A consecuencia del frecuente uso del concepto de soberanía en el marco de la política exterior del país, se propende a dejar de lado que tiene una clara connotación en el ámbito interno. Incluso, es de mencionar que como noción surgió para dar cuenta de un fenómeno de concentración y supremacía de poder político en el medievo, frente a otras corporaciones o entidades, especialmente la Iglesia.

Así, el concepto de soberanía expresa la dimensión de principio articulador del poder político como instancia suprema frente a otros factores de poder. Con ella se instaura un poder político asociado al Estado, con la misión de unificar, concentrar el poder, ser su manifestación originaria y más alta.

Si en lo interno la soberanía establece el imperio y dominio del poder como estructura jurídica; en lo externo plantea una relación e interacción con otros Estados soberanos en condiciones de igualdad, respeto mutuo, no intervención y resolución pacífica de las controversias entre ellos. Por consecuencia, en el ejercicio de la soberanía tienen lugar las determinaciones que se toman sobre la paz y la guerra, en el margen de la unidad territorial que las respectivas soberanías comprenden.

En la práctica ambos planos establecen una relación que se complementa; la fortaleza del ejercicio interior de la soberanía aporta capacidad y entereza para la soberanía exterior; de igual forma la debilidad o inconsistencia de la soberanía interior debilita a la soberanía exterior y, a su vez, la solvencia de la política exterior permite la mejor promoción de los intereses nacionales.

La simbiosis que en la actualidad ello representa, plantea una situación de gran complejidad. No cabe duda de que se vive un nuevo acomodo en la relación entre las distintas naciones, que deja muy atrás la etapa de la posguerra y la pretensión de un dominio unilateral después de la caída del Muro de Berlín; está en construcción y en la pugna inherente que le es propia, un acuerdo multilateral complejo con nuevos actores determinantes, alianzas inéditas y disputas, así como de la institucionalidad que la exprese. Tal situación tiene reflejos muy peculiares en el marco de la relación que tenemos con los estadounidenses.

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A nosotros compete actuar inscribiendo nuestros intereses en una etapa de procesamiento y de génesis de una nueva dinámica internacional, y con una agenda intrincada con nuestro vecino y socio del norte, marcada, entre otros, por los temas del narcotráfico, la seguridad, la migración, el comercio, los flujos de inversión, la tecnología y los procesos productivos que nos vinculan.

Queda claro que, en la medida de nuestra insuficiencia para garantizar la vigencia del Estado de derecho en lo interno, que implica la seguridad, el combate a la delincuencia, la vigencia de los derechos humanos y de instituciones capaces de brindar justicia, en esa misma proporción, la soberanía interna se debilita y nos coloca en situación de fragilidad en cuanto al ejercicio de la soberanía externa.

En buena medida ahí se visibiliza una de las grandes desventajas con la que acudimos al escenario de la relación con los Estados Unidos; en ella, se nos reclama capacidad efectiva para erradicar el trasiego del narcotráfico, control eficiente de nuestras aduanas y fronteras, una política solvente de migración, así como una clara disposición para impulsar el libre comercio derribando las barreras no arancelarias que hemos planteado en distintos renglones, como lo es en el petróleo, la energía eléctrica y el maíz transgénico, por solo señalar algunas materias.

Más allá de las declaraciones diplomáticas derivadas de los encuentros bilaterales entre las autoridades norteamericanas y de nuestro país, que regularmente son convenidas, negociadas y cuidadosas, el hecho es que los norteamericanos con sus aparatos de información e inteligencia, así como producto de los datos que han recabado de delincuentes que fueron extraditados a su país o que entregamos a solicitud o interés de ellos, disponen de un amplio acervo que, es posible advertir, exhiba la complicidad, negligencia y corrupción de nuestras autoridades para hacer posible el comercio ilegal de estupefacientes y drogas que llegan a su país provenientes del nuestro.

Quedó atrás la vieja etapa en la que los Estados Unidos y sus aparatos de inteligencia buscaban hacerse de información sobre nuestro país de una forma intrincada, a partir de acercamientos con figuras y personajes relevantes y de sus propios hallazgos de investigación; ahora muchas de las fuentes más conocedoras están en su propio país y se encuentran a disposición de sus autoridades.

Las declaraciones tronantes del gobierno norteamericano en cuanto al papel del narcotráfico en nuestra vida interna y de la colusión con nuestras autoridades, tienen una connotación inédita y de gran exigencia que, con premura, busca saciar nuestra administración en condiciones adversas, pues hereda una política de seguridad interior imprecisa e inconsistente a través de los últimos años conforme actuaron los gobiernos precedentes.

Por otra parte, el modelo de gestión del desarrollo que impulsa el gobierno mexicano tiene implícita una franca colisión o incompatibilidad con las pretensiones de nuestro principal socio comercial en cuanto a la apertura de la política económica nacional. Los puntos que presenta el gobierno norteamericano respecto de las barreras no arancelarias que hemos impuesto y su pretensión de que las derribemos, comprometen las definiciones tomadas por el gobierno, así como la orientación de algunas de las reformas constitucionales y legales que ha impulsado.

La capacidad que se ha esmerado en exhibir nuestro gobierno para navegar en las aguas turbulentas de la relación con los Estados Unidos, tiene tras de sí la connivencia y disposición a obsequiar, en términos reales, las exigencias que nos han presentado; ahí está la entrega de delincuentes conforme a los deseos de nuestro vecino y seguramente veremos en los próximos días y meses, las adecuaciones que nos veremos llamados e inducidos a realizar para suscribir la nueva etapa del pacto comercial. Eso sí, en el plano diplomático se seguirán mostrando los puntos que formalmente serán referidos para declarar, como se ha hecho hasta ahora, “colaboración no subordinación”. Sin embargo, nuestra vulnerabilidad se ilustra al replicar en un sentido inverso el apotegma de López Obrador: la peor política exterior es una débil política interior.