La marcha del 2 de octubre siempre ha sido un ritual de memoria: la juventud recordando a sus muertos, las voces repitiendo que la masacre de 1968 no se olvida. Cada año, la Plaza de las Tres Culturas se convierte en punto de partida para miles de estudiantes, colectivos y ciudadanos que caminan hacia el Zócalo para exigir justicia y mantener vivo el recuerdo.

Pero este año, a 57 años de aquel crimen de Estado, la conmemoración fue distinta. Lo que debía ser un acto de memoria se tiñó de miedo y violencia. El desfile de mantas y consignas se vio interrumpido por un bloque negro atípico: hombres encapuchados, fornidos, muchos con apariencia de tener más de 40 años, que encabezaron los enfrentamientos. No parecían estudiantes, sino provocadores. Y en su paso dejaron comercios incendiados, vidrios destrozados, mobiliario urbano calcinado y, en el hecho más brutal, a un policía ardiendo en llamas.

Alguien se ha infiltrado deliberadamente en las marchas para sembrar miedo entre las juventudes. Se trata de una estrategia peligrosa: apropiarse de las luchas populares y comunitarias, desvirtuarlas y hacer parecer que los jóvenes no son razonables, sino meros agentes del caos. El objetivo es peligroso: provocar represión, justificar censuras y debilitar a los movimientos sociales. No es casual que entre los heridos estén también los periodistas, quienes fueron atacados y despojados de su equipo por el simple hecho de documentar la verdad.

La pregunta se repite en pasillos universitarios y en redes sociales: ¿quiénes eran esos encapuchados que usaron la marcha como escudo? No eran los jóvenes que marchan cada año con carteles hechos a mano y gritos de justicia. Eran otros, con tácticas violentas, preparados para provocar al límite. Mientras tanto, la mayoría de los universitarios —los que fueron por memoria, no por destrucción— quedaron atrapados en medio del caos, algunos lesionados, otros decepcionados, muchos ausentes por miedo.

La violencia no solo alcanzó a estudiantes. Policías, más allá de jerarquías y uniformes, fueron víctimas de ataques irracionales que no tienen nada que ver con la protesta legítima. Cerca de 123 heridos con varios de gravedad. La instrucción era contener sin agredir y fueron ellos los heridos en tanto que algunos iracundos desquiciaron la desesperación contra sujetos que resultaron prensa. Es con ellos también con quienes debemos mostrar solidaridad: con la prensa que arriesga su integridad para contar la verdad y con los policías que fueron usados como carne de cañón en un escenario manipulado.

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La marcha del 2 de octubre fue secuestrada por intereses que buscan deslegitimar al movimiento estudiantil, infundir miedo y abrir paso al autoritarismo en un ambiente cargado de tensiones. Hay fuerzas políticas carroñeras que parecen apostar por reeditar un nuevo 2 de octubre, uno en el que el fuego y la violencia eclipsen la memoria y el derecho a protestar.

La memoria no se defiende con incendios ni con golpes: se defiende con dignidad, con justicia y con verdad. El desafío ahora es reconocer las provocaciones y no permitir que la fatídica historia de la represión se repita bajo nuevas máscaras. Hubo provocadores, hubo infiltrados y hay sembradores de terror que buscan aprovecharse de una crisis emocional provocada por el aislamiento para aterrorizar a las comunidades estudiantiles. Quieren sangre y caos utilizando a los más jóvenes como carne de cañón porque las pieles se encuentran sensibles por el genocidio en Palestina y por todo lo que sucede... pretenden usarlos como gasolina pero no saben que somos fuego, no como el que simplemente quema y destroza, más bien como el que ilumina.

X: @ifridaita