La semana pasada fuimos testigos de un episodio más de la reciente confrontación entre los gobiernos de México y Estados Unidos. Escuchamos declaraciones muy duras por parte de los líderes gubernamentales de ambos países. Eso me recordó un artículo muy interesante que publicó el profesor de Harvard, Stephen M. Walt, en junio de 2018, en la revista “Foreign Policy”. Argumentaba que los “bullies” (los acosadores verbales) nunca ganan en la diplomacia.

Walt se refería al presidente Donald Trump, por supuesto. Pero la lección se aplica también a otros jefes de estado y de gobierno. El profesor de Harvard aseguraba que “una política exterior exitosa requiere combinar diversos instrumentos del poder nacional para producir el resultado positivo deseado”. Se trata de persuadir tanto a los aliados como a los adversarios. Pero para ello se requiere comprender las preferencias de otros estados y evaluar la manera en que responderán ante una decisión, una política pública o un ataque verbal.

El éxito o fracaso en política exterior depende de que las decisiones se basen en una visión precisa del mundo. Es necesario entender la correlación de fuerzas en el ámbito internacional. Si un jefe de estado o de gobierno malinterpreta las preferencias de los demás, o simplemente no entiende las fuerzas que determinan cómo responderán otros estados a cualquier acción que se intente, es probable que sus políticas fracasen.

En política exterior, siempre es peligroso utilizar un enfoque errático, impulsivo y ensimismado, escribe Stephen Walt. El autor señala dos temas consistentes en el enfoque de Trump hacia el resto del mundo: 1) una tendencia a ver las relaciones con otros países sobre una base puramente bilateral y transaccional; 2) una propensión a la intimidación. Estados Unidos disfruta de muchas ventajas, pero otros estados no tienen que ceder simplemente a sus caprichos y dictados. Incluso cuando el poder estadounidense estaba en su apogeo, naciones mucho más débiles encontraron formas de gestionar exitosamente su relación bilateral. Los países pueden equilibrar el poder de Estados Unidos coordinando sus posiciones con otros. No se trata de confrontarlo directamente sino de innovar con algún tipo de respuesta asimétrica. Algunos jefes de estado o de gobierno explotan el poder de Estados Unidos para sus propios fines; es el caso de Israel, Arabia Saudita, Canadá y algunos otros.

La política exterior no es para “bullies”. Los jefes de estado y de gobierno exitosos cuentan con asesoría de calidad. Muchos diplomáticos y ministros de relaciones exteriores siguen los consejos de Robert D. Blackwill, publicados en una nota, en octubre de 2013, en el sitio de internet de la Escuela Kennedy de Harvard. Durante cuatro décadas, Blackwill estuvo cerca de los presidentes de Estados Unidos en la Oficina Oval, en el “cuarto de situación” de la Casa Blanca, en los Departamentos de Estado y de Defensa y ha sido embajador y enviado de Estados Unidos en muchas capitales extranjeras. Es ahora miembro del Centro Belfer de Asuntos Internacionales de Harvard y del Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York.

Blackwill describe las 15 cualidades ideales de un diplomático exitoso:

