Los tenores de Trump
No sé cuál de los dos tenores favoritos de Donald Trump es el peor. Lo que sí sé es que ambos están enceguecidos en su fervor trumpiano. Andrea Bocelli y Christopher Macchio desmayan por Trump lo mismo que este por ellos. Estos dos tenores cantan bastante feo, lo que delata más de Donald que de los cantantes. Sin embargo, uno es famoso por su trayectoria y el otro ha llegado a la fama por cantar en la asunción del poder del presidente gringo el pasado enero de 2025 y en algunos otros eventos en Mar-a-Lago.
Bocelli acaba de cantar al parecer de manera espontánea, un tanto forzado por el jefe de la oficina oval: hicieron sonar una pista de “Con te partirò” y ahí medio cantó un poco encima de ella. Con el encuentro de ambos personajes, hubo ocasión para que se manifestara lo que se truncó cuando, presionado por la taquilla y sus fans (eso dicen los reportes periodísticos), el tenor italiano tuvo que renunciar a participar como entretenedor de la toma del poder por Trump por primera ocasión en 2017. Algo que materializó Macchio en la segunda ascensión trumpiana.
Estos dos cantantes tienen un defecto vocal bastante desagradable, en uno más evidente que en el otro: el capretino (balido de cabra). Esto es, les tiembla la voz; a medida que van cantando, balan como las cabras (no lo digo yo, así se conoce en el canto clásico). A Bocelli, algunas veces, a Macchio el 100% del tiempo, o sea que su voz no deja de balar mientras cante lo que sea, el himno “The Star-Spangled Banner”, “America the beautiful” o cualquier canción dilecta del hombre naranja con pelos de elote transgénico. Ese problema del balido de cabra es atribuido generalmente al manejo incorrecto del aire, a vicios vocales de años y su efecto en el diafragma; entonces, en vez de cantar, se bala, o se sustituye el cantar por el balar, o más bien, se alternan.
Pero lo peor del encuentro de ese trío, político-empresario y tenores, es el energúmeno que no canta sino que los hace cantar. Y no se dude que junte a sus dos tenores en alguna presentación futura, tal vez el cinco de diciembre próximo, anunciado por el propio Trump como el día en que Bocelli cantará en la Casa Blanca; a Bocelli y Macchio sólo faltaría lo imposible, agregar a Pavarotti, los tres tenores favoritos de Trump; aunque se podría experimentar con un holograma o IA para juntar a los tres.
Y es que Maccchio tiene influencia sobre Trump: “No hay nadie con una voz como la de este hombre”, ha dicho sobre “el tenor de américa” o “el tenor privado de Trump”, como le llaman, y que ha sido nombrado miembro del Consejo de la Administración de la Fundación Nacional para las Artes. Y es que esa voz “me hace recordar la de mi amigo Pavarotti y no puedo encontrar la diferencia entre ambos” ha dicho Trump; desde que se conocieron, el cantante tiene una relación especial con él.
Naturalmente, la voz y el canto de Macchio están muy lejos de asemejarse a las cualidades de Pavarotti, y ni siquiera se acerca a las de Bocelli, cuyo canto, además de capretino, es nasal y totalmente inexpresivo. Lo que sucede es que a las orejas amarillas anaranjadas todo tenor le suena igual.
Pero dejando de lado la estética vocal e incluso la interpretación, ¿la cercanía de estos dos tenores con Trump los hace simpatizantes de su ideología, de su política interior y exterior?: absolutamente sí. Otra cosa es si lo hacen por convicción, por dinero o porque simplemente fueron elegidos.
|Bocelli canturrea en la oficina oval con Trump|:
|Macchio canta un fragmento de “Con te partirò”, que hiciera famosa Bocelli|:
El artista y el poder
Y este asunto lleva como siempre al dilema de la relación entre el artista y el poder, que tiene demasiadas variantes analíticas. La distancia o la cercanía pueden beneficiar o perjudicar al artista o ambas cosas, dependiendo de las circunstancias y temporalidades.
Durante el plantón de 2006, un grupo de músicos y cantantes iniciamos un buen número de presentaciones tanto en el Zócalo y el Hemiciclo a Juárez como en el cierre magno en el monumento a la Revolución. Yo participé en un total de ocho presentaciones, Regina Orozco, por dar otro nombre, cuando mucho en dos, pero su cercanía al poder vía Jesusa Rodríguez (artista a su vez estrecha a la 4T) le ha producido grandes beneficios. Por esos días, a uno de los pianistas que participaba en el grupo le salió una propuesta de trabajo: tocar en Los Pinos en una de las primeras fiestas de F. Calderón. Y aceptó. Algunos otros se preguntaban si ellos harían lo mismo de estar en esa posición o si aprovecharían la oportunidad en medio de una pieza para detenerse y gritar: ¡Espurio!
En fin, existe un sinnúmero de variantes. En youtube hay un video en que Juan Gabriel, enronquecido y a altas horas de la noche fue llevado a cantar “Las mañanitas” a Nicolás Maduro, que se muestra realmente imprudente solicitando una y otra pieza a quien hace un esfuerzo sobrehumano por su ronquera.
En general se considera que el artista no debiera involucrarse en política, no distinguir entre un partido y otro, entre un programa de gobierno y otro, y ni siquiera tener una opinión. Pero además de artista, el individuo es hombre y mujer, y muchas veces estos tienen una convicción; y de ahí derivan no pocos dilemas y problemas.
Anda por ahí un bolerista que en la pasada elección presidencial en México presumía de ser amigo tanto de Gálvez como de Sheinbaum (bolerista muy amigo del ala chuchista del PRD, por cierto), por tanto, no podía externar un apoyo a ninguna de las dos. Francamente me pareció inconcebible tal actitud en un país en proceso de cambio a una democracia auténtica: no distinguir –o si lo hacía, que le valiera– entre lo que representaban las candidatas de Morena y el Prian. Pues bueno, tal vez haya tenido razón el bolerista, porque él sigue teniendo, en el tiempo de Morena, los privilegios que tuvo durante los tiempos del PRI y del PAN.
Lo cierto es que he conversado con artistas de diversa índole: escritores, poetas, pintores, bailarines, cantantes, músicos, actores, etcétera, y salvo que se sea muy cínico o muy astuto (no sé si son equivalentes), la relación con el poder en su condición de artistas es siempre un conflicto; al menos, un problemilla.
En cuanto a Bocelli, hay sin duda una admiración por Trump. No se diga de Macchio, cuyo pensamiento operístico, por decir, se acerca al de otro amigo del presidente gringo (perruno, pero amigo), Javier Milei, de Argentina, cuyo caso ya vimos en estas páginas en “Milei y la ópera”. Y también se acerca al menos al de un ex político mexicano (ex, no por gusto sino porque la oposición mexicana está abatida; ahora es comentarista youtubero opositor) que lloró desde un palco del Teatro del Palacio de Bellas Artes cuando vio a Pavarotti, lágrimas no producidas por el canto, tan solo por la fornida (para ser políticamente correctos) presencia del “divo” italiano.
|Y esta fue la noche de mayo de 1997 en que alguien lloró nomás de ver a Pavarotti, el otro tenor favorito de Trump|:

Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo