Estados Unidos vuelve a confirmar que no tiene aliados permanentes, solo intereses. Venezuela es un ejemplo: años de presión internacional, sanciones, maniobras políticas y casi un centenar de muertos no debilitaron al régimen de Nicolás Maduro; por el contrario, lo consolidaron.

Al final, el petróleo volvió a fluir hacia el norte y el espectáculo mediático cumplió su función: simular confrontación mientras se cerraban acuerdos. La narrativa del conflicto sirvió para el consumo político interno sin provocar cambios reales.

México no es la excepción. La retórica del combate al crimen organizado convive con pactos silenciosos, omisiones estratégicas y defensas públicas que dicen más de lo que aparentan. Una “guerra” que no busca erradicar al crimen, sino administrarlo.

Se decide a quién perseguir, a quién tolerar y a quién proteger, así el crimen no desaparece, se regula.

Agua, migración, armas, dinero y geopolítica frente a China, Estados Unidos ya obtuvo lo que necesitaba. Por eso más que amigos, tiene socios temporales; porque no defiende principios, sino prioridades.

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Simulación en ambos lados de la frontera

Por un lado, la presidenta Claudia Sheinbaum responde a las declaraciones de Donald Trump con un discurso aprendido: México no se subordina a ningún gobierno extranjero; la relación debe ser de igual a igual; el país no será “piñata” de nadie; “somos un país libre, soberano e independiente. A México se le respeta”.

Por el otro, Trump lanza declaraciones duras sobre el combate al narcotráfico, dice no estar “contento” con México, insinúa que algunos líderes mexicanos “tienen miedo” y llega incluso a sugerir el uso de la fuerza para enfrentar a los cárteles para “salvar miles de vidas”: la amenaza como herramienta política.

Si bien estas declaraciones han provocado tensiones diplomáticas, lo cierto es que no han derivado cambios sustanciales en la relación bilateral. La recurrida amenaza de aranceles es utilizada más como instrumento electoral que como política pública.

Lo mismo ocurre cuando Trump afirma que México está “en gran parte controlado por los cárteles” o cuando suelta supuesta información sobre delitos como el huachicol o presuntos vínculos políticos, sin que pase nada.

A esta narrativa habría que añadir un elemento que se omite desde Washington: el dinero del narcotráfico. Porque mientras se acusa a México de ser el origen del problema, una parte sustancial de las ganancias criminales canalizada durante años a través de instituciones financieras en México —algunas ya cerradas o sancionadas— termina regresando a Estados Unidos.

Reposicionarse frente a su electorado

Liébano Sáenz señaló que el creciente rechazo al gobierno de Trump se refleja en derrotas electorales locales del Partido Republicano y que cuando eso ocurre, la estrategia se reactiva: endurecer el discurso, crear un enemigo externo y exhibir “mano dura”.

Por ejemplo, las amenazas de imponer aranceles si México no cumple con el Tratado de Aguas de 1944, a las que Sheinbaum con tono conciliador asegurando que existe entendimiento, y que México está cumpliendo.

Un mensaje con destinatario: fortalecer la narrativa de Trump

Pero hacia el público mexicano el mensaje cambia. La presidenta afirma que no es cierto que México esté cediendo más de lo debido y que se cumple con las obligaciones internacionales: dos discursos, dos audiencias.

Marcelo Ebrard, secretario de Economía y viejo conocedor de Trump, ha explicado con franqueza cómo funciona esa negociación. Trump —dice— es un maestro en el manejo de la ansiedad: aprieta hasta obtener lo que quiere: “Vas concediendo, concediendo, concediendo hasta donde él quiere. Esa es su estrategia”.

La relación entre AMLO, Sheinbaum, Ebrard y Trump no es nueva. Se remonta a la década de los dos mil, desde entonces se configuró una relación de conveniencia y mutuo beneficio. En 2016, Trump necesitó un punching bag para justificar sus excesos; AMLO cumplió ese papel. Ambos se atacaban públicamente, pero en el poder fueron aliados.

Al final, ni choque ni defensa de la soberanía. Hay cálculo. Trump grita, amenaza y aprieta; México obedece y simula, y los acuerdos fluyen.

La relación no es de adversarios, sino socios que se necesitan. Trump utiliza a México como herramienta electoral; México usa a Trump como excusa para justificar concesiones.

Mientras el crimen se administra, los intocables permanecen impunes y la narrativa sustituye a la acción.

No es diplomacia, es simulación. No es defensa nacional, es teatro político.

X: @diaz_manuel