y sus sonrisas sostienen al agresor y no a las madres y a las niñeces, entonces discúlpenme por no pedir perdón ni permiso, pero aquí también nos están matando.

Dice Rebeca Zebrekos que negarle los alimentos a un niño es, literalmente, condenarlo a morir de hambre y en este país casi todos los hogares monomarentales, que de por sí son la mayoría, tienen un deudor en vez de un progenitor responsable.

Si las mujeres abandonaran con la misma presteza que el donador de esperma, tendríamos una epidemia de asesinato infantil y una crisis humanitaria de hambruna, pero eso no sucede porque no existe madre que deje a su hijo a su suerte.

Nosotras llevamos sobre el lomo el sistema de justicia ineficiente, el sistema patriarcal que recibe a un Max Sanz, agresor y deudor de niñeces y mujeres en el Palacio Nacional para exhibir su “sensibilidad artística”, sensibilidad que ojalá tuviera ante el hambre de su hija; llevamos en las manos nada más que esfuerzo en solitario mientras sus dependencias se burlan de nosotras gastando el dinero público en administración burocrática en vez de en soluciones eficientes para la crisis de abandono infantil que se vive en México debido a lo fácil que les ha resultado desde hace generaciones a los hombres, el abandonar a sus hijos.

Llevamos aquí en el pecho las clases de arte que no pudimos pagarle a nuestros hijos, los setecientos pesos que nos costó el vestuario de la escolta y que nos tuvo comiendo sopitas y frijoles diez días, sin poder ver un gramo de carne en todo ese tiempo. Llevamos aquí los festejos del Día del Padre a los que nuestros hijos van solos, los cumpleaños, las navidades para los que nosotras nos preparamos todo el año y en donde el padre intermitente no lleva ni una sonrisa, ni un chicle ni la intención siquiera de ser algo más que un miserable con su propia sangre.

¿Y dónde lleva el coronel su ética y su moral? ¿Ese código con el que se supone las fuerzas armadas de México se comprometen a proteger al mexicano, si ni a su propia hija le cuida el hambre? ¿Y dónde lleva el señor de los derechos humanos lo humano si no es capaz de reconocer a su hija que necesita intervenciones quirúrgicas constantes y que tiene a su madre, sí, pero no se creó por ósmosis o por el espíritu santo en el vientre de la misma?

Dónde, me pregunto yo, dónde se esconden la vergüenza si yo solo veo sonrisas.

Les sonríe el diputado, el de RH, el jefe, su madre, sus novias, sus amigos, como si no tuvieran a uno o más niños o niñas muriéndose de hambre. A toda esa gente que les sonríe, que los sostiene, que los promueve, tal vez se les está olvidando que los niños comen, que la mamá pone no el cien, sino mil veces el 400% para que los hijos crezcan plenos mientras ellos escalan en rangos, en estudios, en profesionalización y tienen el privilegio de vivir de arte y sueños y nosotras nos vamos hundiendo cada vez mas en la desesperación de la falta de justicia y oportunidades.

¿Dónde está la justicia en esta situación? Y no solo estos tres personajes están matando de hambre a sus hijos, no me alcanzan los dedos para contar a las mujeres con las que hablo cada semana que tienen que llevar encima toda la responsabilidad, toda la carga y todo el amor solas porque el tipo decidió desaparecer y el Estado se lo permitió.

El Estado es el principal deudor de las niñas y los niños al no garantizar dignidad alimentaria a través del acceso a la justicia a todas esas madres que están llevando encima todo y nosotras ya no lo vamos a seguir tolerando.

Las madres estamos aquí y ahora en pie de guerra porque no seguiremos viendo como se lavan las manos mientras les niegan la dignidad a nuestros hijos y nos esclavizan los cuidados.

Estamos y estaremos afuera de sus instituciones, afuera de los juzgados, afuera de la casa de sus madres, afuera de donde sea necesario hasta que nos podamos abrir paso a través de sus pactos patriarcales para obtener la justicia que no quieren darnos, pero que les vamos a arrancar con nuestra fiereza a cuestas, de las manos.