La comunidad de la UNAM está consternada y agitada. Un joven sumergido en pensamientos polarizados que pululan como una peste en internet, entró encapuchado al CCH Sur y arrebató la tranquilidad típica de Jardines del Pedregal atacando con una guadaña a un adolescente de 16 años, su novia y a un trabajador de la institución, arrebatando la vida del primero.
Hoy sabemos que su madre lo vio salir fuera de sí mismo y armado. Llamó al 911 para advertir la crisis que estaba por venir y el primer contacto con la autoridad falló, tal vez, la persona operadora imaginó que no era para tanto. Seguramente hoy se lamenta. Por segundo día, Ciudad Universitaria se abarrota de jóvenes enardecidos que gritan al borde del llanto y vibran con los ojos rojos. Piden seguridad, exigen justicia, reprochan que el acceso al plantel del CCH no sea controlado. Están consternados y en el fondo se siente la proyección de cada madre que protesta aterrada porque algún día, sus hijas o hijos no vuelvan.
También hay una madre llena de culpa en la sala de un hospital, cargada de pensamientos sobre lo que pudo haber hecho. El joven que asesinó, al sentirse acorralado, se lanzó desde el punto más alto que pudo y se encuentra hospitalizado, con las piernas fracturadas. He leído cientos de mensajes pidiendo que se redoblen esfuerzos sobre la “salud mental”, pero tal cual en la serie Adolescence de Netflix discutida en este espacio hace un par de semanas, eran foros virtuales aquellos que inspiraron al joven llamado “Lex” para hacer lo que hizo.
Comunidades de jóvenes que están cargados de expectativas irreales alimentadas por las redes sociales y los algoritmos que refuerzan ideas con tal de enganchar el consumo, les llaman “Incels” contra “chads”, célibes involuntarios furiosos por no tener contacto sexual y emocional con mujeres en contra de jóvenes menores que ellos considerados “guapos” o que tienen acceso al disfrute y compañía. El tema es que la salud mental no es un asunto individual ni un asunto que se trate en terapia. La salud mental no implica que diario los padres brinden sermones a sus hijas e hijos. No alcanza con ir a terapia si nos mantenemos en un sistema individualista que exprime y que mantiene dobles discursos que por un lado, hablan de la felicidad mientras guardan exigencias de todo tipo.
La solución no es individual, forzosamente es colectiva, multifactorial, interceptada por los entornos físicos y digitales. También es política, integrativa, emocional y social. Aquella madre atormentada sin saber cómo retener a un hijo armado tampoco es la culpable. Sobre el padre no hemos conocido algo. Todos los vacíos parecieran llenarse con la digna rabia de quienes creen que pueden ser los siguientes. Lo que ocurrió en el CCH Sur no es un hecho aislado ni reducible a un diagnóstico clínico. La narrativa de la “salud mental” como explicación única es cómoda, pero insuficiente e individualista. Lo que se refleja en este asesinato es un síntoma de un sistema que empuja a los jóvenes a rincones oscuros, donde los algoritmos los encierran en comunidades de odio y frustración, y donde las familias cargan con una culpa que no les corresponde. No basta con repetir que hace falta terapia, porque lo que necesitamos es desmontar un orden social que produce soledad, aislamiento, precariedad y desesperanza. El asesinato de este adolescente nos obliga a mirar de frente que no hay tratamiento individual posible para una enfermedad colectiva.
También nos invita pensar a la urgencia de monitores de redes sociales en instituciones educativas. En algunos países, a partir del impacto de celulares, internet y redes sociales en los adolescentes, han hecho que sean prohibidos en escuelas, incluyendo Francia, China, Italia, Países Bajos y Nueva Zelanda con prohibiciones nacionales y, Canadá y España con políticas regionales. A finales de 2024 y principios de 2025, aproximadamente, 79 países han implementado estas medidas, según la UNESCO, con el objetivo de mejorar la concentración, reducir el ciberacoso y fomentar la interacción social entre los estudiantes.
Hace un par de meses, se planteó en el Consejo Universitario colocar detectores de armas y metales para el ingreso, pero los mismos alumnos se opusieron sugiriendo que eso atentaba contra la presunción de inocencia y los criminalizaba. Tal vez, la idea de monitores de redes sociales estudiantiles integrados por maestros y psicólogos que puedan identificar los usuarios virtuales de los estudiantes en un plantel suene a censura o a espionaje y monitoreo. El hecho es que así como resulta importante cuidar a las personas menores de edad, resulta que los adolescentes se encuentran en el momento más crítico. Cuidarles en todos los espacios, asumiendo el bienestar mental como un asunto colectivo y no como la individualidad de la terapia, es urgente.
X: @ifridaita