En los últimos tiempos  hemos sido testigos de diferentes formas de contener al ser humano, ya sea por medio de pandemias, guerras, crimen organizado, crisis económica o todas las anteriores al unísono  como estamos padeciendo…

¿Hasta qué punto  una figura considerada de autoridad predispone la respuesta  de un ciudadano llamado “común”? ¿Influye incluso la vestimenta cuando se trata de manifestar poder? ¿Está en nuestra naturaleza ser buenas personas o el entorno influye dramáticamente en nuestros comportamientos? ¿Cambia el poder a una persona “buena”? ¿Crea resentimiento  en el otro, perder el poder y los privilegios obtenidos?, a todas las preguntas anteriores las podemos  dar respuesta si volteamos al entorno político, sin importar de qué país se trate…

La teoría de dos grandes pensadores de la humanidad  nos lleva a seguir haciendo estas preguntas, aunque  para algunos  no debieran ser puestas juntas, ya que  cada una tuvo su tiempo y momento…

Rousseau nos decía: “El hombre es bueno por naturaleza, es la sociedad la que lo corrompe”.

Mientras por otro lado Maquiavelo asevera: “El hombre es malo y perverso por naturaleza, a menos que precise ser bueno”.

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En los momentos en que Latinoamérica está en pleno cambio podemos analizar que nos espera y que deseamos para el futuro, ¿cambiaremos de paradigma o sólo de roles?

La ciencia nos ha dado infinidad de respuestas en los diferentes experimentos que a lo largo de décadas se han hecho con el fin único de entender  un poco más la psique humana. Algunos de estos experimentos han dado resultados brutales en muy poco tiempo, uno de ellos es el experimento Zimbardo, llamado así  por  su creador el doctor Philip Zimbardo, investigador de la universidad de Stanford. Otro de los experimentos más revolucionarios y al mismo tiempo impresionantes para  el mismo creador, fue el experimento Milgram, de igual manera llamado así en honor de su creador, el psicólogo Stanley Milgram…

Y conforme a los momentos que estamos viviendo, pareciéramos ser sujetos de ambos, alguien con un sentido del humor bastante retorcido parece mover los hilos…

¿Qué tienen en común estas dos formas de manipulación de la mente humana? Resaltar hasta qué punto, la autoridad como tal  cambia el comportamiento, Zimbardo, llevando una cárcel imaginaria donde existen solo dos roles, preso y carcelero, y Milgram lo experimenta entre  aprendiz y maestro, las  casualidades no  son en vano…

El experimento de Stanley  Milgram representa uno de los experimentos dentro de la Psicología social que mayor interés despierta en  la criminología a la hora de demostrar la fragilidad de los valores humanos cuando es necesario mostrar  obediencia ciega a la autoridad, en este caso representada por un maestro educando a un aprendiz.

El experimento como tal fue realizado para poder  explicar de alguna forma algunos de los horrores realizados  en  los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, en donde millones de seres considerados  enemigos del estado fueron masacrados por los nazis.

Experimento de Milgram

En muchos de los juicios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la gran mayoría de criminales de guerra declararon que ellos  simplemente estaban cumpliendo órdenes superiores, tratando de eludir  la  responsabilidad de sus actos. ¿Fueron realmente violentos y desalmados o se trata de un fenómeno de grupo que le podría ocurrir a cualquiera en las mismas condiciones? Tratando de encontrar una respuesta  el investigador Milgram comienza  un experimento, con 40 sujetos pagados.

Pero… ¿De qué se trataba el experimento?

El psicólogo  creó un ficticio generador de descarga eléctrica con 30 interruptores. Cada  interruptor estaba claramente marcado con incrementos de 15 voltios, teniendo como punto máximo,  450 voltios.

También tuvo el cuidado de poner etiquetas visibles que indicaban el nivel de descarga, tales como “Moderado”, estos iban desde 75 a 120 voltios, pasando al   “Fuerte”  135 a 180 voltios; los interruptores de 375 a 420 voltios fueron marcados “Peligro: Descarga Grave” y los dos niveles más altos de 435 a 450  marcados “XXX”. Se sobreentendía perfectamente el manejo…

El “generador de descarga”  producía sonido cuando se pulsaban los interruptores. Si el sujeto en el rol de “maestro” preguntaba quién era responsable si algo le pasaba al “aprendiz”, Milgram respondía: “Yo soy responsable”. Era interesante ver que esta respuesta brindaba alivio y así muchos continuaban aumentando el nivel de voltios. El “maestro” era instruido para enseñar pares de palabras al “aprendiz”. Cuando el alumno cometía un error, se castigaba por medio de una descarga,  15 voltios más por cada error.

Obvia decir que el  aprendiz nunca recibió realmente las descargas, pero cuando se pulsaba el interruptor  de castigo, se activaba un audio grabado anteriormente con exclamaciones y gritos que iban en aumento hasta llegar al silencio sepulcral en los últimos…

Si se llamaba al experimentador que estaba sentado en la misma habitación, éste respondía con una “provocación” predefinida: “¡Continúe, por favor!”, “¡Siga, por favor!”, “¡El experimento necesita que usted siga!”, “¡No tiene otra opción, debe continuar!”, empezando con la provocación más suave y avanzando hacia las más autoritarias, el imperativo tono de voz no dejaba lugar a dudas.

