“La incompetencia es tanto más dañina cuanto mayor sea el poder del incompetente.”
Francisco Ayala
Ya basta de excusas. “Ya chole”, como diría YSQ. La Ciudad de México —esa otrora majestuosa capital— está al borde del colapso mientras quienes deberían cuidarla se dedican a todo menos a gobernar. La “región más transparente” que imaginó Carlos Fuentes para referirse a la Ciudad quedó hecha trizas. Hoy no es más que un muladar: el agua ya ni siquiera es… clara. Las lluvias del domingo sacaron a flote no solo la inmundicia de la CDMX, sino también la ineptitud de Clara Brugada. Mejor dicho: de su desgobierno.
¿Qué dirá ahora? Que fue una lluvia atípica; que los culpables somos los ciudadanos —y quién sabe si echará mano de ese villano predilecto de la 4T—; o tal vez invoque a Calderón sin razón. Pero jamás mencionará que llevamos más de 25 años de gobiernos de izquierda sin invertir lo que se necesita: limpieza, desazolve, mantenimiento antes, durante y después de la temporada de lluvias.
Claro, el Zócalo recibió su precipitación más intensa en 73 años. Conste: solo el Zócalo. Cayeron 50 mm en apenas 20 minutos de los 84 totales, pero eso no justifica el caos desatado. Mientras tanto, prefieren gastar el dinero en conciertos y eventos —con ese pan y circo tan útil para distraer a la gente—, mientras la infraestructura colapsa.
El domingo, el aeropuerto se volvió un espectáculo de horror: más de 19,000 pasajeros varados, pistas inundadas, salas sumergidas. No fue un problema meteorológico: fue resultado de un aeropuerto —el AICM— abandonado, sin mantenimiento. El TUA que cobran ahí debería servir para su conservación, no para seguir pagando deudas del NAICM que AMLO prefirió cancelar. Perdimos por partida doble: un aeropuerto que literal hace agua, sin ser HUB global, y estamos pagando por lo que no tenemos.
El Mundial nos espera y les daremos la bienvenida en uno de los aeropuertos más precarios del mundo… y ojalá que no llueva esos días. Aeroméxico ya pidió a las autoridades una solución ante este desastre anunciado. No es sólo por lo del domingo, sino porque urge un aeropuerto digno: una tortura menos para entrar al país.
El Metro, las calles, hospitales, avenidas, la ciudad entera se anegó. Los capitalinos deben entender: no se puede seguir tirando basura en calles y coladeras.
Pero esto es solo una parte del colapso. El gobierno no invierte en limpieza, educación o infraestructura. Ni siquiera el Túnel Emisor Oriente —obra gigantesca de 62 km pensada para desalojar aguas— funciona bien por la falta de mantenimiento. Inició Calderón en 2008, siguió Peña Nieto, y los últimos 10 km los entregó AMLO. Pero de nada sirve una obra si no se cuida.
La popularidad no sustituye al buen gobierno —ni a la honestidad–. De qué sirve que Clara Brugada tuviera —unos días antes de las lluvias— un 72% de aprobación si hoy la CDMX está hecha trizas.
Activar alertas (púrpura, roja) es solo espectáculo. Faltan decisiones de fondo: desazolve, mantenimiento, infraestructura, educación (¿quién educa sobre tirar basura donde no debe ser?). Esta ineptitud cuesta vidas. No hubo muertos, afortunadamente, pero habrá enfermedades por aguas estancadas. Eso tiene consecuencias en la salud. Y el Metro empapado…
La crónica de un colapso anunciado, denunciado por expertos durante años y sistemáticamente ignorado.
Lo más grave no fue el agua, sino la absoluta inoperancia de las autoridades. Y la ironía de Claudia Sheinbaum defendiendo hoy a Brugada desde la mañanera. ¿Por qué? Porque esa traición, esa doblez de Brugada contra ella y Omar García Harfuch es eterna. Y, todavía, debe salir a dar la cara por ella.
La incompetencia es Clara. Y punto final.
Giro de la Perinola
(1) El Sistema Cutzamala muestra solo un 64.90% de almacenamiento, pese al agua caída. Se fugaron litros por cañerías podridas y drenajes inservibles. Una oportunidad natural desperdiciada por quienes nunca invierten.
(2) La incompetencia no solo es Clara, también es de Rocío. La Fiscalía de Veracruz confirmó que la profesora Irma no murió de un ataque cardiaco, sino por tortura. No son miserables quienes compartieron ese horror, sino quienes lo perpetraron y quienes lo negaron como “infarto”. Ahí, Nahle no solo es miserable: es cómplice de la brutalidad.
La dejo ahí para que quede grabada: una sentencia que derriba cualquier justificación barata.