Sin intervención gubernamental, en Países Bajos la jornada laboral efectiva es de 32,2 horas semanales, equivalente a 4 días y su productividad por hora se ha situado en 45,3 euros, superando la media europea mientras reciben críticas fatalistas qué auguran crisis inexistentes.
Lo lograron de manera natural y orgánica con esquemas de empleo bien remunerado y flexible priorizando el bienestar personal por oposición del viejo modelo de largas jornadas.
En México, la reducción de la jornada laboral de 48 a 40 horas ya es una realidad en marcha en la que algunos empresarios old fashion continúan buscando estrategias para darle la vuelta a la ley con el conteo de las horas. La ley está aprobada y deberá quedar totalmente regularizada antes del 31 de diciembre de 2030. La Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) ha diseñado un plan de implementación gradual, pendiente de aprobación en el Congreso, cuyo objetivo es evitar un choque abrupto en las dinámicas empresariales y, al mismo tiempo, mejorar la calidad de vida de los trabajadores.
El calendario es preciso: en 2026 se trabajarán 46 horas, en 2027 se reducirá a 44, en 2028 a 42 y en 2029 a 41, hasta llegar a las 40 horas semanales en 2030. Será el 1 de septiembre de 2025 cuando se presente la iniciativa formal de reforma a la Ley Federal del Trabajo que recogerá este esquema progresivo.
La propuesta oficial contempla al menos tres modelos de organización: jornadas de seis horas con cuarenta minutos de lunes a sábado; semanas de cinco días con ocho horas diarias y dos de descanso; o un modelo intensivo de cuatro días con 10 horas por jornada, que permitiría disfrutar de tres días libres. La idea, según la STPS, es que empleados y empleadores puedan elegir el esquema más adecuado para sus necesidades.
La discusión, que en años anteriores giraba en torno a si era factible o no reducir la jornada, ha cambiado de tono: ahora se debate el “cómo” y el “cuándo”. En foros nacionales con distintos sectores productivos, el consenso es que la transición es inevitable, aunque no exenta de tensiones. La Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo (Concanaco), por ejemplo, ha planteado que las 40 horas deberían considerarse efectivas, es decir, sin contemplar pausas, hora de comida, ni descansos, bajo la premisa de que solo debe pagarse por el tiempo estrictamente trabajado.
Este enfoque contrasta con lo que ocurre en Países Bajos, donde sin intervención directa del Estado ni amenazas impositivas, trabajadores y empresas encontraron de manera casi orgánica un modelo más flexible. Allí la jornada laboral promedio se sitúa en 32,2 horas semanales —la más baja de Europa— con una productividad de 45,3 euros por hora, muy por encima de la media continental.
Lejos de provocar una crisis de salarios, la reducción de horas en Países Bajos ha consolidado ingresos por encima de la media europea, con 16,2 euros brutos por hora frente a los 14,9 del promedio de la Unión. Cerca del 50% de los trabajadores holandeses optan por jornadas a tiempo parcial, cifra que alcanza el 75% entre las mujeres, y aun así el modelo se percibe como un equilibrio entre vida laboral y personal, no como precariedad.
La diferencia es reveladora: mientras México planea una transición de cinco años hacia las 40 horas, Países Bajos ha llegado sin proponérselo a una semana laboral de facto de cuatro días, en la que incluso trabajar cinco jornadas puede verse como una excentricidad. Como señaló Bert Colijn, economista del banco ING al Financial Times: “La semana laboral de cuatro días se ha vuelto muy, muy común. Yo trabajo cinco días, ¡y a veces me critican por ello!”.
El contraste expone la persistencia de un mito enraizado en la cultura laboral mexicana: que la productividad depende de largas jornadas y sacrificios personales. Holanda demuestra lo contrario: que la felicidad y el descanso del trabajador no son un lujo, son una inversión en eficiencia mediante la felicidad de vivir la propia vida, compartir con quienes amamos, compartir los cuidados.
El reto para México no es si podrá implementar la reducción de horas —porque ya es un hecho—, sino si será capaz de hacerlo con visión de futuro y no bajo la lógica de la desconfianza. La transición hacia las 40 horas está escrita en la ley; falta decidir si será solo un ajuste numérico o el inicio de un cambio cultural que derribe, al fin, el viejo dogma de que más tiempo en el trabajo equivale a mayor productividad.
Hay muchos sabios entre el empresariado, como Carlos Slim que ha pensado en las jornadas de 4 días de trabajo a la semana, mientras que los más conservadores aún proponen permitir mantener jornadas de 48 horas en tanto que haya acuerdo entre patrón y trabajador, crear deducciones fiscales del 100 % en nómina, o sea, permitir que patrones paguen menos impuestos y exentar completamente impuestos sobre horas extra.
La Concanaco estima que, si no se toman medidas compensatorias, cada trabajador costaría hasta 65,793 pesos adicionales al año, lo que podría agravar la informalidad laboral... pero en Países Bajos tienen otros datos.
En el fondo, creo que tiene que ver con la visión religiosa judeocristiana del trabajo y el sacrificio con aquella idea bíblica de que el trabajo debe sufrirse, que el buen cristiano trabaja mucho, gana poco y comparte. Ideas que deben empezar a desmontarse.
Allá lograron pensamiento laico y están progresando en eso.