En las notas finales se dice del experimento de Stanley Milgram: “Muchos sujetos mostraron signos de tensión… 3 personas tuvieron “ataques largos e incontrolables”… Si bien la mayoría de los sujetos se sintieron incómodos haciéndolo, los 40 sujetos obedecieron hasta los 300 voltios.”

Un dato aterrador: “25 de los 40 sujetos siguieron dando descargas hasta llegar al nivel máximo de 450 voltios.”

Un estudio psicológico como éste nunca hubiera sido permitido en la actualidad en la mayoría de los países, por cuestiones éticas. Pero quedaron para la posteridad cuatro aspectos importantes.

  • Las mujeres son tan obedientes como los hombres.
  • La distancia de la víctima afecta la obediencia.
  • La distancia de la persona que da las órdenes afecta la obediencia.
  • La apariencia de la persona con autoridad y su rango pueden aumentar o disminuir la obediencia.

Entorno carcelario, el experimento de Zimbardo

Ahora; ¿Cuál fue el experimento de Zimbardo? ¿Crees que eres buen ser humano? ¿En qué momento fuimos llevados a creer que solo existen buenas y malas personas?

Philip Zimbardo diseñó un experimento para ver de qué manera personas que conocían el entorno carcelario se adaptaban a una situación de vulnerabilidad frente a otros. 24 hombres jóvenes sanos y de clase media  participaron a cambio de una paga…

Acondicionaron uno de los sótanos de la Stanford University,  logrando que se pareciera  a una cárcel. Hicieron dos grupos por sorteo: los guardias y los prisioneros, estos últimos tendrían que permanecer recluidos en el sótano todo el periodo de experimentación, varios días,  los reclusos pasaron un simulado proceso de detención, identificación y encarcelamiento, como inicio de despersonalización,  uniformes y gafas oscuras en el caso de los guardias,  trajes de recluso con números para los reos,  pasaban a ser simples carceleros o presos.

El primer día no pasa nada, pero la calma se rompe al segundo día, los guardias comienzan a saborear el poder, los presos tardaron más  en asimilar el rol que les tocaba, los guardias comenzaron a abusar verbal y físicamente,  los presos comenzaron a hacer barricadas tratando de evitar el maltrato, pero los guardias se sabían con el poder de dominar y actuaban en consecuencia, los reclusos no tuvieron más que  reconocer de manera implícita su situación de inferioridad tal y como lo haría un preso que se sabe encerrado entre cuatro paredes, generándose así una dinámica de dominio y sumisión. ¡A sólo dos días de comenzado el experimento!

¡La cárcel imaginaria de repente ya era  el mundo  real!

A partir del día tres, en cierto momento, las vejaciones sufridas por los reclusos pasaron a ser totalmente reales,  también era real la sensación de superioridad de los falsos guardias. Se negaba la comida a ciertos reclusos, se les obligaba a permanecer desnudos o a ponerse en ridículo, no se les permitía dormir bien, los empujones, las zancadillas y los zarandeos eran  cada vez más frecuentes.

La ficción de la cárcel de Stanford escaló tanto poder que, ni los voluntarios ni los investigadores eran capaces de reconocer que el experimento debía terminar ya. Ese mundo ficticio los rebasó y asumían que lo que ocurría era el proceso natural. La hecatombe llegó al sexto día, todo estaba  fuera de control, el equipo de investigación  tuvo que ponerle fin de manera inmediata.

¡Sólo seis días bastaron para arrojar  los resultados garrafales!

Para el ciudadano común es más fácil pensar que la maldad, la crueldad, existen sólo en “malas personas”,  buscamos incluso el código postal,  etiquetar, buscando de esta manera  crear la diferencia moral entre ellos y nosotros, pero esta premisa tiene muchos puntos endebles. Todos conocemos  historias  de personas honradas que terminan corrompiéndose al poco tiempo de llegar a una posición de poder.

Además, ante ejemplos de mala práctica o corrupción es frecuente oír opiniones del estilo “tú habrías hecho lo mismo estando en su lugar”, recordamos a Peña Nieto: “¿Qué hubieran hecho ustedes?”…

Esta afirmación sin fundamento, refleja un ángulo interesante de las normas morales adquiridas desde nuestro crecimiento.

Los experimentos,  Zimbardo y Milgram, nos muestran de manera brutal, ¿qué pasa cuando  renunciamos a la posibilidad de cuestionar los mandatos, en qué nos convertimos, víctimas o victimarios?

Sabemos que el entorno juega un papel de suma importancia  al encaminar  moralmente nuestra conducta hacia los demás; ¿Será necesario modificar las pautas de la “normalidad”, incluso revisar nuestros usos y costumbres?