La atmósfera de la política es todo, menos apacible. Implica un continuo mirar y participar en conflictos, pues su materia la domina el fenómeno del poder, los intereses en pugna, las visiones disímbolas, las pulsiones de dominio y de sometimiento, la intención de prevalecer, la resistencia a ser sometido; en ese entorno los partidos escenifican la lucha por el poder y se involucran en ese proceso que gestiona las demandas sociales, los arreglos y desarreglos en la sociedad, entre los grupos políticos y frente al gobierno, dentro de una pugna interminable por definir las orientaciones y definiciones del Estado.

Conforme a ello, los partidos colindan siempre con las crisis, conviven con ellas y les toca tomar definiciones en sus difíciles contextos. El caso del PRI es paradigmático, pues surgió como PNR en 1929, en medio de una de las situaciones más complejas de la etapa post revolucionaria. Cierto, el asesinato del presidente electo Álvaro Obregón planteaba un escenario caótico, con la amenaza de la vuelta de tuerca a las decisiones excepcionales, como la de ampliar el período de gobierno del presidente en funciones, Plutarco Elías Calles, o de promover su reelección inmediata.

El propio presidente Calles se encargó de generar una salida institucional al duro dilema que se enfrentaba, en cuyo contexto estuvo la formación de un partido que coaligaba a un gran número de partidos regionales y locales que se identificaban con el proyecto de la Revolución, conforme a las definiciones de la Constitución de 1917. En marzo de 1929 surgió el PNR y a partir de entonces se sucedieron tensiones, riesgos de escisión, conflictos y salidas difíciles a los mismos.

Las pugnas internas entre bandos, por lo pronto entre las de Ortiz Rubio y las de Calles, condujeron a que el primero se separara de la presidencia; ahí se verificó el arreglo para el nombramiento de Abelardo L. Rodríguez a fin de completar el período presidencial, y no mucho después, fue escenario del desahogo del conflicto Calles- Cárdenas de 1935, mismo que propició el exilio del sonorense. Como parte del desenlace de tal fractura, se produjo un nuevo arreglo de partido que derivó en la transformación del PNR en PRM, que significó todo un nuevo modelo de organización que dejó atrás el partido de partidos con el que se constituyó en 1929.

La cronología de las situaciones apremiantes es extensa, se puede mencionar las elecciones de 1940, 46 y 52, con sus propias peculiaridades y circunstancias para decidir las candidaturas presidenciales; la reforma que llevó a la constitución del PRI en 1946, los conflictos sociales en la época de López Mateos y así sucesivamente. El PRI en medio de tensiones y en circunstancias de crisis graves, como la ocurrida con las elecciones presidenciales de 1988, que llevaron a no pocos analistas y ensayistas a pronosticar la desaparición del PRI, en un marco en el que se dio la salida de cuadros relevantes.

Pero la profecía fatal de entonces no ocurrió, el PRI mostró una impresionante recuperación en los comicios federales de 1991 y una gran capacidad de renovación mediante su famosa XIV Asamblea, con Luis Donaldo Colosio al frente; las elecciones de 1994 las desahogó con un triunfo amplio y con clara legitimidad, a pesar de la crisis que significara el asesinato del sonorense en condiciones de candidato presidencial. La primera fase del PRI opositor, entre 2000 y 2012, tampoco llevó a su desaparición y pudo recuperar la presidencia de la República.

Ahora se presenta una circunstancia difícil para un PRI que está en la oposición de nueva cuenta, y con una presencia en los espacios de poder y en las tendencias electorales que ha venido disminuyendo desde 2018, a pesar de la recuperación que tuvo y que se reflejó en la composición de la Cámara de Diputados en los comicios federales de 2021. De nueva cuenta se anuncia la posible desaparición del PRI, especialmente en el escenario del debate y de la próxima votación que tendrá lugar conforme a la reforma energética.

En tal contexto se exhibe la postura del gobierno y su ambición natural de contar con aliados y especialmente con el voto de los legisladores priístas; por otra parte, circulan opiniones a su interior que se oponen a tal posibilidad. Así, algunos sentencian una escisión, una fractura interna y decretan su enésima sepultura; el PRI ha convivido y lo seguirá haciendo con escenarios difíciles, amenazas de crisis, pero también, como dicen los chinos, con momentos de oportunidades.

Las crisis y el PRI son viejos compañeros de viaje, pues surgió en una de las más complejas disyuntivas de la historia contemporánea, ante lo cual fue un instrumento maestro para conjurarla. Ha tenido que sortear muchas otras situaciones de grave riesgo y seguramente tendrá que seguirlo haciendo; no se debe a la naturaleza del PRI, sino a la de la política. Nuevas sentencias de declinación y escisión del PRI, suenan como viejas profecías fallidas.