“La civilización no suprime la barbarie; la perfecciona.”
Voltaire
<i>“La costumbre de la atrocidad adormece el espanto.</i>"
Elena Garro
Hay escenas que un país sano no podría mirar de frente sin romperse. Pero México ya no es un país sano: es un país que, por enfermo, vive constantemente anestesiado. Esta vez la realidad se ensañó con una puesta en escena especialmente macabra: 456 bolsas con restos humanos encontradas a unos pasos del Estadio Akron, una de las sedes del Mundial 2026. En la superficie, pasto recién cortado. En la tierra, cuerpos desmenbrados. Futbol arriba; exterminio abajo.
Jalisco vuelve a ocupar su trono siniestro. No es novedad: desde hace años es fábrica, laboratorio y archivo muerto del horror. Pero la obscenidad de este contraste es insuperable: turistas FIFA tomando fotos sonrientes en un estadio mundialista mientras, del otro lado del cerro, madres buscadoras se arrodillan en la tierra para sacar huesos envueltos en bolsas negras. México proyectando imagen “global” a ras de cancha, mientras entierra a su gente a ras de suelo.
México será sede del Mundial, sí. Pero si existiera un mínimo de coherencia internacional, también sería sede permanente de la Corte Penal Internacional.
Las autoridades reaccionaron —como siempre— con la tibieza que solo da la costumbre. Comunicado anodino, palabras recicladas, caras largas. Todo tratado como si se hubieran encontrado un par de bultos sospechosos en un vagón de tren y no lo que realmente es: la evidencia de un patrón sistemático de exterminio.
Porque en Zapopan, seamos claros, no hay fosas halladas. Hay fosas toleradas. No hay bolsas detectadas. Hay bolsas acumuladas. Una diferencia que no es de diccionario, sino de conciencia: una implica sorpresa; la otra delata complicidad. Y en Jalisco, gobernado por Movimiento Ciudadano, la complicidad no distingue colores: la impunidad es multicolor, multipartidista y multinivel.
Lo más trágico, sin embargo, es el reparto de funciones. Los colectivos hacen —otra vez— el trabajo del Estado. Ellas buscan, ellas encuentran, ellas levantan. Y luego llega el gobierno para llenar formularios, a veces ni eso. El país donde a las madres se les exige no marchar, pero al gobierno nadie le exige hacer su trabajo. Pues sí, ya no tenemos herramientas para hacerlo como ciudadanos. ¡Qué fuerte!
Por eso, todas las administraciones, de todos los partidos pueden insistir en que “el país va bien”. Que “las cifras de asesinatos bajan”. Que “todo está bajo control”. ¿A la baja dónde? ¿En qué universo Marvel? ¿En qué metaverso? Jalisco lidera desapariciones, fosas, restos fragmentados y números que parecen escritos por un forense desquiciado. Es el triángulo dorado de la impunidad. La zona cero del fracaso del Estado mexicano.
Y no, esto no empezó ayer ni con uno solo. Es el fruto podrido de dos décadas de gobiernos que minimizaron, pactaron o sencillamente se hicieron a un lado mientras el crimen organizado rediseñaba el país con retroexcavadoras, tambos de ácido y hornos clandestinos. No heredamos un problema: heredamos un ecosistema de muerte.
A Claudia Sheinbaum le toca el infierno completo. Lo que su antecesor negó con estadísticas mutiladas y narrativas de fantasía, ella no debiera pretender acallarlo. México no tiene “desaparecidos”; tiene poblaciones desaparecidas. México no tiene “zonas rojas”; tiene zonas muertas.
Pero la normalización ya hizo su trabajo y la autoridad solo ayuda a que esto ocurra. Si mañana aparecen otras 200 bolsas, bastará una conferencia, un tuit tibio, un “estamos en coordinación” y vuelta a la agenda.
Estamos en el país donde la muerte dejó de ser tragedia para convertirse en trámite administrativo. Y quizá ese sea el crimen más profundo del obradorismo: lograr que dejemos de impresionarnos.
Ya viene el Mundial. Y me temo que México está peligrosamente cerca de sorprenderse más por un mal arbitraje que por otra fosa clandestina. Ese día —si no es que ya llegó— no solo podemos despedirnos de la esperanza: podemos despedirnos del alma.