  1. Poseer un interés permanente y pasión por el arte y el oficio de la diplomacia y las relaciones internacionales. Si este tema no te llena, si no tienes un instinto convincente para aprender sobre el mundo, mejor dedícate a una profesión diferente.
  2. Demostrar un temperamento analítico. Nuestra cultura actual fomenta la predisposición ideológica y la rigidez. Estamos frecuentemente invitados a dar una opinión sin antes tener un dominio completo de los hechos. Resiste la tentación de prescribir antes de analizar. Dean Acheson entendió lo difícil que es esto: “Yo era un maestro de escuela frustrado que, contra la abrumadora evidencia de lo contrario, persistía en la creencia de que la mente humana podía ser movida por los hechos y la razón”.
  3. Escribir bien y rápido. Fomenta tu capacidad para producir rápidamente prosa de calidad. Lee y aprende de grandes escritores. Prueba con George Orwell, E. B. White y John McPhee.
  4. Ser verbalmente fluido y conciso. George Shultz decía que escuchar es una forma subestimada de adquirir conocimiento. Presta atención, habla sólo cuando sea necesario y sé breve en tus comentarios. Estas no son cualidades muy apreciadas en la academia.
  5. Garantizar una atención meticulosa a los detalles. Ya sea que tu trabajo vaya a ser visto por el presidente o el primer ministro, o por tus superiores inmediatos o tus pares, cada uno merece un producto impecable. No aceptes menos de ti. Jeff Bezos enfatiza: “Si no comprendes los detalles de tu negocio, vas a fracasar”.
  6. Ser un negociador duro y eficaz. Llegar al sí no es el objetivo de un diplomático. En cambio, comienza con lo que mejor sirva a los intereses nacionales de tu país y luego busca lograr un resultado de negociación lo más cercano posible a esos requisitos. Define líneas rojas claras y no te comprometas más allá de ellas. Y como aconseja James Baker, “nunca dejes que el otro fije la agenda”.
  7. Desarrollar resistencia física y mental a largo plazo. Con el ejercicio del poder y la responsabilidad vienen jornadas continuas de 12 a 16 horas, llenas de presión y estrés. Debes estar siempre en forma.
  8. Aceptar asignaciones peligrosas. Los diplomáticos sirven con frecuencia en lugares amenazantes, a veces mueren en el cumplimiento de su deber. Desde Libia hasta Irak, Afganistán y más allá, ésta no es una línea de trabajo que sólo se lleve a cabo en un entorno enrarecido. Reflexiona sobre tu grado de coraje personal previsto antes de entrar en esta profesión.
  9. Estudiar historia. Ernest May y Richard Neustadt, gigantes de la facultad de Harvard, aconsejan con elocuencia pensar en el contexto del tiempo. Insisten en que el conocimiento de la historia no proporciona prescripciones políticas exactas en las circunstancias actuales, pero ilumina opciones y plantea cuestiones centrales de formulación e implementación de políticas. Un buen comienzo es “A World Restored” de Henry Kissinger.
  10. Hablar con prudencia al dar tu opinión al poder. Debes estar preparado para estar en desacuerdo con la evolución de la política cuando realmente importa. Pero elige sabiamente tus momentos de disidencia. No fastidies a tu jefe. Y si tales diferencias de política se vuelven primordiales, no te quejes; mejor renuncia.
  11. Ser leal y sincero con tu jefe. Nunca cuestiones fuera del gobierno una decisión tomada más arriba en la cadena de mando burocrático, sin importar cuánto estés en desacuerdo con ella. Una vez que se toma tal decisión, tu deber profesional es hacer todo lo posible para implementarla. No hay nada de valiente en desautorizar la decisión de tu gobierno en tonos susurrados en los escenarios sociales. Y nunca tergiverses o mientas a tus superiores oficiales, sin importar cuán conveniente pueda parecer en ese momento. Si lo haces, debes ser despedido.
  12. Cultivar la resiliencia de las políticas. Si el duque de Wellington nunca perdió una batalla, la mayoría de los generales lo hacen, y tú también. Espera derrotas políticas periódicas y avanza enérgicamente hacia el próximo desafío.
  13. Adquirir experiencia laboral relevante. Invierte tiempo, energía y esfuerzo en tu propio desarrollo profesional. No muestres sed de poder y responsabilidad demasiado pronto. En la diplomacia, como en la mayoría de los tareas gubernamentales, la experiencia es un componente crucial del éxito. Como exigían los pintores del Renacimiento, la etapa de aprendiz es un paso necesario en la mejora profesional. ¿Contratarías a un plomero que fuera académicamente versado en distribución de agua, pero que nunca hubiera instalado una tubería?
  14. Conocer bien tu ideología política. No importa cuán halagadora sea una propuesta de trabajo de política exterior, pregúntate si tu ideología es compatible con la de la institución que te la ofrece. No hacerlo es invitar a un sinfín de dolores y tormentos profesionales.
  15. Aprovechar la suerte cuando la encuentres. Cuando se le preguntó a Napoleón qué tipo de generales buscaba, respondió “afortunados”. Debes estar preparado cuando los eventos en el mundo te brindan oportunidades de política que puedas aprovechar. Subirse a una ola profesional personal que puedas surfear, y que quieras surfear, también es una cuestión de buena fortuna. La atención incansable a las otras catorce características enumeradas aquí te colocará en la mejor posición para labrarte parcialmente tu propia suerte en tu carrera.

Cuando llegué a trabajar a la Embajada de México en Washington, a principios de 1989, en el mundo diplomático siempre se hablaba de un extraordinario personaje. Allan Gotlieb se desempeñó como embajador de Canadá en Estados Unidos de 1981 a 1989 y era ampliamente reconocido como uno de los embajadores más efectivos. Era ya una leyenda. Gotlieb siempre comprendió bien que la política exterior no es para “bullies”:

  • Reconoció la importancia de mantener una presencia activa tanto en Washington como en todo el país. Viajó con frecuencia a estados y ciudades clave para reunirse con políticos locales, líderes empresariales y grupos comunitarios. Entabló relaciones en todos los niveles de gobierno.
  • Sabía la importancia de comprender la perspectiva de Estados Unidos sobre temas clave e invirtió mucho tiempo en estudiar la historia, la política y la cultura de ese país. Esto le permitió comunicarse de manera más efectiva con los funcionarios estadounidenses y construir relaciones más sólidas basadas en la comprensión y el respeto mutuos.
  • Entendió la importancia de construir relaciones personales con los funcionarios de Estados Unidos y cultivó amistades con actores clave en el gobierno. Esto le permitió generar confianza, navegar por problemas complejos y encontrar puntos en común en áreas de interés mutuo.
  • Siguió una agenda estratégica y se centró en construir una relación económica sólida entre Canadá y Estados Unidos. Trabajó para reducir las barreras comerciales, promover la inversión y construir lazos más fuertes en industrias clave, como la energía y la tecnología.
  • Fue reconocido por su voluntad de hablar con franqueza con los funcionarios estadounidenses, incluso cuando sus puntos de vista eran impopulares o controvertidos. Creía que la comunicación honesta era esencial para construir relaciones sólidas y resolver desacuerdos.

Estas lecciones podrían ser muy útiles para la gestión eficaz de la relación México-Estados Unidos en estos tiempos turbulentos de confrontaciones.