Este fin de semana, el Partido Acción Nacional intentó relanzarse desde el Frontón México, rodeado de figuras tan disímiles que parecían convocadas por un algoritmo político sin brújula. Entre los asistentes se encontraban viejas voces del feminismo mexicano, como Cecilia Soto, y personajes que encarnan posturas abiertamente reaccionarias, como José María Aznar, expresidente del gobierno de España.

La pregunta es inevitable: ¿qué hace un político español de ultraderecha en el relanzamiento de un partido mexicano? La respuesta quizá esté en la afinidad ideológica del Yunque y en la persistente vocación confesional del panismo, esa que reaparece cada tanto, vestida de modernidad, pero con las mismas raíces católicas conservadoras de siempre.

Pareciera que, ante la imposibilidad de construir una oposición íntegra, el PAN ha optado por mezclar el agua con el aceite. En su intento por mostrarse renovado, confunde el pragmatismo con la renuncia a las convicciones. Y en ese híbrido improbable —entre feminismo liberal y ultraconservadurismo clerical— emerge un mensaje contradictorio que vuelve imposible saber hacia dónde apunta su brújula moral. El pragmatismo no tiene cabida cuando se trata de tibieza o derechos.

La ultraderecha, en todo el mundo, mantiene viva una campaña soterrada contra las mujeres: la de “reivindicar” los roles tradicionales de género como respuesta a la baja natalidad. Su propuesta no es nueva ni inocente: sugiere que las mujeres deben “recuperar su energía femenina” para volver al hogar, encontrar proveedores y dedicar su vida a la cocina y la maternidad. Bajo ese discurso de aparente “armonía natural” se esconde el intento de restaurar la subordinación como norma.

La refundación de Acción Nacional, lejos de ser un ejercicio de definición ideológica, parece un intento desesperado de mantenerse vigente desde la tibieza. Mientras agrupa a las derechas ultraconservadoras, pretende incorporar al feminismo liberal para simular apertura. Pero la incoherencia es evidente: ningún feminismo que defienda la autonomía y libertad de las mujeres puede convivir en un partido que ni siquiera reconoce el aborto como un asunto de salud pública ni como un derecho.

Las columnas más leídas de hoy

Esa mezcla sin ética ni horizonte recuerda a los “partidos Frankenstein”: criaturas formadas de pedazos incompatibles, unidas por el interés electoral más que por una visión de país. Así sucedió con Xóchitl Gálvez, que confundió la autenticidad con la vulgaridad, creyendo que ser “pueblo” era sinónimo de ser grosera o desinformada, cuando lo popular en realidad debería ser sinónimo de digno, consciente y capaz.

Hoy, el nuevo PAN se exhibe peor que pragmático… Tibio, conservador y disfrazado de progresista, sin brújula. Pero no está solo: Movimiento Ciudadano también se viste de “progre” mientras incorpora a figuras más derechistas que el propio blanquiazul. En esa confusión generalizada, los partidos dejan de ser vehículos de representación ciudadana para convertirse en máquinas electorales vacías.

El feminismo, por su parte, también atraviesa una crisis. Ver a mujeres que fueron referentes de libertad compartiendo espacio con quienes apuestan por nuestra opresión, mientras otras feministas legítimas son excluidas por no encajar en moldes partidistas, revela que incluso las causas más justas pueden perder rumbo cuando se olvidan de su brújula ética.

Definirse —en política, en el feminismo, en la vida— exige tener rumbo. Porque cuando se confunde la estrategia con la convicción, lo que se pierde no es una elección: es el sentido mismo de la lucha.

X: @ifridaita