Es difícil entender la poca importancia que se le ha dado a la presencia de síntomas fascistas en la marcha del 15 de noviembre. Nada más triste que observar la irracionalidad y la presencia de un lenguaje pobre, con una sintaxis elemental, mismo que es común cuando solo predominan emociones primarias. Poco interesa la gramática: no interesa esculpir el contenido de los mensajes, más bien se opta por la injuria llana. Agredir e intimidar es el propósito, por eso se venera la estridencia -el ruido- y poco importa dañar el patrimonio público.

En la expresión “puta judía”, pintada con aerosol en la puerta del edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, hay una síntesis perversa de lo peor que puede engendrar el espíritu humano: racismo, sectarismo, discriminación, intolerancia, misoginia, crueldad y desprecio. Ante todo, es una frase que trae al presente al nazifascismo, uno de los periodos de mayor brutalidad humana, cuando los discursos de odio enajenaron la conciencia colectiva, imponiéndose a la preeminencia de los sentimientos nobles y a los derechos humanos.

El fascismo al ser instintivo forja su acción en la depredación y aborrece el pensamiento crítico y complejo; de ahí su carácter antiintelectual. Su mayor problema es combatir a las personas que forjan su pensamiento en la ética y en el humanismo, es decir, en la capacidad de amar y razonar para poner en el centro del análisis a lo que debe ser profundamente humano.

El fascismo surge como una nebulosa, como un material de gas y polvo o como material de desecho que se esparce por el espacio. El grumo nebuloso se puede respirar al principio, pero la toxicidad se hace insoportable a medida que se expande, hasta generar destrucción y muerte. Umberto Eco advertía sobre su peligrosidad latente porque la densidad fascista nunca se extingue: es eterna, resurge de diferentes formas. Difiero en que las maneras puedan ser siempre sutiles, recurrentemente son toscas.

No nos debe parecer circunstancial la presencia de un tipo embozado en la explanada del Zócalo con una playera roja con la esvástica nazi en un círculo blanco y cargando en la mano la bandera de One Piece. A muchos les preocupa saber si este sujeto forma parte de la Generación “Z” o del “bloque negro”; lo que a mí me ocupa es si se puede conjugar fascismo con anarquismo, esto es, si se puede estructurar un sincretismo.

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Hasta ahora lo que se concebía era que el bloque negro tenía una afiliación anarquista, que había elegido el choque directo y la destrucción de los símbolos de la república. El objetivo no sería alcanzar el poder, sino destruirlo; bajo la consigna de que el Estado, sin importar tendencia o régimen, por sí mismo, es falso y mentiroso.

La desconfianza del bloque negro hacia el sistema y hacia todo lo que parece sistémico es radical: no creen en las instituciones, ni en los partidos políticos, ni en los gobiernos, ni en las resoluciones parlamentarias, ni en las demandas sociales ordenadas y pacíficas. La civilidad importa un bledo, lo trascendente para el bloque negro es sabotear, cuestionar, desobedecer y enfrentar violentamente a los policías (y si pudiera al ejército) por ser el órgano represor del Estado, así como destruir el espacio urbano por parecerle insufrible u opresivo. Tampoco le importa atentar contra la propiedad privada, sin importar el tamaño de los negocios o establecimientos; después de todo es ahí donde se detona la explotación y el consumismo.

Se pensaba que el bloque negro no tenía estructura, que no había líderes visibles y que sus acciones no estaban sujetas a ningún tipo de negociación; que surgía y se organizaba espontáneamente por afinidad ideológica, mostrando su hartazgo por la inoperancia del sistema de justicia o de las vías institucionales; o por los agravios contra el medio ambiente; o por las movilizaciones pro derechos de las feministas; o en apoyo a la protesta social por injusticias causadas en el pasado o en el presente. De hecho, uno de los sucesos más importantes había sido la creciente incorporación de mujeres en sus protestas.

El movimiento anarquista no es antiliberal, aunque dista mucho de tener la profundidad que tuvo en el último tercio del siglo XIX y las primeras dos décadas del XX que culminó con la erupción zapatista. El anarquismo fue precursor ideológico vital de la revolución mexicana y sus aportaciones se plasmaron en la Constitución de 1917, particularmente en lo que se refiere a los derechos sociales contenidos en los artículos 27 y 123. Ese anarquismo constructivo es lo que no se ve ahora, aun cuando se trate de periodos históricos distintos: la bandera roja de los anarquistas en la revolución de 1910 contenía una lema profundo “Tierra y Libertad”, ahora se tiene que investigar una narrativa simple para entender que una bandera pirata, con una calavera caricaturizada y con un sombrero de paja significa libertad absoluta y resistencia contra la opresión. La autenticidad está hecha añicos.

