Me gusta mucho la historia y por eso no puedo dejar pasar la fecha de ayer, porque la conmemoración del inicio de la Revolución mexicana va de la mano con otro tema que me apasiona: la aviación.

Somos pioneros en materia aeronáutica, pues fuimos de los primeros países en utilizar la aviación como “arma” de guerra. Imaginen a México en los principios del siglo XX; la revolución industrial estaba empujando el desarrollo en nuestro país, y Porfirio Díaz era el responsable de traernos la “modernidad”.

En esa época México seguía siendo un país rural, y el “progreso” que tanto pregonaban las élites porfiristas solamente beneficiaba a unos cuantos; la gran mayoría de la población, campesina y analfabeta, se adaptaba a esta “modernidad”, más como parte del engranaje que como beneficiarios directos.

En un México que apenas estaba electrificando las grandes ciudades, transitando del uso de velas al uso del gas, y de las cocinas de leña a las de petróleo. Llegaban “nuevas” tecnologías, entre ellas, el aeroplano.

Es cierto, fue visto más como un elemento de divertimento, pues los pilotos hacían arriesgadas piruetas en las ferias destinadas a hacer gala de la modernidad. La élite de entonces jamás se imaginó que en muy poco tiempo la aviación sería clave dentro del movimiento de la Revolución mexicana.

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Existe la idea errónea de que esta gesta se dio en todo el país, y al mismo tiempo; pero no fue así, de hecho por eso la gente le llamó “la bola” al movimiento armado de 1910, porque andaban de un lado para el otro. Fue hasta 1917 cuando se logró “apaciguar” al país, en términos generales.

En plena revolución, por ahí de 1912, el entonces general Pascual Orozco utilizó dos aviones Moisant-Bleriot en la campaña de “Bachimba” en Chihuahua, para sobrevolar la zona y hacer reconocimientos aéreos, esto es, ubicar al enemigo en el campo de batalla.

Francisco I. Madero, además de ser el primer mandatario a nivel mundial en volar en una aeronave, también vio la posibilidad de utilizar estos modernos aparatos voladores como armas de guerra. Por tal motivo autorizó la incorporación de estas incipientes aeronaves, y el 15 de mayo de 1912 en el Diario Oficial de los Estados Unidos Mexicanos, el papá del DOF (Diario Oficial de la Federación), se publicó el decreto que facultaba al Poder Ejecutivo a introducir aviones en el Ejército.

La aviación comenzó utilizándose como una herramienta de reconocimiento del terreno, por lo que se creó el “Servicio de Exploración Aérea”. Para cuando salió el decreto de incorporar la aviación al ejército, los castrenses ya habían mandado a cinco soldados a los Estados Unidos de América, para estudiar la carrera de Piloto Aviador.

Entre los estudiantes se encuentran grandes pioneros de la aviación como Horacio Ruiz Gaviño, los hermanos Eduardo y Juan Pablo Aldasoro Suárez, Gustavo Adolfo Salinas Camiña, Alberto Leopoldo Salinas Carranza y Gustavo Adolfo Salinas, quienes obtuvieron el título de pilotos aviadores, por la Federación Aeronáutica Internacional.

Para 1913, dejaron de ser solamente observadores, y se les ordenó a Juan Guillermo Villasana y a Miguel Lebrija practicar el lanzamiento de bombas en el descampado de Balbuena, para dar pie a la “Escuadrilla Aérea de la Milicia Auxiliar del Ejército”, antes de la creación de la Fuerza Aérea Mexicana.

Otro presidente que fue un gran entusiasta de la aviación fue Venustiano Carranza, por eso no debe extrañarnos que el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) se encuentre actualmente en lo que fueran los terrenos de los llanos de Balbuena, y que a la demarcación política le pusieran el nombre de este presidente.

Resulta que él adquirió en el extranjero tres monoplanos “Morane-Moisant”, que se integraron a la flotilla aérea del Ejército Constitucionalista, siendo el piloto aviador Alberto Leopoldo Salinas Carranza, el primero en volar en uno de ellos, en una misión de “reconocimiento aéreo” en Durango.

Y no solo eso, al año siguiente en 1914 se llevó a cabo la primera batalla aeronaval, cuando el teniente piloto Aviador Gustavo Adolfo Salinas Camiña y el mecánico naval Teodoro Madariaga se pusieron a lanzar bombas desde su aeronave en contra de un buque huertista que estaba atacando a otro; gracias a dicha acción, se ganó la batalla, y el buque huertista abandonó la lucha.

Pero no solamente Carranza era un aficionado a la aviación, otro actor importantísimo dentro del movimiento revolucionario fue Doroteo Arango, mejor conocido como Pancho Villa.

El famoso “Centauro del Norte”, también vio en la aviación una forma de ganar la guerra. Su hermano, a quien también le gustaban muchos los aviones, lo convenció de adquirir en 1915 varias aeronaves, entre ellas un Wright SS, uno Wright con fuselaje, un Christofferson y tres modelos Wright B.

Entre las batallas que libraron los “Dorados de Villa”, está la de “El Ébano” así como la “Batalla de León”; de hecho hay una anécdota en donde les pidió a sus pilotos sobrevolar la sierra de Chihuahua, pero había neblina y era peligroso volar en esas condiciones; ya se imaginarán la furia del general Villa ante la negativa, les dijo que sí el en su caballo podía cruzar la sierra, cómo no iban a poder sobrevolar la misma.

Al final le convencieron de que lo mejor era esperar a tener mejor tiempo y no quedarse sin su flota aérea. Porque si algo entendió el general Villa, fue la utilidad de la aviación dentro del campo de batalla.

Por supuesto, la aviación militar sembró las bases para la incursión de la aviación comercial en nuestro país. Al término de la Revolución mexicana, vimos cómo en 1921 nace Mexicana de Aviación, que impulsó el desarrollo de fabricación de motores, aspas y aeronaves, así como la formación de pilotos.

Esto me lleva a la siguiente reflexión: sé de sobra que hay mucha gente en contra de que exista una línea aérea del Estado, pues lo ven como “capricho”. Pero hay que asomarse a la historia para darse cuenta de lo conveniente de que México tenga su propia aerolínea, y que en pocas palabras se puede resumir: tener soberanía aérea. No olvidemos nuestra historia, porque nos permite ver el futuro con mucha más claridad.