“Las instituciones no fracasan: hacen exactamente para lo que fueron diseñadas.”

Douglass C. North

“Toda organización tiende a producir una oligarquía.”

Robert Michels

Aquí mi aportación navideña a la anatomía que he venido construyendo del régimen y del actual sistema político mexicano:

No hay fallas: hay diseño. Las instituciones hacen exactamente aquello para lo que fueron construidas. En México, ese diseño permite que el poder no se pierda, solo se traslade. Por eso no sorprende que, ante el veto interno en Morena, el Revolucionario Institucional aparezca como refugio disponible para Saúl Monreal. El sistema no castiga el nepotismo: lo redistribuye. No corrige la concentración del poder: la administra. Y lo hace con una eficiencia que ya quisiéramos para otros asuntos públicos.

La noticia de que el PRI le abre las puertas a Saúl Monreal para competir por la gubernatura de Zacatecas no es una excentricidad ni una provocación coyuntural. Es una muestra del funcionamiento real del sistema político mexicano. De donde salieron, regresan. Y si no regresan, aterrizan en la oficina de al lado. La ideología es secundaria; la pertenencia, lo esencial. El objetivo no es representar, sino permanecer.

El discurso público suele presentar estos movimientos como “decisiones personales”, “derechos políticos” o incluso gestos de pluralidad. Pero detrás de esa retórica amable opera una lógica mucho más antigua: la del circuito cerrado del poder. Cuando una puerta se cierra por razones formales —una regla contra el nepotismo, una recomendación presidencial, un cálculo interno— otra se abre con naturalidad. No como excepción, sino como parte del mecanismo.

El caso Monreal es ilustrativo no por el apellido en sí, sino por lo que revela del sistema. Durante años, Zacatecas ha funcionado como un territorio administrado por una misma constelación familiar y política. Cuando una pieza ya no encaja en un partido, no queda fuera del tablero: cambia de casilla. El PRI, lejos de escandalizarse, ofrece cobijo. No porque haya afinidad ideológica, sino porque entiende algo fundamental: el reciclaje es una forma de supervivencia.

Las columnas más leídas de hoy

Aquí no hay traiciones ni conversiones doctrinarias. Hay continuidad. El tránsito entre siglas no representa ruptura alguna, porque el verdadero pacto no es programático, sino estructural. Lo que se preserva es el acceso al poder, a sus recursos, a su capacidad de decisión. La política deja de ser un espacio de disputa y se convierte en un sistema de reubicación.

Se habla mucho de alternancia, pero poco de circulación cerrada. De cómo los mismos apellidos, los mismos grupos y las mismas redes reaparecen una y otra vez bajo distintos colores. El votante cambia de boleta; el sistema, no. Y cuando alguien osa llamar a esto nepotismo, se responde con tecnicismos, tiempos legales o llamados a la paciencia. Como si el problema fuera de calendario y no de arquitectura.

La paradoja es evidente: se anuncian reformas para combatir prácticas que el propio sistema se encarga de volver inocuas. Se condena el privilegio mientras se le ofrece salida alterna. Se predica renovación mientras se garantiza continuidad. Todo funciona. Exactamente como fue diseñado.

Por eso, el episodio no debería leerse como un escándalo aislado, sino como una lección cívica involuntaria. El círculo es perfecto porque no tiene grietas: cuando parece cerrarse, gira. Cuando parece corregirse, se adapta. Y cuando parece agotarse, se recicla.

En México, el poder no cae: circula. Y casi siempre vuelve al mismo punto.