“Algunas noches nos llevan al más completo estropicio, a una deriva en la que sabemos que será casi imposible retomar el rumbo. Nos revolvemos en la cama sin encontrar descanso, incapaces de huir de nosotros mismos, de dejar de pensar”.
MARÍA ORUÑA
Los berrinches y empecinamientos de ese señor —ya saben de quién hablo— nos han salido carísimos. Ayer, el Departamento de Transporte de Estados Unidos (USDOT) ordenó la disolución de la alianza operativa entre Aeroméxico y Delta. Tienen hasta finales de este año para consumar el divorcio.
Nadie se haga el sorprendido ni culpe a Washington. Esta medida es consecuencia directa de los caprichos de López Obrador: desde la reasignación arbitraria de slots en el AICM hasta la orden de expulsar a las aerolíneas de carga hacia su elefante blanco, el AIFA.
El documento del DOT no deja lugar a dudas: es una orden final que destroza una alianza comercial clave. Se revoca la “inmunidad antimonopolio” que desde 2016 permitía a ambas aerolíneas operar como si fueran una sola en rutas México–Estados Unidos: fijaban precios de manera conjunta, coordinaban asientos y compartían ingresos. Traducido: más opciones, mejores conexiones y tarifas competitivas para los pasajeros. Hoy todo eso se derrumba porque, según el propio comunicado, “México está en un camino de intervención y distorsión del mercado que va en contra de los acuerdos aéreos bilaterales”.
El golpe es demoledor. Se cuestionan prácticas cuasi monopólicas, se recriminan las operaciones de carga y, lo peor, se evidencia lo obvio: el Estado de derecho en México ya no existe. Las reglas del juego se violan a capricho, para inflar artificialmente al AIFA. Crónica de una muerte anunciada, diría García Márquez.
La orden coincide con la mitad de la tregua de 90 días que Trump otorgó el 1º de agosto. Y como buen guion repetido, el aviso se cumplió: separar a Delta y Aeroméxico. Claro, la que más sufre es la aerolínea mexicana. Aunque en su comunicado asegura que no habrá afectaciones para los clientes, cualquiera con dos dedos de frente sabe que ahora los vuelos al norte serán más caros y la competencia por conseguir slots en EU se volverá feroz. Tarifas más altas y menos opciones para todos.
El detalle no es menor: la decisión entró en vigor el 15 de septiembre. Una jiribilla, por supuesto.
Entre la confiscación de slots en el AICM, la reubicación forzada de carga en el AIFA y el ahogo sistemático a la competencia, el mensaje estadounidense es claro: México ya no juega bajo un sistema de aviación libre y competitivo.



El impacto se sentirá fuerte. Aeroméxico pierde competitividad justo en la antesala del Mundial de 2026, cuyas sedes serán México, Estados Unidos y Canadá. La aerolínea deja de ser protagonista en el transporte de aficionados. Pierde Aeroméxico, perdemos los usuarios, pierde el país.
Y sí, ya sabemos lo que viene: el consabido lloriqueo de la 4T. Dirán que es culpa de los “yankees malos”. La verdad es otra: Morena se ha dedicado a demoler instituciones y de paso tiró por la borda a la aerolínea mexicana que, por mérito propio, había logrado aliarse con Delta.
Este es solo uno de los muchos venenos que López Obrador le dejó a Sheinbaum: un AIFA inútil y la cancelación del NAICM. Para el Mundial, para el comercio y para el transporte de pasajeros, el nuevo aeropuerto en Texcoco hubiera sido el gran hub entre América Latina y Estados Unidos. Hoy ese hub se llama Panamá, con todos los beneficios económicos que eso conlleva. Pero AMLO prefirió heredar un aeropuerto caro, inservible y vacío, antes que permitir que Claudia Sheinbaum presumiera el mejor aeropuerto de América.
Zedillo dice que la democracia murió. Yo digo que López Obrador no solo la enterró: también dinamitó la competitividad, hundió a la aviación mexicana y dejó a México varado en la pista de un aeropuerto fantasma. Esa es la verdadera herencia de la 4T: un país sin democracia y sin vuelos de conexión.