Durante el poderío criminal de Ismael “Mayo” Zambada se vivieron al menos dos grandes episodios políticos importantes: la llamada transición democrática en el 2000, cuando la vieja guardia del priismo dejó el poder con la llegada del Partido Acción Nacional a la presidencia de México encabezada por Vicente Fox, precedida por el fenómeno de concertacesión orquestada por Salinas de Gortari con la que en varias entidades, el priismo pactó una sociedad con los blanquiazules para entregar gobiernos que colocaran a México en condiciones democráticas con la finalidad de cumplir requisitos para entrar a la OCDE y fortalecer la presencia internacional lejos del mito de la dictadura unicopartidista.

Posteriormente, la consolidación del gobierno de la Cuarta Transformación y el avance progresivo hasta convertirse en nueva hegemonía. El “Mayo” ha declarado frente a una corte en Estados Unidos que desde 1989 comenzó a traficar drogas y nunca pisó la cárcel hasta este momento gracias a su discreción y a la sólida red de sobornos en todos los niveles que le protegió. Prácticamente, mandos policiales y militares así como presidentes municipales y gobernadores de Sinaloa desde aquellas décadas tienen implicaciones directas. Pero la red criminal adquirió poderío internacional. Envíos a Estados Unidos, Europa y hasta a continentes más lejanos demuestran que la corrupción de un sólo país tiene impacto en todo el mundo.

El hecho es que hoy, algunos temerosos y otros francamente cínicos, parecen desconocer a quiénes pudo sobornar el “Mayo” y su gente.

Zambada, que enfrentaba 17 cargos, terminó por reconocer ante la justicia estadounidense lo que durante décadas se supo en silencio: fue el líder del Cártel de Sinaloa desde 1989 hasta enero de 2024. Su admisión incluyó no sólo el tráfico internacional de drogas, sino la conspiración bajo la Ley Rico —instrumento legal para perseguir a las mafias— por lavado de dinero, asesinatos y secuestros vinculados al negocio.

A sus 75 años, el “Mayo” aceptó que la clave de su permanencia fue la corrupción institucionalizada: sobornos pagados a policías, militares y políticos mexicanos. “La organización que dirigí promovió la corrupción en mi propio país. El pago de estos sobornos se remonta a mis inicios, cuando era joven, y continuó durante los años del cártel”, confesó. La frase retumba como una sentencia que nadie en México quiere escuchar.

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No es menor que un capo reconozca abiertamente que los cimientos de su imperio se construyeron sobre la cooptación del Estado. No es menor que acepte, de frente, el “gran daño” que las drogas causaron en Estados Unidos y en México. Lo que sí resulta insoportable es la omisión histórica: nadie sabe, o nadie quiere saber, a quién sobornó exactamente Ismael “Mayo” Zambada. Se espera investigar sin reconocer que Sinaloa fue entregado al mismo movimiento de la 4T, sin reconocer que por años, fueron asesinados aspirantes de gobierno rechazados por el crimen e implícitamente, que eran grupos criminales los que definieron gobernantes. Sin reconocer que estas declaraciones no son un golpe contra los conservadores corruptos que la 4T sacó del poder, sino que se trata de un involucramiento de toda la clase política mexicana en la que el movimiento transformador difícilmente saldría limpio.

La fiscal de Estados Unidos, Pam Bondi, celebra que el Cártel de Sinaloa fue decapitado y declaró este episodio como el final. Ternurita. Los cárteles en México tienen todo, menos final. Es más fácil que desaparezca un partido político a que se acabe un cártel. La pregunta es: ¿cuál será el grupo criminal que logre capitalizar esta gran crisis y quién será el heredero de la mega red criminal que parece estar más viva que nunca?