¿Qué tiene que ver el anarquismo del bloque negro con el fascismo? Más allá de las expresiones violentas, absolutamente nada; más bien los planteamientos son antípodas. En el fascismo priva la idea de la supremacía del Estado, de ahí su talante autoritario e intransigente; mantiene una estructura partidaria homogénea y jerárquica, con la presencia de un líder fuerte que concentra el poder y que dicta medidas inapelables; militariza a grupos y crea estructuras disciplinadas bajo el esquema de una dirección y una obediencia única; suprime las libertades y elimina toda oposición, reprimiendo lo que va en contra de sus principios ideológicos, sustentados en reglas elementales de orden y progreso.

Aceptemos sin conceder que ideologías disímbolas convergieron el 15 de noviembre con el propósito de derrocar a un gobierno elegido democráticamente. ¿Cómo se resolvería la ubicuidad de ese sujeto con símbolos anarquistas y fascistas? ¿Quién se impondría después, los que pretenden destruir al Estado o los que quieren configurar un Estado totalitario? ¿Cómo se resolvería la antinomia entre el liberalismo extremo y el autoritarismo irrestricto?

Ante lo irresoluble, solo seguiría la destrucción entre unos y otros, el caos social y con ello el riesgo inminente de destruir una república sustentada en la soberanía del pueblo y en la voluntad popular. Muchas cosas se echarían por la borda: la paz social, los derechos humanos y la barbarie derruiría los conceptos sustantivos que ahora configuran a nuestra república: el acceso a mejores oportunidades, la mayor igualdad entre las clases sociales y la economía moral que prioriza la atención al pueblo y a los segmentos sociales más desprotegidos, así como el mejoramiento tangible de las condiciones de vida de la mayoría de los mexicanos.

En el imaginario de unos y otros veían arder el Palacio Nacional, como un símbolo preconcebido que ponía fin a un gobierno de izquierda, legítimamente constituido, que se quiera o no, cuenta con un proyecto de nación y con el respaldo popular. ¿Cuáles eran las consignas que prevalecieron a lo largo de la marcha? ¡Fuera Claudia! ¡Abajo Morena! ¡Carlos Manzo, héroe de México! ¡Sombrerazos sí, abrazos no! ¡Revocación de mandato! ¡Eliminemos los impuestos!. Con independencia de que la figura de la revocación se contempla particularmente en el artículo 35, fracción IX, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, a raíz de una iniciativa del presidente López Obrador, hay grandes interrogantes: ¿Cuál sería el modelo de nación que seguiría el país ¿En medio de la maraña ideológica podría prevalecer la prudencia? ¿Cómo reaccionarían las fuerzas armadas? ¿El pueblo permanecería inmóvil?

Hay quien cree que al bando negro lo manipula el propio gobierno, quien se autoinflige un castigo y pone en riesgo la vida de policías para desacreditar a la protesta social. Lo irracional de esta percepción es que el odio y la violencia no se pueden graduar, llevando a acciones impredecibles que laceran y ponen en duda la capacidad de conducción de quien gobierna. ¿De verdad, una persona inteligente como la presidenta Sheinbaum alentaría a hordas para debilitar y resquebrajar su mandato y figura presidencial?

No dudo que el 15 de noviembre hayan acudido jóvenes que creen en el liberalismo extremo, pero también es posible que se haya infiltrado dentro del bando negro un grupo de choque de embozados controlado y manipulado por un empresario con intereses aviesos y con una mentalidad fascista. Muchas cosas extrañas pasaron: la ausencia de mujeres en los actos violentos; la existencia de herramientas eficientes para vulnerar vallas metálicas que nunca se habían derribado; el daño por primera vez al edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; y la presencia de medios para acrecentar y agigantar la ira y la agresión, que son el peor síntoma de un desgobierno. Pensé en calificar a este grupo como lumpenfascista por estar integrado por sujetos sediciosos, sin principios, y que fueron cooptados con dinero; pero, tal vez, no sería del todo justo: es factible que algunos hayan sido extorsionados o amenazados con la pérdida de sus empleos.

Lo anterior pudiera entrar en el terreno de la especulación, pero me pregunto por qué intelectuales más conscientes que participaron en la marcha o sus referentes intelectuales no se deslindan o condenan lo que sí es verificable: la frase judeofóbica, abiertamente fascista, que no vale la pena repetir. ¿No es Krauze judío? ¿Estarán tan obnubilados por su odio a la 4T? Allá ellos.