La frase que da título a este artículo la escribió Guadalupe Loaeza los primeros días de enero, pero es de sabios cambiar de opinión.

O se cambia de opinión a modo, vaya usted a saber.

Antes de continuar le diré que soy de cabello chino y piel muy blanca. En mi familia todas las mujeres tenemos el cabello así y el mismo tono de piel.

Pese a ser de tez clara entre nuestros ancestros existieron personas de raza negra, afroamericanos, que se emparentaron con el paso del tiempo con hombres y mujeres del país Vasco.

Quizá a usted le importe un bledo mi árbol genealógico pero me siento orgullosa de mi linaje. Más orgullosa, lo aclaro, de mi preparación y aunque soy cuidadosa de mi apariencia, hasta el día de ayer, después de leer la columna de Guadalupe Loaeza reparé en la “envidia” que las chinas podríamos tener a las lacias o lo acomplejadas que podríamos estar por eso.

Y es que cuando la estupidez desborda, no hay muro que la detenga.

La columna de Loaeza, publicada en el periódico Reforma, fue objeto de un acalorado debate tanto en las redes sociales como en los chats de feministas y académicas en los que participo.

Aunque parezca absurdo el cabello chino lo asocian incultos, racistas y descerebrados a la pobreza económica e intelectual, que solo consideran de inteligencia elevada a los lacios y blancos. La “raza pura”, en términos hitlerianos.

Lo blanco, pues, es sinónimo de pureza, de bondad, inteligencia y poder económico. Y según Loaeza las blancas no podemos tener cabello chino y si lo tenemos somos “envidiositas”.

Vaya cosa.

Loaeza, como muchos comentaristas de derecha, se han quemado el seso intentando inventar la “frase matona” que por arte de magia haga que Xóchitl alcance a Claudia en las encuestas e incluso la rebase. Tarea difícil, es más, imposible. Gálvez se ha quedado muy atrás en la preferencia del electorado.

Lo que se le olvida a la escritora es que México ya cambió y nos ha costado demasiado subir peldaños tanto en la política como en todas las esferas de la vida pública para que de golpe y porrazo una escritora fifí puntualice que el peinado o el cabello son fundamentales en la contienda electoral.

La lucha de las mujeres en la esfera pública no está exenta de críticas infundadas pero sobre todo esta contienda electoral está marcada por el sexismo y el clasismo. No en vano los fifis se envalentonaron para tomar las calles y luchar contra el “populismo” y le hacen el “fuchi” a todo lo que huela a Morena.

También por el machismo y sobre todo, por los estereotipos de género. La belleza y la bondad como sinónimo de lo femenino, sin importar las propuestas o la calidad del debate.

Lo ridículo es que una escritora sustente la credibilidad en el peinado o tipo de cabello de una candidata.

Lacia o china Claudia Sheinbaum es una mujer capaz y preparada, mucho más que Xóchitl Gálvez, que aun con el cabello planchado perdió el debate.

Es irrelevante defender o apoyar lo que escribe una señora que ha visto a Xóchitl como un objeto fetiche y desde su fanatismo incluso la llegó a comparar con la Virgen de Guadalupe el año pasado para después lloriquear, ya en este 2024, y sentirse “perdedora e ingenua” (y hasta desenamorada) al ver que se quedaba atrás en las encuestas.

Por cierto, en ese mismo artículo publicado los primeros días de enero, Loaeza le dijo a Gálvez que su pelo era demasiado “plano y oscuro”. ¿No que lo lacio es hermoso y despierta envidia?

Qué pena que columnistas ocupen su tiempo en banalidades y tonterías que nada aportan a la democracia. Pero en Loaeza es normal. “Las niñas bien” desde su óptica, son rubias, lacias, perfectas.

Ojalá que su comentario posterior al siguiente debate esté menos cargado hacia lo físico y más a las propuestas de las candidatas. ¿Será mucho pedir?