La escalada de violencia en Medio Oriente por el conflicto entre Israel y Palestina empieza a ser un tema de la mayor preocupación para la estabilidad del mundo entero.

Todo indica que la guerra Israel-Palestina se encuentra entre los saldos más negros de la administración Trump. El expresidente estadounidense siempre respaldó a gobiernos y mandatarios autoritarios y dictatoriales a quienes comprometió sin importar las consecuencias para la estabilidad internacional. En el caso de Israel, brindó respaldo a las ideas bélicas del actual primer ministro Benjamín Netanyahu, de la misma forma que lo hizo en América Latina con gobiernos populistas como los de Brasil, Argentina y México y con mandatarios de otras regiones, pero del mismo corte, como el turco Erdogan.

En el caso que nos ocupa, es bien sabido que, durante la presidencia de Barak Obama, la relación entre Israel y Estados Unidos estuvo marcada por los desencuentros.

A principios de 2016 Benjamín Netanyahu canceló una gira de trabajo a Estados Unidos en la que iba a asistir a la reunión del AIPAC, el principal grupo de presión proisraelí en Washington. 

La Casa Blanca mostró su sorpresa al enterarse por la prensa de la cancelación de la visita.

En septiembre de ese mismo año, Netanyahu programó un viaje a Nueva York para participar en la Asamblea general de la ONU, pero antes de su llegada publicó un video en el que definió la exigencia de evacuación de colonias en Cisjordania, si se crea un Estado palestino, como “limpieza étnica”, situación que hizo enfadar a la administración Obama.

En una plática entre Obama y su homólogo francés Nicolás Sarkozy, el mandatario francés, comentó que ya no puede ver a Netanyahu porque “es un mentiroso”, a lo que Obama respondió, “tú estás harto, pero yo tengo que lidiar con él todos los días”.

Trump

Las cosas cambiaron con la llegada de Trump. Para empezar uno de sus primeros actos de fue trasladar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, reconociendo la soberanía israelí sobre la ciudad santa que los palestinos también consideran su capital. Luego castigó económicamente a la Autoridad Nacional Palestina, cortándole las ayudas y cerrando su “embajada” en Washington.

Todo esto hizo que Netanyahu comenzara a presumir su estrecha relación con Trump y el respaldo electoral que le daba para su reelección, además de otras decisiones que el mandatario estadounidense tomara con un extraordinario sentido de la oportunidad electoral, sin importar poner en vilo la estabilidad en Medio Oriente. (Algo así como lo que sucedió en México con AMLO).

Desde principios de 2019, Netanyahu convocó tres elecciones generales. En las primeras su partido contrató dos enormes vallas publicitarias en Tel Aviv y Jerusalén con su imagen estrechando la mano de Trump. Un mes antes de la votación, la fiscalía anunció su intención de procesar al primer ministro por varios delitos de corrupción, pero su amigo, el presidente Trump le envió un regalo inesperado:reconoció la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, un territorio que el ejército hebreo arrebató a Siria en 1967 y cuya ocupación jamás había sido aceptada internacionalmente.

Finalmente, para que Netanyahu pudiera formar un gobierno, Trump lo invitó a la Casa Blanca para anunciar un Plan de Paz que los palestinos ya habían rechazado y que de entrada concedía a Israel casi todo lo que buscaba. Posteriormente Trump solicitó la ayuda del primer ministro israelí para las elecciones de 2020.

La derecha Cristiana

La nueva escalada de violencia en el conflicto entre palestinos e israelitas vuelve a poner al mundo contra las cuerdas y a la administración Biden en un dilema tremendo que pone a su diplomacia en entredicho y a la ONU y al Consejo de Seguridad, como los invitados de palo.

El problema que enfrenta Biden es que el apoyo a Israel no proviene de los judíos estadunidenses sino más bien de la derecha cristiana, donde algunos ven justificaciones bíblicas para defender al Estado judío.

Aunque el senador republicano Todd Young se sumó a los pedidos de alto al fuego, una buena parte del partido acusa a Biden no dar suficiente apoyo a Israel y acusa a la izquierda demócrata de alinearse con Hamás, grupo al que se designa como terrorista.

Contrario a esto, Bernie Sanders escribió en el NYT que Netanyahu ha “cultivado un tipo de nacionalismo racista cada vez más intolerante y autoritario” y terminó con la frase: “Palestinian lives matter” (Las vidas de los palestinos importan)”.

Políticamente hablando, en Estados Unidos las posiciones entre Demócratas y Republicanos están fuertemente divididas, mientras que, entre la población, de acuerdo con un sondeo del Instituto Pew, más de la mitad de los judíos estadunidenses calificaron negativamente a Netanyahu y casi dos tercios expresaron optimismo sobre la coexistencia con un Estado palestino.

La bomba de tiempo que sembraron Trump y Netanyahu está a punto de estallarle a Joe Biden, quien, sin descifrar las minas que le pueden explotar no ha pedido explícitamente solicitar un alto al fuego y ya en tres ocasiones tuvo que bloquear una declaración en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Entre lo poco en que nuestro país ha tenido una actuación relevante, es en que, al fijar posición ante el Consejo de Seguridad, el representante de México ante la ONU condenó el ejercicio de la violencia presentado entre palestinos e israelíes y urgió al Consejo para que se pronuncie y establezca un mecanismo que promueva la paz en la región. También defendió las libertades de culto y de asociación y movimiento, de conformidad con las resoluciones respectivas de la Asamblea General, además condenó los ataques realizados en iglesias, sinagogas, mezquitas u otros lugares donde se profese una religión.