El pasado martes AMLO aseguró en la mañanera que existe “una monstruosa desigualdad económica y social causada por el neoliberalismo”. Si bien acierta en el diagnóstico, el presidente mexicano ha errado en todos los medios para combatirla.

La desigualdad es un hecho incontrovertible. A lo largo de los últimos treinta años, y muy en particular, desde la adopción del modelo neoliberal, caracterizado por la reducción del papel del Estado en la vida económica, la riqueza mundial ha sido acaparado por un unos cuantos, en detrimento del bienestar de la mayor parte de la población.

Este fenómeno no ha sido exclusivo de los países en desarrollo como México y el resto de América Latina, sino que sido acuciante en el mundo desarrollado. Países como Gran Bretaña y Estados Unidos, que conocieron regímenes de derechas caracterizados por la privatización masiva de los servicios públicos (los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, respectivamente) sufren hoy de niveles de desigualdad atroces que inhiben el crecimiento económico, y con ello, el desarrollo incluyente.

En aquellos tiempos (léase, en las décadas de los ochenta y noventa) los economistas estimaban que si bien el modelo neoliberal sería eventualmente el detonador de la explosión de la desigualdad del mundo, el precio valía el costo pues el crecimiento económico produciría el fenómeno conocido como trickle down economics, a saber, que la creación de la riqueza desde la cúspide de la pirámide tendría efectos hacia el resto de la clase productiva, lo que permitiría -así lo creían- un beneficio para toda la población.

La evidencia demostró que esta teoría es errónea. Por otro lado, economistas modernos han demostrado mediante indicadores y evidencia empírica que la desigualdad no es nada más un daño colateral de la generación de riqueza, sino que además tiene nefastas consecuencias para el desarrollo económico.

Para contrarrestar estos efectos perversos sobre la economía y el desarrollo de las naciones, economistas modernos (Piketty, Atkinson, Stiglitz, Krugman, entre otros) recomiendan, entre otras medidas, la puesta en marcha de reformas fiscales que obliguen a los más ricos a pagar una tasa fiscal progresiva, reduciendo así las cargas de impuestos sobre las clases medias y bajas.

¿En qué ha fallado AMLO en su “cruzada” contra la desigualdad? En todo. Como bien he señalado, el presidente acierta en sus declaraciones. Sin embargo, sus acciones navegan en sentido contrario. Parece, pues, que el tabasqueño ha memorizado bien los eslóganes, pero que no comprende a profundidad el problema de la desigualdad y las políticas para contrarrestarla.

¿Dónde ha quedado la reforma fiscal que haga posible una mayor recaudación del Estado mexicano con fines redistributivos en áreas prioritarias? ¿Dónde ha quedado la mayor inversión en sectores como la educación y la salud, mismas que son fundamentales para paliar la desigualdad? ¿Cree AMLO que las ayudas económicas sustituirán una verdadera política económica dirigida a combatir la pobreza?

En suma, AMLO habla… y mucho. Sus discursos están llenos de eslóganes; muchos de ellos, ciertos. Sin embargo, para la mala fortuna de México, sus frases no se traducen en políticas. Quedan allí, en la mañanera, muertas de la risa… como si nuestro país no estuviera urgido de un buen gobierno.