“La simulación de la virtud aprovecha; la misma virtud estorba.”
NICOLAS MAQUIAVELO
“I’m not proud, I was wrong
And the truth is hard to take
I felt sure we had enough
But our love went overboard
Lifeboat lies lost at sea
I’ve been trying to reach your shore
But waves of doubt keep drowning me”
LEVEL 42
Hay quien aún guarda esperanzas en las elecciones de 2027. Qué ternura. Yo digo que, si acaso se celebran, serán puro decorado: urnas de utilería para una democracia de cartón. Para México, vaticino un largo periodo de elecciones sin electores (¿o será de electores sin elecciones?)…
Eso sucede en los regímenes que cruzan la raya hacia el autoritarismo: las “elecciones” se convierten en trámite, un disfraz de legitimidad.
Por eso conviene no engañarse: en dos años no se estará jugando el futuro de la democracia mexicana; eso se perdió en el 2018.
En 2024 tuvimos, con todas sus letras, unas elecciones de Estado. Y luego, desde que el Poder Judicial se eligió mediante “acordeón” —esa lista prediseñada donde la voluntad ciudadana cabe en una hoja doblada—, el rumbo de nuestra nación quedó marcado. Mi apuesta es que Morena y sus ramificaciones copiarán el mismo modelo en los comicios locales. ¿Revocación de mandato? Ni siquiera todos los estados la tienen regulada, y donde la hay, solo sirve para ajustar cuentas dentro de la propia 4T.
Las elecciones libres no volverán pronto a México. Lo que habrá serán simulacros: candidatos de oposición cuidadosamente permitidos para adornar el proceso, con probabilidades de ganar sólo si al oficialismo le conviene lavar su imagen. Esa es, me temo, la verdad.
Lo sostengo desde hace meses: la reforma electoral que se cocina en Palacio Nacional —la primera en la historia del país emanada desde el poder y no desde la oposición— tiene como objetivo último enterrar la democracia, no perfeccionarla. Y aunque aún no se conozcan los detalles, la “Comisión Presidencial para la Reforma Electoral” ya recorre el país. Sus disertaciones, disponibles incluso en YouTube, dejan poco a la imaginación: centralizar el control, reducir presupuestos, debilitar contrapesos. Todo en nombre de la “austeridad republicana”.
¿Exagero al hablar del fin de los comicios? Ojalá. Pero después del legado obradorista, ya nada sorprende: se disolvieron instituciones, se desmantelaron fideicomisos, se sometió al INE, y ahora se afilan las tijeras para cortar de raíz lo que queda del voto libre. La idea es simple... y vieja: desaparecer los institutos y tribunales electorales locales y crear un solo organismo nacional —obediente, con exceso de atribuciones y escasez de recursos— encargado de todas las elecciones. Es decir, el árbitro, el juez y el anotador… todos con la camiseta del mismo equipo.
Un INE pobre, controlado y dependiente del gobierno necesitará pedir ayuda a la Secretaría de Gobernación o incluso al Ejército para operar. Autonomía de papel, equidad de chiste. ¿Y los contrapesos? En extinción. Será imposible impugnar lo que, en el fondo, no serán elecciones sino designaciones cuidadosamente calculadas.
Las únicas contiendas “reales” —y digo reales con comillas— serán las internas de Morena. Y aun ahí la democracia es un rumor. Si no pregúntenle a Omar García Harfuch, quien ganó la encuesta para jefe de Gobierno y vio cómo el partido “eligió” a Clara Brugada. Eso sí, con mucho espíritu democrático.
En cuanto a la revocación de mandato, suena bien en el discurso, pero en la práctica dependerá de los congresos locales, es decir, del propio oficialismo. Todo quedará entre los suyos: una pelea de familia dentro de la 4T. Y cuando llegue el turno de la presidenta, veremos si Adán Augusto decide cobrarse la factura pendiente en su “noche de los cuchillos largos”.
Así que no, no es pesimismo: es diagnóstico. La reforma electoral será el acta de defunción de la democracia mexicana. Y su primera víctima, paradójicamente, no será la oposición, sino Claudia Sheinbaum. Porque en los sistemas donde el líder es eterno, todos terminan sobrando, incluso los suyos.